Innovación desde las comunidades indígenas en la perspectiva de la premio Nobel guatemalteca
Hace mucho tiempo, leí el afamado libro-testimonio Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1983), en el cual su autora, junto a la antropóloga Elizabeth Burgos, narra su compleja historia de vida en el contexto de la guerra civil guatemalteca. Un período marcado por abusos, muertes y desapariciones que afectaron dramáticamente a las comunidades indígenas. Menchú, nacida en la pequeña aldea de Chimel y de origen indígena maya k’iche’, se convirtió en una líder crucial durante ese difícil momento para su país. Su labor en justicia y reconciliación sociales, enfocada en los derechos de los pueblos indígenas, le valió el Premio Nobel de la Paz en 1992, un año en el que muchos celebraban los 500 años del supuestamente pacífico encuentro de “dos mundos”, ignorando el fenómeno con todas sus complejidades.
A pesar de que Guatemala es parte de nuestra América Latina, en aquel momento las historias del libro se sentían lejanas y distantes. Por un lado, esto se debió probablemente a mi falta de madurez y, además, a que en los inicios de los 2000 en Perú aún no existía una conversación pública extendida sobre la necesidad de reconocer la complejidad de nuestra propia historia nacional y de buscar la reconciliación tras años de violencia interna. Apenas en 2003 se publicaba el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), que sería disruptivo ante la enseñanza bastante unidimensional de nuestra historia.
Todavía enfrentamos muchos retos e incluso movimientos negacionistas sobre el legado actual del colonialismo y el racismo. Sin embargo, hoy tenemos más perspectiva para entender que fenómenos como las esterilizaciones masivas o las desapariciones de grupos vulnerables respondieron a ideologías autoritarias que no solo ocurrieron en Perú, sino que se replicaron en diversos países de la región. Menchú, junto con otras líderes mujeres, ha seguido impulsando el debate sobre la necesidad de justicia y reconciliación. Y ahora, en 2024, la misma autora cuyas palabras y reflexiones admiré a través de libros y charlas, estaba frente a mí en persona, y yo tenía el honor de moderar una presentación que ofrecería.
Menchú visitó recientemente las universidades de Harvard y MIT para compartir su inspiradora historia de vida y trayectoria, pero también para hablar sobre los proyectos en los que ahora está involucrada. Porque, claro, después de ganar un Nobel, la vida continúa: actualmente es profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y dirige una fundación, entre otras actividades. Un punto clave que resaltó durante la conversación fue la relevancia de la innovación indígena. Ella mencionó que desde la perspectiva del derecho, explora formas de que este refleje las necesidades y creatividad de los pueblos indígenas. Al escucharla, recordé que la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual —WIPO, por sus siglas en inglés— ya está investigando formas de proteger prácticas, productos y saberes de comunidades indígenas, beneficiando al país de origen. Menchú también habló sobre la salud y la medicina tradicional, y de la necesidad de integrarla con la medicina occidental. Este tema me recordó a Wuqu’ Kawoq, una iniciativa que, en alianza con la Escuela de Medicina de Harvard, trabaja con parteras indígenas en Guatemala y desarrolla aplicaciones móviles y estudios de medicina intercultural.
La presencia de Menchú en la sala era, sin embargo, el mayor testimonio de innovación desde las comunidades indígenas: una voz que por mucho tiempo fue silenciada y ninguneada, pero que, tras una ardua lucha por hacerse escuchar, ahora impulsa temas cruciales en la agenda de la sociedad, la academia y los grupos comunitarios. Voces como la de Menchú todavía están poco representadas, por lo que el reto sigue presente en cuanto a quiénes escuchamos al diseñar políticas públicas e imaginarios sociales. Al concluir la charla, después de despedirme de la doctora Menchú, reflexioné sobre cómo la historia que leí hace años ahora era narrada directamente por su autora. Pensaba en cómo, a pesar de lo vivido, su energía se centra en construir e innovar desde sus saberes tradicionales. Este mes de octubre, en que se conmemora el Día de los Pueblos Indígenas, es aún más necesario recordar a más voces como la de Rigoberta Menchú, haciéndolas visibles en los espacios de decisión y análisis.
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