Perfil del indeseable 


Tres consejos para no votar por congresistas que luego va a repudiar


Augusto Effio (Huancayo, 1977). Abogado y escritor. Su último libro es la novela «Nuestros venenos» (Peisa, 2024).


¿Cómo es que hemos quedado a merced de las Patricias Chirino, las Adrianas Tudela, los Alejandros Cavero, los Waldemares Cerrón, las Marías Agüero, los Guidos Bellido, los Eduardos Salhuana? ¿Cómo es que los destinos de este país se deciden en el patio de juegos de esa poco infantil recua de casi iletrados llamada “Los niños”?

¿Quién los eligió en su momento? ¿Y a quiénes representan hoy en día? Poco importa si dicen ser de izquierda o de derecha, si se hicieron del escaño enarbolando reclamos progresistas o libertarios, si dicen estar del lado del pueblo oprimido por la gran empresa o del empresariado arrinconado por el Estado ineficiente. Todos son radicales en su discurso y monolíticos en sus acciones y omisiones: su propio beneficio.

¿Qué podemos hacer quienes no comulgamos con su codicia, su indolencia y su descaro? Si es que no han terminado de destruirlo todo antes del 2026, quizá debamos anticiparnos a no persistir en el error. Quiero creer que quienes los repudiamos somos mayoría. Descontando la corte de oportunistas y comechados que se alimentan de sus detritus, debe ubicarse una gran masa de incautos, sorprendidos, traicionados, despistados, ciudadanos que ya no están dispuestos a comprar otorongo por liebre.

A falta de candidatos ideales, cuando menos podemos esbozar el perfil del(a) indeseable a quien hay que colgarle todos los cascabeles de alerta para que el prójimo confundido o abúlico pueda identificarlo a tiempo:

  1. El discurso debería ser la primera señal. Desconfíe de quienes tengan en la lengua el gatillo fácil de la descalificación ramplona, de quien evite el diálogo o el sano intercambio de ideas colgándole al otro el sambenito de moda. Ojo, no solo me refiero a quienes acusan a cualquier ser vivo que no piense como ellos de “caviar” o “mermelero”, esta advertencia también aplica a quienes escupen a la primera provocación un “facho” o “neoliberal”. “Confía en aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado”, decía André Gide, y esta máxima también aplica a la retórica de los políticos.
  1. Otro dato que, a estas alturas, ya no puede tener el perdón de la ignorancia, es el de los grupos de interés. En buen cristiano, a qué santo le reza el candidato, qué cacique paga su lanza y su armadura. Los nichos del poder y sus clientelas se han atomizado al punto que, de seguir así, cada chofer de combi pirata reclamará un congresista bajo sus órdenes. No basta con alejarse de los obvios estandartes de las mafias que hoy nos gobiernan. Ese anodino señor con cara de buena gente por el que pienso votar podría ser el cajero de la minería ilegal o este otro, tan dicharachero y entrador, defensor de policías robacombustibles. 
  1. Por último, no podemos dejar de lado las supersticiones que crecen como mala hierba alrededor de la función parlamentaria. Que no le engañen. En ciertas materias, este país no necesita más leyes. El próximo Congreso debe escribir menos y borrar más. Deseche a cualquier candidato que crea capaz de pasar por aplicado promoviendo la ley que reivindica los derechos del afilador de cuchillos o de integrar la comisión que honrará al creador del hueco de los picarones. Pero no se conforme con esta muestra de decoro mínimo. Procure tener la certeza de que la persona que reciba su voto acuda con la firme voluntad de derogar las leyes que este Congreso ha fraguado con el único fin de apañar sus chanchullos o de pagar favores a sus financistas. Todos sabemos cuáles son.

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