Un testimonio sobre el peso de la historia y la energía de la transformación
Vuelvo de la Ciudad de México, uno de los lugares donde alguna vez viví y al que siento como un hogar más. Amigos queridos y colegas me acompañaron a presentar mis libros y una de ellas —que se acaba de mudar a esta gran metrópoli— me confió que ya se siente en casa, en gran parte por la gran cantidad de similitudes culturales. A peruanos y mexicanos nos hermana mucho más que el idioma, hay una sensación de familiaridad, una experiencia histórica compartida.
Hoy, además, ambos países tenemos presidentas, algo que hace unos treinta años no hubiese sido ni imaginable en dos sociedades tan machistas y donde aún esta normalizado el abuso de género y el feminicidio campea. Sin embargo, las circunstancias de Claudia Sheinbaum y Dina Boluarte no podrían ser más diferentes. La primera ha sido elegida con una amplia mayoría y se ha convertido en la cabeza visible de la llamada “cuarta transformación”, mientras que la otra reemplazó al presidente Pedro Castillo cuando este intentó dar un golpe de Estado y hoy gobierna con nula popularidad, con la anuencia del Congreso, y de espaldas a la mayoría de los peruanos que expresan en las encuestas la total desaprobación a su gestión.
En mis conversaciones en México noté, por un lado, un inmenso entusiasmo por la nueva presidenta, pero también un temor y reticencia por su cercanía a su predecesor y, sobre todo, por su falta de capacidad —o deseo— de oponerse a su medida más controversial: la Reforma Judicial. Aprobada en las últimas tres semanas del mandato de Andrés Manuel López Obrador (AMLO),esta reforma implica un cambio total del sistema de justicia mexicano. La idea es sacar a quienes han ganado sus plazas por concurso de mérito y reemplazarlos por 1.600 ministros, jueces y magistrados elegidos por voto popular, a la vez que se reduce el tamaño de la Corte Suprema y se crea un órgano de administración judicial y un tribunal de disciplina. Este artículo publicado en El País explica con mayor extensión lo que se está planteando.
La primera impresión puede ser que esta es una gran manera de democratizar el sistema de justicia, pero, como explica el jurista y especialista en la historia del diseño institucional en la región Roberto Gargarella, esto no es más que un espejismo: votar por un magistrado y darle una posición por diez años no es más que una medida populista, ya que quien eligió a ese juez no ha decidido cómo llegó a esa lista, ni puede en esos diez años asegurarse de que obrará de una manera con la que esté de acuerdo. En esta entrevista, Gargarella deja muy en claro que la democracia es lo que sucede entre una elección y otra, y que los sistemas institucionales deben proteger a los ciudadanos. Votar más, o por más designaciones, no implica necesariamente que una institución sea más democrática.
Gargarella nos recuerda también que, en gran parte, se trata de una venganza de AMLO contra la Corte Suprema mexicana, que le impidió tanto el control sobre las medidas energéticas como el aumento de la militarización. En un país atravesado por la violencia ligada al narcotráfico todo esto se hace aún más problemático: si los jueces y magistrados son elegidos popularmente, ¿acaso eso no abre la posibilidad a que, al igual que ha pasado con los representantes, los intereses de las economías ilegales ahora se hagan también de la justicia? El jurista argentino apunta a otro problema de la propuesta: el control político que se podrá ejercer sobre la justicia a través de los comités de selección y los tribunales de disciplina.
Inicialmente, muchos pensaron que la presidenta le seguía la línea a su predecesor porque había llegado al poder con su anuencia. Recordemos que en México no existe la reelección, así que muy pronto AMLO decidió que Sheinbaum sería su sucesora y su gran popularidad tuvo mucho que ver con el ascenso de la científica, a quien muchos califican como poco carismática. Sin embargo, a pesar de haber sido inicialmente cautelosa en su apoyo a la reforma judicial, hoy la apoya con toda su energía. Hace tan solo un día declaró que la Reforma Judicial no puede parar.
Esta misma semana que estuve en México también estuvo en boca de todos el tema de las disculpas que AMLO le pidió al rey de España por la Conquista. Como estas no llegaron, Felipe no fue invitado a la toma de mando, una de las actividades de representación que le corresponden. La pregunta que me hago es ¿por qué tendría que pedir perdón un monarca constitucional que no es más que la cabeza visible de una nación y que no toma decisiones? ¿Qué tiene que ver un descendiente de la casa de Borbón sobre unos eventos que sucedieron hace más de 500 años, cuando el reino de España recién emergía con la unión de los reinos de Castilla y Aragón? ¿Se puede realmente pedir disculpas por algo como la Conquista?
Esto nos trae también al manoseado debate de si lo que existió en América fueron reinos independientes y virreinatos en vez de colonias. Hace treinta años, durante el Quinto Centenario, este tema parecía haber sido superado, pero hoy ha resucitado gracias a la extrema derecha y a Vox. Decir que no fuimos colonias porque en el nombre no se nos mencionaba de esa manera es como pensar que la República Democrática Alemana (Alemania del Este) o la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) fueron o son democráticas porque lo dice su nombre.
El sistema político y económico que se desarrolló en la América hispana fue diseñado para beneficiar a una minoría, en gran parte al Rey, a su corte y a la economía peninsular; pero también a las élites americanas, tanto españolas como indígenas, que hicieron posible que durante casi trescientos años ese sistema funcionara. Hace doscientos años nuestros países se hicieron independientes y hemos ido intentando hacer cambios en esos diseños institucionales, con mayor o menor éxito. Hoy, en México hablan de una cuarta transformación, la cual se supone que sigue a la primera de la Independencia, a la segunda de la Reforma y ala tercera de la Revolución.
El problema es que hoy como ayer esos cambios pueden parecer democráticos, cuando en realidad concentran el poder aún más. Nos queda como ciudadanos seguir llamando la atención sobre estas contradicciones.
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