Pruebas que refutan que la diversidad sexual sea una moda venida de Occidente
Hace unos años, un colectivo LGBT+ de Bolivia participó en un provocativo video viral en el que sus integrantes declaraban que no se sentían identificados con el término gay, pues lo relacionaban con estilos de vida del norte global y con cánones de belleza atravesados por la hegemonía de la blanquitud. Señalaban que era difícil conectar con un discurso de una belleza anglo, cuando,en contraste, ellos eran “cholos, pobres y morenos”. Este colectivo, de nombre Nación Marica, enfatiza el componente indígena de sus experiencias de género, lo cual implica facciones físicas, costumbres culturales e indumentarias. Es decir, un gay no necesariamente debe ser urbano, blanco, rico y usar jeans: también puede ser rural, indígena y llevar poncho o polleras.
Este llamado de atención para expandir las narrativas de las disidencias sexuales es bastante valioso en un país como el Perú, en donde los prejuicios a veces reducen esta conversación a una lectura monolítica del colectivo. A eso se suman ideas erróneas, como que “ser gay es una moda del extranjero”. Varios lobbies anti-LGBT capitalizan esta percepción para afirmar que ser gay y que tener una vida pública como tal iría en contra de nuestra cultura local, de nuestras tradiciones, e incluso de nuestra historia milenaria.
Aquí vengo a reventar un poco esa burbuja. Para eso viajemos en el tiempo: durante el siglo XVI, con la llegada de los españoles a la región andina y la posterior conquista, hubo la necesidad de documentar el estilo de vida de los habitantes de la región: organización política, espiritualidad y prácticas. En esa búsqueda, las crónicas españolas también dieron cuenta de diferentes expresiones de género en el antiguo Perú. El investigador Michael Horswell, en su libro La descolonización del «sodomita» en los Andes coloniales, menciona el culto al Chuqui Chinchay, una deidad felina del agua que también representaba la dualidad sexual. En las crónicas coloniales del español Pedro Cieza de León, este relataba que los sacerdotes andinos que participaban en los rituales de esta deidad se travestían. Con respecto a estos chamanes, Horswell indica en su libro que «su vestimenta travesti sirvió como un signo visible de un tercer espacio que negociaba entre lo masculino y femenino, el presente y el pasado, los vivos y los muertos. Su presencia chamánica invocaba la fuerza creativa andrógina representada a menudo en la mitología andina”. El investigador Roland Álvarez Chávez, quien también ha publicado sobre el tema, indica que, dado que en la cosmovisión andina el factor espacio-tiempo es bastante importante para la representación, es muy probable que estas representaciones de un tercer género pudieran variar dependiendo del contexto y, por tanto, ser fluidas según su rol.
Del mismo modo que otras tradiciones no occidentales generaron términos para definir lo no binario, en los Andes estas crónicas nos dan cuenta de qhariwarmi, que a su vez viene de la unión de dos palabras en la lengua quechua: qhari (hombre) y warmi(mujer). Es un término que perdió uso a través de los siglos, pero que en los últimos años está siendo reivindicado por activistas LGBT de la región andina como un recordatorio de que han existido experiencias de vida y entendimientos sociales de la diversidad sexual en los Andes mucho antes de la llegada de los europeos. Es decir, estos activistas están conectando saberes del pasado con experiencias del presente que, si prestamos atención, han seguido vigentes en la danza, las costumbres y la música. Pero si de pronto el siglo XVI se siente muy lejano, también hay ejemplos un poco más cercanos, como las conexiones del travestismo y lo queer con las danzas andinas de la Morenada en el altiplano (Puno, Bolivia y norte de Chile) y la Tunantada en el valle del Mantaro (Jauja).
Así, la próxima vez que alguien sugiera en tono despectivo que la diversidad sexual es una “cosa del extranjero”, podemos señalar, entre muchas otras cosas, que las crónicas históricas refutan este prejuicio. Celebrar y reconocer tradiciones no occidentales de lo LGBT es, además, promover un entendimiento interseccional de las experiencias disidentes en la búsqueda de una sociedad más justa. Y que, como señaló la iniciativa Nación Marica, también se puede ser gay, indígena y marginal al mismo tiempo. Así, qhariwarmi —o qariwarmi— es otra manera de vivir e interpretar la diversidad sexual en nuestra sociedad.
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