Una sopita criolla de ficción para el alma
Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos Ilustres, Peruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.
Como peruanólogo, hace unas semanas me enteré de una noticia lamentable: el osito Paddington no fue ideado originalmente como peruano. El autor del libro que le dio la vida, Michael Bond, pensó que un oso tenía que venir de tierras oscuras, inhóspitas y salvajes, de modo que, con su imaginación, lo hizo nacer en África. Solo cuando tras la primera revisión le informaron a Bond que en dicho continente no hay osos fue que decidió que Paddington debía provenir de un lugar igualmente exótico y no menos salvaje. De modo que lo hizo vivir junto a sus tíos Pastuzo y Lucy en el darkest Peru en lugar del hiperracializado darkest Africa.
Otras de las cosas de las que me enteré ha poco en mis impenitentes búsquedas peruanistas, hojeando libros apolillados, es que Dark Passage, el clásico del cine noir americano con las magníficas apariciones de Humphrey Bogart y Lauren Bacall, no habla de Paita, en el Perú. Para que lo recuerden, al final de la película, cuando Bogart decide finalmente huir de una justicia que le es esquiva, llama por última vez a Bacall y le dice que repita con él el nombre de la ciudad del Perú a donde deberá alguna vez ir a buscarlo. “Paita” dice él con su fuerte acento americano, repetido en el mismo registro por la ronca y sexy voz de Bacall. Pues en la novela de David Goodis, la escena final es similar —hasta allí, pues sabemos que Bogart y Bacall terminan bailando abrazados una especie de bolero frente al mar, en un bar de reminiscencias tropicales en el que se escucha también guaracha o algún otro ritmo que suena más bien caribeño—, aunque curiosamente la ciudad a la que se refieren los protagonistas no es Paita sino Patavilca (sic).
¿Por qué ese cambio, si ambos nombres de ciudades del norte peruano suenan seguramente igual de exóticos e impronunciables para artistas hollywoodenses? Eso no lo sabemos. Lo que sí se conoce es que Ernest Hemingway desembarcó alguna vez en Paita, y de ahí fue a Cabo Blanco, lugar de moda entre socialités que buscaban pescar merlines blancos de dimensiones legendarias. Que se sepa no llegó nunca a Pativilca (ni a Patavilca, dicho sea de paso), aunque sí a Lima, y más precisamente a los salones del hotel Bolívar, donde, según el mito, ostenta el récord del extranjero que más pisco sours catedral bebió en su bar.
Otro que llegó documentadamente al Perú y debió haber sucumbido al pisco fue Herman Melville. Arribó un siglo antes que el autor de El viejo y el mar, y se sabe que recaló en el Callao para luego dar un paseo por la capital, lo que le ayudó a describirla en el capítulo 42 de Moby Dick, donde dejó la famosa frase “No son solo estas cosas las que hacen de Lima, la sin lágrimas, la ciudad más extraña y triste que puede verse”.
Melville también escribió ‘Benito Cereno’, una historia con alcances reales, en la que se describe el traslado de esclavos requeridos para las faenas agrícolas hacia Lima y Sudamérica en el siglo XIX, así como la extraña relación que existe entre Cereno, el capitán de la nave Santo Domingo, y su fiel ayudante negro Babo. Además, como buen marinero aficionado a las espirituosas, Melville advirtió los peligros del consumo de nuestra bebida en su cuento ‘La isla de Norfolk y la viuda chola’, del libro Las encantadas, en el cual atribuye al pisco consecuencias nefastas tras su consumo, aunque también la posibilidad de tomar decisiones valientes —aunque poco lúcidas, que es probablemente lo que sea la valentía, finalmente— como animar a alguien a lanzarse al mar para salvar a una peruana viuda con aparentes deseos suicidas.
Hay muchas otras historias dark en el Perú literario —aunque también hay relacionadas con el oro, riquezas y aventuras inspiradas en las leyendas que evoca nuestro pasado histórico—, de eso no queda duda, y no tienen que ver únicamente con el triste cielo limeño, con la oscura profundidad de nuestra Amazonía, ni con bebidas espirituosas. En estos momentos en que las noticias de una nueva y absurda guerra en el mundo, la inseguridad ciudadana, la política, la economía y hasta el fútbol nos hacen pasar por un estado dark, mejor buscar alivio en las historias de ficción; al menos sabemos que esas terminan sencillamente con un punto final.
Para no terminar tan dark, es bueno saber que justamente hablando de libros, hace unos pocos días se aprobó la nueva Ley del Libro que incluye exoneraciones pero sobre todo medidas que apuntan al fortalecimiento del ecosistema del libro y al fomento de la lectura. Bien por este paso del Ministerio de Cultura y por todos quienes creemos en el poder transformador de los libros. Pensemos en los nuevos lectores y que ellos sean nuestro verdadero punto final.
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