¿Qué es “oficializar” una lengua? 


De cómo México, Estados Unidos y Perú navegan de distintas maneras sus diversidades lingüísticas y geopolíticas


En diciembre pasado tuve la oportunidad de moderar una conversación con el lingüista Ross Perlin, quien recientemente publicó el libro Language City: The Fight to Preserve Endangered Mother Tongues in New York, 2024 (Ciudad de las lenguas: la lucha en Nueva York por preservar lenguas maternas en peligro de extinción). Esta publicación ha captado la atención porque explora la experiencia urbana de Nueva York desde una perspectiva lingüística: una ciudad donde coexisten cientos de lenguas que enfrentan el reto de sobrevivir en contextos multiculturales. Perlin, lingüista de la Universidad de Columbia, también codirige una organización sin fines de lucro que apoya a educadores comunitarios en la enseñanza y promoción de sus lenguas.

El libro, escrito en tono de crónica, presenta casos fascinantes como el del seke —una lengua asiática de origen tibeto-birmano— que, en un edificio de Brooklyn, acoge a 100 de sus 700 hablantes en todo el mundo. Entre las historias que el libro ofrece se incluye la de unos migrantes andinos que han creado un programa radial en quechua. Perlin no romantiza los retos de las lenguas a nivel mundial: según la UNESCO, cada dos semanas una lengua deja de ser hablada. Aun así, defiende la importancia de convivir en un contexto de diversidad lingüística, destacando los beneficios culturales, de innovación y de reafirmación de una humanidad multipolar. Y pone ejemplos ocurridos durante la pandemia, cuando el acceso a información de prevención contra el COVID en diferentes lenguas, incluida el quechua, fue clave para la ciudad de Nueva York.

Dos eventos internacionales han generado debate sobre esta cuestión lingüística al abordar el tema de maneras distintas. Por un lado, Ciudad de México anunció recientemente que ofrecerá clases de náhuatl en 78 escuelas públicas. Por otro, la presidencia de Estados Unidos emitió un decreto que señala al inglés como la única lengua oficial a nivel federal, algo inédito en casi 250 años de historia del país.

Funcionarios de Ciudad de México indican que la enseñanza del náhuatl busca reforzar la identidad cultural y reconocer que esta lengua, junto a otras, también se habla en espacios urbanos, desafiando el prejuicio de que las lenguas indígenas solo se usan en zonas rurales. Lima, por ejemplo, es la ciudad con más hablantes de quechua del Perú y del mundo. En contraste, el argumento del presidente estadounidense para designar al inglés como lengua oficial es que «un idioma designado a nivel nacional es el núcleo de una sociedad unificada y cohesionada». En esencia, sugiere que hablar un solo idioma es más práctico para la vida.

Ambas posturas reflejan distintas maneras de abordar la diversidad cultural. En México, el objetivo es proporcionar herramientas para los hablantes de náhuatl y sus descendientes, legitimando el uso de una lengua cuyos hablantes sufren discriminación constante. En Estados Unidos, el gobierno ha mostrado rechazo hacia temas de diversidad e inclusión, y la política lingüística parece ser parte de esta agenda.

Desde los espacios de poder, la “oficialización” de las lenguas puede significar muchas cosas: desde empoderar a los ciudadanos hasta, en contraste, promover la aculturación. En México son aproximadamente 1.7 millones las personas que hablan náhuatl. En Estados Unidos, alrededor de 40 millones de personas hablan español. Organizaciones proinmigrantes han expresado su preocupación por el decreto de oficializar el inglés, ya que podría limitar los servicios lingüísticos actualmente disponibles, desde trámites hasta acceso a la justicia y salud, no solo en español sino en chino, criollo haitiano, entre otros.

A menudo se argumenta que ciertas lenguas están condenadas a desaparecer —como el español en Estados Unidos o el quechua en Perú—. O que al aprender quechua o aymara se dejará de aprender inglés. Falso. Sin embargo, en lugar de basarnos en suposiciones, el papel del Estado debería ser servir a sus ciudadanos. En el caso del Perú, esto implicaría reconocer que existen 4 millones de hablantes de las diversas variantes del quechua y asegurar que tengan acceso a los derechos que merecen. Aunque no se puede controlar el futuro, hoy, en 2025, vivimos en sociedades multiculturales y multilingüísticas. Como discute Perlin en su libro, los estados pueden elegir ignorar esta realidad o trabajar en beneficio de sus ciudadanos.


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