Tras asomarse a la ventana, grandes razones para ir al 2o Festival de Ciudades Verdes
Soy una de esas peruanas afortunadas: en mi calle abundan los árboles, y cuando despierto cada mañana y me estiro frente a la ventana para que el sol active mis células retinianas, veo verde.
Mi cuadra alberga hasta diez especies distintas de árboles, un indicio de que aquí el paisajismo urbano nunca fue planificado. En la primera esquina, se erige un majestuoso ceibo (Ceiba speciosa) que, con su tronco verde y espinoso, parece defenderse de las agresiones de la ciudad. Más allá, árboles jóvenes compiten por los nutrientes del suelo y disputan la luz solar en una de las veredas. Una imponente acacia (Delonix regia) nos regala sombra en los veranos cada vez más intensos y, al final de la primavera, decora el cielo con una brillante melena de flores rojas, creando un espectáculo visual característico de algunas calles de Barranco, Lima. Una generosa mora (Morus nigra) cubre el camino con sus frutos dulces y, a su lado, un altivo molle costeño (Schinus areira), conocido por algunos como falso pimentero, nos ofrece racimos de frutos rojizos que a menudo utilizamos para aromatizar nuestros platos. Nativo de esta región, mantiene su fragante follaje perenne sin competir con una cercana jacarandá (Jacaranda mimosifolia) que solo lo supera en belleza cuando se cubre de tupidas flores violetas, rememorándonos lejanas calles argentinas.
Desde la acera de enfrente, las ramas extendidas de otras especies arbóreas parecen querer alcanzar a sus vecinas, como si intentaran abrazarlas en el aire. Entre ellas, un viejo y robusto eucalipto común (Eucalyptus globulus), con su corteza desgastada por los años, nos recuerda la asombrosa capacidad de algunas especies para adaptarse a las condiciones climáticas más diversas. Basta con que tengan agua. Más allá, la tipa de oro (Tipuana tipu), nativa de Sudamérica, se alza soberbia hacia el cielo. Florece en primavera y verano cuando, con sus diminutas flores amarillas, cubre el triste asfalto gris con una luminosa alfombra dorada. A unos pasos, el torcido tocón de un viejo molle serrano (Schinus molle) nos recuerda aquel día ventoso en que sucumbió ruidosamente al peso de los años (y al descuido municipal). Ahora adorna la acera como una gran escultura vegetal, mientras, a su lado, una pequeña fila de troncos grises y rugosos de nativos australianos (Grevillea spp) evoca los épicos viajes vegetales desde territorios y tiempos lejanos.
En una cuadra, en solo 100 metros de esquizofrénico espacio urbano, este fresco mundo vegetal alberga y da vida a un fascinante universo de vida silvestre: aves —he contado doce especies desde mi ventana—, menudos roedores, insectos polinizadores, y hasta pequeños mamíferos. Un mundo de biodiversidad urbana que aún no sabemos valorar.
En años recientes, el interés por el mundo secreto de los árboles ha dado lugar a inesperados éxitos editoriales. Si quieres explorarlos, encontrarás una abundante literatura científica y popular sobre el tema. En La vida oculta de los árboles: lo que sienten, cómo se comunican, Peter Wohlleben, guardabosques alemán, nos cuenta cómo los árboles intercambian información, formando comunidades, un tema que profundiza Suzanne Simard, ecologa forestal quien, en Finding the Mother Tree: Discovering the Wisdom of the Forest, relata sus estudios sobre la importancia de las «madres árboles» en el ecosistema forestal. Si tu vocación es más biológica, Colin Tudge en La historia natural de los árboles ofrece un detallado análisis sobre la biología de los árboles, su evolución y su importancia en los ecosistemas, mientras en Los árboles: una historia del mundo, Peter Walker explora su papel en el desarrollo de las civilizaciones.
El próximo viernes, en el marco de la Semana Nacional Forestal, comienza el 2o Festival de Ciudades Verdes y Bosques Urbanos en el skate park del distrito de Pueblo Libre. Convocado por la Asociación Ciudad Viva, el Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) y con el apoyo del US Forest Service, es una cita ideal para celebrar la belleza de nuestros árboles, aprender a reconocerlos y valorarlos, o unirte a una creciente comunidad de aprendizaje sobre la importancia de la forestería y la biodiversidad urbana. Tendrás la oportunidad de plantar un pequeño bosque urbano al estilo Miyawaki, reconocer las aves de tu barrio y calcular el carbono que los árboles almacenan. O, simplemente, podrás disfrutar de un baño de bosque y meditar bajo frondosas copas.
Una gran oportunidad para un respiro de calma en la vorágine de la ciudad y, tal vez, una invitación para mirar tu calle con otros ojos.
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