Un gran novelista y escritor de cine nos confiesa los recorridos mentales que toman sus ideas

Guillermo Arriaga es un narrador y cineasta mexicano de prestigio mundial.
Suyas son las historias de las celebradas películas «Amores Perros» (nominada al Óscar a Mejor Película Extranjera), «21 Gramos» (nominada a Mejor Guion Original en los BAFTA), «Los tres entierros de Melquíades Estrada» (ganadora del Mejor Guion en Cannes) y «Babel».
Ha sido premio Mazatlán de Literatura 2017 por su novela «El Salvaje» y premio Alfaguara de Novela 2020 por «Salvar el fuego».
No pocas veces me han preguntado cómo decido si una historia debe ser desarrollada para una película o para un libro. Para empezar, quizás sea necesario aclarar que ambas alternativas me parecen literatura. Así como el teatro es dramaturgia, también lo es el cine. Sí, en cine la obra final es la película, pero dentro de sus entrañas late la historia. Y así como una obra de teatro puede ser modificada radicalmente en la puesta en escena, de igual manera ocurre con el libro cinematógrafico. Me opongo, también, a la palabra “guion”. Es una palabra despectiva que reduce una obra a una simple guía. Antes, se le denominaba libro cinematográfico. Con la llegada de los noticiarios de televisión, donde sí era una guía, se empezó a usar para denominar la obra cinematográfica. Por lo tanto, también me opongo al uso de la palabra “guionista” y he propuesto el uso de “escritor de cine”.
Vuelvo, entonces, a la pregunta original: ¿qué me hace decidir que una historia se transforme en película o en libro? La respuesta para mí, que de ninguna manera generalizo, responde al punto de vista. Cuando una historia requiere ser narrada en primera persona, entonces es para libro. Si requiere de una tercera persona, será película. Me alegarán con razón que hay novelas escritas en tercera persona, cierto, pero en el momento en que el narrador nos dice: “Juan pensó” o “María sintió”, entramos ya al terreno de la primera persona. En cine, esa interiorización es compleja aún con el uso de la voz fuera de cuadro que relate en primera persona. Porque lo que termina por narrar son las imágenes, los rostros, las miradas, el espacio entre los personajes: una tercera persona, un observador omnisciente que contempla a la distancia. Cuando creo que se requiere mostrar el mundo interior de los personajes, elijo escribirla como libro.
Más allá del resultado final tras estas decisiones, me resisto a creer que las historias que uno no logra realizar, mueran. Pocos saben que la película Amores Perros fue, en principio, una novela fallida. Lo mismo ocurrió con 21 Gramos. Eran historias que no logré desarrollar lo suficiente y que abandoné a las pocas páginas. La historia de 21 Gramos empezaba en la novela con el personaje preguntándose qué hace ahí, en una sala de terapia intensiva, rodeado de otros que bordean la muerte. Esa misma escena fue la que llevé a la película. Lo contrario ha sucedido con la que será mi próxima novela: durante años la pensé como una película, pero cada intento de plasmarla en un escrito para cine no terminaba de cuajar. Finalmente, decidí que necesitaba de la interiorización de los personajes, de reflexiones y flujos de conciencia que serían imposibles de registrar en imágenes. Así, algunas historias que parecen material para novela, terminan siéndolo para cuento y viceversa. Hay historias concebidas para cortometraje que terminan por imponer una extensión impensada y terminan como largometraje, e igual ocurre al revés.
Por eso animo a quienes creen que una historia queda trunca al escribirse, que no la den por muerta. Las historias resucitan de las maneras más insólitas: en canciones, obras de teatro, cuentos, películas, novelas, cómics, óperas. Lo único que sucede con esas historias es que se mantienen en una estado larvario, en una especie de estepa congelada, solo en espera de que llegue su momento y hay que estar abiertos para cuando eso suceda.
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