Sobre las mudanzas que destruyen el sueño de construir una biblioteca personal
Es junio de 2021 y estoy decidido a dejar la capital por tiempo indefinido. La consigna es viajar ligero, trabajar virtualmente y de a pocos conocer el Valle Sagrado de los Incas. Un cliché pandémico por donde se lo mire, pero ahí voy, entusiasmado por el cambio de paisaje. Me despido del cuarto que alquilo en el departamento que comparto con dos amigos. Vendo mis muebles. Organizo el resto de mis pertenencias en cajas y llamo a distintas empresas para preguntar cuánto cuesta alquilar un depósito mes a mes. El precio es imposible. Si fueran apenas un puñado de cajas, a lo mejor, pero son treinta. En cinco, he logrado meter la ropa que no necesito, los discos que hace años no escucho, las cartas, los documentos, los objetos. En las otras veinticinco he apretado los libros. Mi pequeña biblioteca —lo que hasta entonces pensé que era una pequeña biblioteca— amenaza con tirar abajo el deseo de abandonar la ciudad.
La idea es delirante. Quiero un depósito que pueda visitar, sin restricción, cada vez que algún evento me traiga de regreso a Lima. Solamente así podré devolver a mis cajas los libros que haya leído en cada viaje y sacar otros que tenga pendiente. Las cajas funcionarán de la misma forma en que funcionaron las repisas de mi antigua habitación. Para hacerlo más fácil, he organizado los libros y las cajas con rigurosidad. No solo por géneros (narrativa, poesía, teatro, ensayo, etc.), no solo alfabéticamente, sino además en una división nunca antes hecha, ad hoc mi nueva versión nómade: libros leídos / libros no leídos.
Dejo atrás la visión independiente y digna de alquilar un depósito propio, y avanzo hacia el plan B: pedir uno prestado. Mi abuelo es el primero que me brinda una esquina del suyo. Duramos medio año en esa dinámica extraña en la que cada dos meses aparezco en la ciudad para pedirle la llave y cambiar libros leídos por libros pendientes. Después, él también deja su departamento (y su depósito adjunto) y a mí me toca buscar a otra persona que me quiera lo suficiente. La madre de mi amigo S aparece como ángel salvador y entonces paso a vivir mi dinámica extraña con ella y con S, a quien contacto cada par de meses para entrar al depósito de su madre y visitar mis cajas.
La primera temporada de mi viaje acaba cuando en uno de mis breves regresos a Lima conozco a L. Ahora, la consigna es vivir nuevamente en la capital hasta convencerla de que se venga conmigo al Valle Sagrado. Me mudo al departamento que alquilan mi hermano y su novia A mientras pongo en marcha ese plan, y en paralelo comienzo a pensar qué hacer con mis libros. De nuevo, debemos viajar ligeros. Mi proyecto romántico: mudarnos a una casa amoblada en Urubamba; antes de dar pasos más rotundos, ver cómo nos trata la convivencia. Todavía no tiene caso pensar en mandar todas mis cajas por camión a Cusco.
Nace así la segunda idea delirante: saco mis libros del depósito de la madre de S y los traigo al departamento de mi hermano para prepararlos. Voy a repartirlos entre mis amigos hasta que la transitoriedad acabe. Más adelante, regresaré por ellos, pero ahora quiero que tengan vida, que se lean, que los toquen. Me parece absurdo mantenerlos en cajas, respirando apenas, esperando mis regresos, en los que únicamente traeré a la superficie dos o tres y los demás tendrán que acostumbrarse a la oscuridad. Para prevenir posibles pérdidas, escribo mi nombre en cada uno, en la página treinta y tres, la edad que tengo entonces. Calculo que ningún amigo lector se atreverá a arrancar una página tan avanzada solo para robarme alguna edición.
Los meses avanzan y mi plan de convencer a L da resultado. Nos iremos al campo y la fecha de nuestra mudanza a Urubamba se acerca. Ya he conseguido algunos candidatos, padres adoptivos que sepan aprovechar y cuidar mis libros. La idea se siente más o menos sólida pero también bastante estúpida. Prestar un libro es arriesgarse a perderlo, y ahora yo voy a prestarlos todos. Al enterarse, mi amigo S me convence de que se trata de una locura. Ofrece otra vez el depósito de su madre y logra consolarme: la convivencia con L funcionará y en poco tiempo nos mudaremos a una casa permanente para la que compraré estantes y repisas. Antes de llegar a extrañarla, mi biblioteca estará de nuevo conmigo.
Y así sucede. Luego de medio año en una casa temporal, L y yo decidimos quedarnos a vivir en Urubamba y buscamos una oferta en el mercado de viviendas sin amoblar.
Entonces la mudanza es total: L y yo y nuestros libros nos instalamos en una casa campestre, preciosa y trágicamente barata en la que mi biblioteca recupera su vida.
Han sido dos años en este nueva etapa, compartiendo lecturas, releyendo, comprando nuevos libros, encontrando nuevos rincones donde organizarlos. L se ha encargado de hacer de nuestro hogar un espacio encantador, lleno de plantas, cuadros y decoraciones que se inventa a ritmo alucinante, pero los libros también han hecho su parte.
Hay un placer multidimensional cuando uno recorre la biblioteca propia: sensaciones, anécdotas, ilusiones, recuerdos, decepciones, la historia personal tejida en los ejemplares leídos y sus marcas y sus daños; en aquello que falta: los libros que quisiéramos y no tenemos aún; y en todas las páginas aún por leer: esas promesas que firmamos, imprudentes, aquella vez en que compramos obras para las que todavía no estábamos listos pero que queríamos de inmediato en casa.
Han sido dos años, pero ahora, de nuevo, una mudanza aparece en el horizonte. Esta vez, bastante más complicada que cualquiera de las anteriores. Cruzaremos el Océano Atlántico, nos instalaremos en Madrid, no sabemos cuándo vamos a regresar. Queda menos de un año para organizar el viaje y yo ya me vengo preparando: le he expropiado su iPad a L y he descargado cerca de ocho mil PDF «alternativos» de un chat clandestino de Telegram. Está clarísimo que los libros físicos no atravesarán el gran charco con nosotros. Su suerte es aún imprecisa. Cada tanto surge la conversación, pero también se apaga rápido: no queremos enfrentar el destino irrefutable.
Venderlos, regalarlos, repartirlos. No verlos más.
Busco opiniones entre los amigos que ya vivieron una migración parecida y la respuesta es siempre la misma: conseguir un espacio en la casa de algún familiar, dejarlos ahí hasta volver por ellos más adelante. Pero yo ya he pasado por eso.
Y, además, existe la posibilidad de nunca volver.
Comienzo a despedirme, los miro en sus repisas, reviso mis favoritos, encuentro dedicatorias que pronto cambiarán de dueño, los toco como si pudieran sentirme.
Al rato, recapacito y veo lo que verdaderamente son: impresión sobre papel, archivos de computadora reproducibles en miles de ejemplares idénticos. Me rehúso a convertirme en un hombre nostálgico. Voy a abrazar, una vez más, el viaje ligero, sin tanto lamento ni patetismo.
Todo parece cobrar sentido hasta que percibo algo extraño en uno de los estantes. Donde los lomos apenas deberían calzar encuentro una holgura. Repaso de arriba abajo cada repisa, buscando lo que falta. Pregunto a L y ella no recuerda. No puede confirmarme si es solo una impresión mía o si acaso de verdad hubo allí un libro que ahora no está, entre Piel de hombre lobo de R. L. Stine y La agonía y el éxtasis de Irving Stone.
Antes de acostarme, todavía inquieto por el mal presentimiento, visualizo finalmente al desaparecido.
¿Quién carajo me ha robado mi Drácula?
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precioso articulo. Me paso lo mismo!!!! pero fui incapaz de escribir el proceso de duelo como tu lo has hecho. Gracias. Mis libros fueron guardados en cajas por unos 20 anhos luego parte de los envie en maletas a holanda, anos despues despues parte de ellos regresaron a Lima …primero en chorrillos y ahora en miraflores. Actualmente me estoy trayendo los mas queridos a holanda de nuevo. Me acompanan , me arropan y me siento en casa con ellos. Home is where your book are. inevitablemente, se pierden, se quedan en alguna casa, los regalas. Acepta no mas la pérdida. Es muy bueno para tu espiritu y para tu intelecto.
Creo que mi historia acabará siendo muy parecida a la tuya.
Me fascinó su historia y le deseo feliz desenlace libresco.
Después de mucho tiempo, retomo la lectura de estos escritos en Jugo. No es que me falte tiempo, es que lo uso tontamente en youtube. Pero, lo que si es cierto, es que vengo salvando y guardando en diferentes cajas y lugares los libros de mis padres, que casi son mal regalados en mudanzas y duelos, después de sus partidas al cielo, donde sobretodo mi madre debe estar releyendo sus libros una y otra vez, por esa hermosa ocurrencia durante su tiempo en vida, de olvidarse haberlos leido. Y se suman los propios, escolares, universitarios, adulto mayoristas y casi viejistas ahora. Han sucumbido algunos a inundacione por roturas de cañería de abasto de baños del primer piso, o llenuras de agua de sótanos de garage. Ahi vamos con ellos, salvados. ¿Qué irá a pasar cuando me vaya al cielo de mis padres lectores? Sucumbirán al olvido, al regalo inescrupuloso o a la salvación de las manos de algún sobrino o sobrina lectores…. Dios lector de por medio, caigan en mejores manos de alguna niña ávida de cultura, como esta irresponsable lectora.
Cruzo los dedos por tus libros.