Una breve respuesta aprovechando el reciente Nobel de Economía

Cesar Martinelli es profesor de Economía en la Universidad George Mason, en los Estados Unidos. Economista de la PUCP y PhD de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). Es fellow de la Sociedad Econométrica.
La pregunta del título es sencilla de comprender a simple vista: es evidente que existen grandes diferencias de productividad y de capital entre países. Sin embargo, considerando la difusión de ideas, de tecnología y de decisiones óptimas de inversión, estas diferencias deberían reducirse a lo largo del tiempo. ¿Por qué no ocurre así? Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, los tres ganadores del Premio Nobel de Economía de este año, proponen una explicación alternativa: los países que hoy son ricos tienen instituciones incluyentes, las mismas que permiten el acceso mayoritario a los derechos de propiedad y a las ganancias de la participación en la economía de mercado. Por el contrario, los países pobres suelen tener instituciones extractivas, destinadas a favorecer a unos cuantos. Para defender esta tesis, los galardonados han recorrido a la historia y argumentan, mediante métodos empíricos rigurosos, que los países colonizados por Europa recibieron diferentes instituciones y estas dependían de si el objetivo del país colonizador fue la extracción de riqueza mediante la explotación de la población original, o el transplante de población.
¿Por qué instituciones adoptadas hace siglos pueden seguir teniendo consecuencias hoy? Las instituciones extractivas son persistentes porque, aun después de la independencia, las élites pueden utilizarlas para enriquecerse. El poder político de las élites puede mantenerse de facto, aun si no existe de jure. En el libro Economic Origins of Dictatorship and Democracy (2006), dos de los tres ganadores, Acemoglu y Robinson, utilizaron un modelo de teoría de juegos para ilustrar las dificultades para democratizar una sociedad en la que la élite teme perder posiciones de privilegio. La democratización puede requerir una “ventana de oportunidad”, por ejemplo una crisis económica, durante la cual la élite puede preferir hacer cambios pacíficos para evitar el riesgo de una revolución.
Las instituciones excluyentes pueden haber dejado, además, un legado de desconfianza, exclusión, pocos servicios públicos, etc. En el libro Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (2012), Acemoglu y Robinson ilustran estas ideas utilizando, entre otras muchas historias, una visita a las provincias cusqueñas de Calca y Acomayo. Aunque ambas provincias del Cusco son aparentemente similares en geografía y población, la única diferencia histórica importante entre ambas es que Acomayo estuvo en el área designada para enviar trabajadores forzados bajo el sistema de la mita a las minas de Potosí. Hoy en día, Acomayo tiene una mucho peor conexión con la ciudad de Cusco y es mucho más pobre que Calca.
En trabajos como los reseñados y otros, los premiados han contribuido fundamentalmente a traer de vuelta la atención de la profesión económica a las grandes preguntas acerca del papel de las instituciones en el desarrollo económico, el legado colonial, y la conexión entre democracia y conflicto económico. Lo han hecho, además, combinando de manera original, rigurosa y creativa herramientas de la historia económica, la economía empírica, la teoría de juegos y del equilibrio general. Y, finalmente, han sabido comunicar sus ideas no solo a través de artículos académicos, sino mediante libros extraordinariamente bien escritos.
Algunos de los trabajos empíricos más citados de los premiados han sido cuestionados por otros autores, dando lugar a prolongados debates. Esto, creo, ha sido beneficioso. Lo que importa desde el punto de vista del conocimiento, en el fondo, son las preguntas y los métodos, más que los detalles de las respuestas, las que se pueden ir puliendo con el tiempo. Al haber hecho preguntas pertinentes y haber propuesto métodos para contestarlas, el trabajo de los premiados ha significado un salto adelante para la investigación económica.
Cabe decir que Daron Acemoglu es un gigante en la profesión. No solo es extraordinariamente prolífico, sino que ha contribuido en muchas áreas diferentes a la economía política. El comité del Premio Nobel bien pudo haberse visto tentado de premiarlo solo, como ha ocurrido en algunas ocasiones, lo que hubiera sido injusto y una mala noticia: reconocer la contribución de los tres coautores de los trabajos premiados acerca más a la Economía a ser una disciplina científica.
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