¿qué dice la ciencia?
Cuando descubrí de niña que las mareas tienen una correlación con la Luna, quedé estupefacta. Me pareció mágico que un astro tan lejano pudiera influir en el subibaja del agua tibia de las playas donde iba a chapotear. Tal vez ese hallazgo fue uno de los primeros saltos evolutivos de mi conciencia. Existía, en el mundo, algo más poderoso que mi mamá y mi papá contribuyendo al orden de las cosas.
Ya de más grande y en calidad de estudiante, el fenómeno de las mareas formó parte del currículo de ciencias de la Tierra. Descubrí entonces que la fuerza gravitacional que ejercen la Luna y el Sol sobre nuestro planeta es la causa de que, rítmicamente, nuestros mares se inflen y se desinflen. En Tides: A Scientific History, David Edgar Cartwright desgrana la historia detrás de la comprensión científica de las mareas, desde el saber de civilizaciones muy antiguas. Diversos pensadores griegos, árabes, romanos, indios y chinos, incluyendo a Pitágoras y Aristóteles, establecieron la conexión entre las mareas y las fases de la Luna; pero tuvimos que esperar a Isaac Newton para una explicación científica completa y coherente, basada en su teoría de la gravitación universal.
Menos mágico me pareció el estudio de los astros y su correlación con la personalidad y el comportamiento humano, una pasión de mi profesora de filosofía e historia en el Instituto Experimental de Bollate de Milán, donde estudié. Entre lecturas sobre el pensamiento de Nietzsche y Kant, la docente nos endosaba unas buenas dosis de horóscopos. Quizás era su manera de lidiar con una manada de adolescentes atormentados, más proclives a prestar atención a las predicciones astrológicas de su futuro que a las divagaciones existencialistas de atormentados filósofos.
Confieso que, a lo largo de mi vida, he acudido a la lectura de mi carta astral en al menos una ocasión e irremediablemente leía el horóscopo cada vez que daba término a la sección cultural del periódico. Sin embargo, quizás por mi formación científica, siempre tomé sus predicciones con una buena pizca de incredulidad, una sonrisa o algo de sorna. Y no es para menos. Cuando una amiga redactora de notas de belleza en una revista de moda me confesó que también le encargaban la redacción del horóscopo semanal, mi ya frágil creencia en las predicciones de los astrólogos de revistas y diarios se desplomó completamente.
Según una fuente de Inteligencia Artificial, unos diez mil medios en el mundo publican cada día aseveraciones astrológicas sobre nuestro devenir. Esto incluye medios grandes y pequeños, globales y locales, impresos y digitales, en diferentes idiomas y formatos. También hay miles de sitios web dedicados a la astrología y los horóscopos, por no mencionar las innumerables cuentas en redes sociales y las aplicaciones móviles. En general, disparan predicciones tan generales que podrían aplicarse a cualquier momento de la vida o tan vagas y simplificadas que podrían interpretarse al gusto del cliente. ¿Por qué las consultamos, las leemos y, muchas veces, tendemos a creer en ellas?
La astrología posee una historia tan antigua como la del estudio de las mareas, pero aún no se considera una ciencia. Fueron los mismos Pitágoras, Aristóteles y Platón quienes intentaron crear una base teórica estructurada sobre esta disciplina en el siglo IV a. C. Al igual que con el fenómeno de las mareas, buscaron explicar los fenómenos humanos —la personalidad, las emociones y el destino de las personas— según la posición y el movimiento de planetas y estrellas. Los intentos por demostrar una correlación entre los signos astrológicos y nuestra personalidad o los eventos de la vida no han cesado desde entonces, pero hasta ahora han fracasado en lo empírico. A pesar de la abundancia de esfuerzos por lograr una constatación científica, la astrología no ha cumplido con los criterios que definen a una ciencia en términos contemporáneos, los cuales incluyen la capacidad de formular hipótesis, realizar experimentos controlados, obtener resultados verificables y repetibles, o ser refutable.
Un famoso estudio publicado en 1985 en la revista científica Nature desmintió los hallazgos astrológicos: su autor, Shawn Carlson, físico de la Universidad de Berkeley (California), organizó un experimento doble ciego en el que un grupo de astrólogos intentaron hacer predicciones precisas sobre la personalidad de individuos, basándose en sus cartas astrales. Los resultados mostraron que las predicciones astrológicas no eran mejores ni más acertadas que la metodología del azar. En 2016, el astrónomo y psicólogo Geoffrey Dean publicó los resultados de un metaanálisis de cuarenta estudios astrológicos y concluyó que estos no lograban hacer predicciones certeras usando las cartas astrales. Una reciente evaluación detallada de la lectura de la carta astral de doce personas por ciento cincuenta y dos astrólogos diferentes reveló que sus pronósticos rara vez coincidían y no ofrecían un mayor acierto que una suposición aleatoria. Y la lista de estudios que refutan los vaticinios de los astrólogos es extensa.
Así, por ahora, la astrología sigue siendo antes una creencia que una ciencia. Sin embargo, y a pesar de tantas evidencias que cuestionan su credibilidad, su atractivo parece inquebrantable. Quizá nuestra constante necesidad de explicaciones que escapen al predecible espacio de la ciencia y la razón sea lo que mantiene a los horóscopos y a los astrólogos sempiternamente vigentes.
“Virgo. Es el momento propicio para nutrir proyectos y relaciones. Confía en tu intuición y permite que las cosas florezcan”, recita mi horóscopo semanal en un renombrado periódico nacional. ¿Cómo no rendirse ante un consejo tan seductor? ¿Cómo no creer, al menos por un instante, en el destino trazado por las estrellas?Quizá, como afirma Geoffrey Dean, la astrología no necesita ser verdadera para funcionar… Lo que importa es que se crea en ella.
¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!
Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.