Yo sé cuidar mi cuerpo, recargado


A 25 años de la exitosa publicidad estatal, necesitamos más que el recuerdo de un jingle pegajoso


Todos los que veíamos televisión a finales de los noventa debemos recordar el pegajoso jingle de Yo sé cuidar mi cuerpo. Era unacampaña de 1999 del Ministerio de Educación, como parte de su Programa Nacional de Educación Sexual, apoyado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas. Hace 25 años, cuando el fujimorismo todavía no abrazaba la delirante agenda conspiranoica contra la educación sexual y las Naciones Unidas. 

Volviendo a la publicidad: en ella veíamos una animación sencilla de dos niños que cantaban ese estribillo, buscando generar conciencia entre la infancia sobre el abuso sexual infantil. Todavía hoy, luego de dos décadas y media, puedo cantar buena parte de la canción, y estoy seguro de que la mayoría de mis compatriotas de esa época debe recordar por lo menos el coro y la melodía. Así, esta debe ser la campaña publicitaria estatal de mayor recordación en nuestro país y, por ende, tal vez la más exitosa. 

Sin embargo, el spot de Yo sé cuidar mi cuerpo tiene un gran problema en la manera como enfoca la situación. Se trata de unprejuicio que existía entonces y que seguimos arrastrando hasta hoy.

Analicemos la letra: “Si algún desconocido me empieza a llamar, yo no hago caso y me voy corriendo a casa / Yo sé cuidar mi cuerpo / Yo sé cuidar mi cuerpo / Y si alguien a la fuerza me quiere tocar, voy y se lo cuento a quien yo más quiero, para que me defienda del que me quiera dañar / Yo sé cuidar mi cuerpo / Yo sé cuidar mi cuerpo”. Tanto la letra como el diseño de la animación parten de la idea de que el peligro del abuso sexual está fuera del entorno familiar. Un desconocido que te llama, “alguien” que te quiere tocar y, en contraposición, la persona a la que más quieres que te va a defender. 

La evidencia estadística, sin embargo, cuenta otra historia. De acuerdo a UNICEF y las cifras oficiales, entre 2017 y 2022 hubo 74.413 casos reportados de violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes, lo que deja un promedio de 34 casos al día. De ese total reportado, el 74 % de agresores eran personas muy conocidas o cercanas a las víctimas, y un 47 % tenían un vínculo familiar. Casi la mitad. Esto, claro, solo incorpora los casos reportados, e intuimos —por cómo se dan a conocer años después estos abusos—  que la foto real es mucho peor. 

Es terrible decirlo, pero nuestra infancia no solo debe cuidarse de un desconocido fuera de casa. Sin embargo, pese a la claridad de las cifras, existe todavía la idea generalizada de que el peligro no está cerca. Hasta se construye una caricatura de cómo luce o actúa ese desconocido: un sujeto enajenado, raro, antisocial y con actitud sombría. Esto es peligrosísimo, porque mientras buscamos proteger a hijos y sobrinos de personas así, bajamos los brazos ante el líder religioso carismático, el profesor buena gente, el tío cariñoso y el primo bien educado. 

Esta manera de visualizar el abuso parece no ser solo un problema en nuestro país. En su columna del domingo pasado, la escritora colombiana Sara Jaramillo habla de este tema. Cito un fragmento: “Un hombre desconocido, una manga sola y alejada, un arma. Casi todas las niñas de mi generación crecimos temiéndole a lo mismo, no nos lo decían claramente pero, en el fondo, intuíamos que el hombre, la manga y el arma sólo significaban una cosa: la posibilidad de ser abusadas sexualmente. A una de mis mejores amigas la violaron de esa manera y se demoró más de veinte años en ser capaz de contármelo. Crecimos pensando que evitar caminar solas por lugares poco transitados nos mantendría a salvo, nadie nos advirtió que el 92 % de los casos de abuso son ocasionados por alguien que está en la foto familiar y que el 86 % de esos abusos ocurren dentro de la propia casa. La lista de abusadores la encabezan padres, seguidos de cerca por padrastros, abuelos y tíos. Me queda la sensación de que estuvimos buscando al monstruo equivocado en el lugar equivocado”.

Por todo esto es que resulta tan peligroso el discurso de los sectores ultraconservadores que luchan contra la educación sexual integral en el currículo escolar, con campañas como Con Mis Hijos No te Metas. Hay niños, niñas y adolescentes que necesitan que sea la escuela la que les haga tomar conciencia sobre la integridad de sus cuerpos, sobre qué significa el consentimiento, y cómo responder a una situación de peligro fuera y dentro del hogar. 

En el 2017, durante los últimos meses de la gestión de Jaime Saavedra, el Ministerio de Educación sacó una versión actualizada de Yo sé cuidar mi cuerpo. Si bien se mantiene el coro original, se corrige la letra para mostrar un enfoque más real del problema. El resultado final no fue tan pegajoso, pero apuntaba en el camino correcto. No conozco de ningún esfuerzo comunicacional similar en los últimos años.

Las campañas de concientización bien enfocadas en medios de comunicación son un buen paso en el camino correcto, pero volverán a ser anecdóticas si no son parte de políticas de Estado, como la educación sexual integral en cada escuela del país. Ignorar el problema no solo no hará que desaparezca, sino que puede tener consecuencias dramáticas para muchos niños y niñas. 


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