¿Qué es ser una mujer?


Apuntes de una categoría donde la biología no tiene la última palabra


Ana Lucía Mosquera Rosado es comunicadora, docente universitaria y especialista en diversidad, equidad e inclusión. Es máster en Estudios de Latinoamérica y el Caribe, y máster en Artes Liberales por la Universidad del Sur de la Florida; Clase 2024 del Programa GCL de la Universidad de Georgetown y Skoll Fellow 2024. Profesional certificada en Diversidad e Inclusión en ISO:30415 por la Universidad de Georgia y en Diversidad, Equidad e Inclusión en el Lugar de Trabajo por la Universidad de South Florida. Actualmente, es fundadora y CEO de Mosquera Rosado – Comunicación y Diversidad, una agencia de consultoría dedicada a desarrollar políticas, estrategias de comunicación y espacios de aprendizaje que promuevan la diversidad, la equidad y la inclusión en las organizaciones de América Latina.


Marzo siempre es un mes interesante para el debate público. Durante treinta y un días se marca una agenda pública de discusión sobre la situación de las mujeres y la importancia de seguir impulsando acciones para cerrar las brechas de género. Sin embargo, este año (2025), además de estos debates, emergió una discusión que se suma a una agenda más amplia destinada a desmantelar las acciones públicas para garantizar la equidad: el intento de definir, desde el Congreso de la República, lo que significa ser una mujer a partir de una iniciativa encabezada por el congresista Alejandro Muñante, partiendo de un criterio esencialista y biológico.

Aunque a primera vista pueda parecer una cuestión meramente terminológica, esta propuesta tiene implicaciones profundas. No solo intenta eliminar el uso “género” como categoría de análisis en las intervenciones estatales y acciones públicas, sino que también desconoce la diversidad de experiencias que han configurado, históricamente, lo que significa ser mujer. La idea de definir a las mujeres únicamente desde lo biológico ignora que esta categoría ha sido, en realidad, una construcción social influenciada por la cultura, la tradición y el contexto histórico.

Con esto en mente, es necesario recordar que en marzo no sólo se conmemora el Día Internacional de las Mujeres, sino además el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, una fecha que suena poco o nada en muchos calendarios, pero que debería tener mayor reconocimiento por ser el racismo uno de los problemas estructurales en la sociedad. Y, en ese contexto, es preciso entender también cómo el género y la definición han sido moldeadas por el racismo.

¿Qué hace entonces a una “mujer”? A lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres han intentado definir esta palabra sin alcanzar un consenso definitivo. Pensadoras como Simone de Beauvoir, por ejemplo, cuestionaron la idea de que la categoría “mujer” tenga una esencia natural o inmutable, y ella mencionaba que “no se nace mujer, se llega a serlo”, para explicar cómo la identidad femenina no está enteramente relacionada con la biología o la naturaleza, sino que es el resultado de procesos de socialización donde la cultura y la historia tienen un rol primordial. Desde una perspectiva que parte de la teoría de género, la definición de lo que es una mujer nunca será estática y estará en constantes cambios.

Esto me lleva a ir mucho más atrás y pensar en Sojourner Truth, quien preguntó en 1851: “¿Acaso no soy una mujer?”. Truth, una mujer negra, usó esta pregunta como un punto de partida para interpelar a las asistentes de la Convención de los Derechos de la Mujer y para cuestionar la misma mirada esencialista a la idea de mujer que tenemos hoy, al evidenciar que las mujeres negras estaban totalmente fuera de las discusiones sobre equidad de género a pesar de que cumplían con los “mandatos biológicos” utilizados hoy como criterio único para definir a una mujer. 

En esa misma línea, y muchos años después, el trabajo de teóricas como Gloria Jean Watkins —conocida como bell hooks— enfatizó que la experiencia de ser mujer no es universal, sino que está atravesada por factores como la razay la clase social, por lo que es virtualmente imposible que podamos definir a “la mujer” y que, si así lo hiciéramos, estaríamos estandarizando la vida y las experiencias de las mujeres bajo una categoría universal. 

Finalmente, me parece pertinente traer aquí el trabajo brillante de Oyèrónké Oyěwùmí, que reflexiona desde una visión decolonial sobre “la invención de la mujer”, sosteniendo que la creación del concepto de mujer responde directamente a lógicas occidentalizadas y que, por tanto, es un término pensado desde una visión sostenida en la supremacía blanca.

Definir a la mujer exclusivamente desde el esencialismo biológico no solo es un acto machista, sino que también reproduce una lógica racista, porque históricamente ha sido moldeada desde la supremacía blanca para excluir a quienes no encajan en su definición hegemónica y dejar de lado a las mujeres negras, indígenas y racializadas. Y eso es algo que no debemos dejar de lado, especialmente en un mes donde dos fechas importantes nos invitan a pensar en la mirada crítica que necesitamos para entender la realidad que nos rodea, más allá de definiciones arbitrarias y limitantes.


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