¿Qué sociedad nos espera si seguimos castigando a los niños con nuestra homofobia?
El video fue grabado en nuestra Amazonía y se viralizó este fin de semana: un pequeño que grita y llora ante dos jóvenes que lo arrastran sobre una alfombra de plantas, mientras otros niños los observan. Esas plantas son ortigas, y al contacto con la piel generan gran escozor e inflamación por varios días. Un castigo violento y cruel.
El video fue compartido por Euner Kajeku, un joven awajún que pasó por lo mismo cuando era niño. Fue grabado en una comunidad awajún en la provincia de Bagua, en el distrito de Imaza. Euner explica que esos castigos se imponen a los niños “amanerados” para que puedan “mejorar su comportamiento”. También nos explica la lógica perversa detrás: “Como eres indígena, debes comportante como un varón. Y es por eso que lo están pegando: lo están castigando severamente”.
Lo que vemos en ese video tiene todas las características de ser una práctica de conversión.
Las prácticas de conversión, también conocidas erróneamente como «terapias de conversión», son intervenciones que buscan cambiar o suprimir la orientación sexual, identidad, o expresión de género de personas LGBT+. Estas prácticas, que incluyen desde actividades religiosas hasta seudotratamientos psicológicos o psiquiátricos, están fundamentadas en la falsa creencia de que ser lesbiana, gay, bisexual o transgénero es una enfermedad o condición que puede y debe curarse o corregirse.
Un pastor que realiza un exorcismo para sacarle el diablo a una mujer para que deje de ser lesbiana. Un psiquiatra medicando a un adolescente gay para intentar controlar su libido. Un psicólogo insistiéndole a un chico bisexual que algo debió pasarle de chico para tener “esas tendencias” y que requiere más terapia para corregirse. Una profesora castigando a una alumna porque se enteróde que es trans. Y claro: un niño arrastrado entre ortigas sin que nadie lo ayude.
Los ejemplos abundan. Como señalamos en un artículo anterior, este fenómeno se encuentra documentado alrededor del mundo por informes como el de Outright International (2019), el de ILGA (2020), y el del experto independiente de Naciones Unidas(2020). En el Perú, hay un informe de investigación pionero de las periodistas Melissa Goytizolo y Fabiola Torres para Ojo Público (2019). También fue visibilizado en un informe sobre salud mental de Más Igualdad Perú (2020), donde se señala que 4 de cada 10 personas LGBT+ encuestadas habían sido objeto de alguna de estas prácticas, la mayoría de ellas cuando todavía eran menores de edad.
En los casos documentados, se ve que no es necesario que la persona sea efectivamente LGBT+: basta con que lo aparente o se tenga sospechas al respecto. Es posible que este sea el caso de este niño awajún. Cualquier persona que haya visto o sufrido bullying homofóbico en la infancia puede imaginar posibles causas, todas arbitrarias: ¿no le gusta jugar fútbol? ¿Se le ve amanerado? ¿Lo encontraron jugando con las muñecas de la hermana? ¿Le gusta el color rosado? La simple sospecha prejuiciosa lo vuelve víctima de estas prácticas inhumanas.
Evidentemente, las prácticas de conversión no funcionan. Está más que claro a nivel de evidencia científica. Pero que estas “terapias” no funcionen no las hace inofensivas. En un pronunciamiento firmado por colegios y asociaciones de psicólogos de América Latina y el Caribe se señala que “están plenamente documentados los daños a la salud mental que pueden generar estas prácticas en las personas LGBTIQ que son sometidas a ellas: depresión, ansiedad, ataques de pánico, problemas de autoestima, ideaciones suicidas, por señalar solo algunas de ellas”.
En el caso del niño awajún del video, hay responsables directos de lo ocurrido que deben ser identificados y sancionados, mientras se le brinda la atención psicológica y la reparación adecuada a la víctima (esperemos que no salga el ministro de Educación, Morgan Quero, a decir que estas también son prácticas culturales). Y no cometamos el error de pensar que esta es una situación excepcional: mientras exista intolerancia hacia las personas LGBT+, mientras se nos considere ciudadanos de segunda clase, existirán prácticas de conversión y otras formas de violencia. Ninguna persona está a salvo. Ni siquiera los niños.
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