Miradas del pasado futuro


Lo que nos dicen la literatura y el cine sobre el porvenir


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


Empiezo con una recomendación: Las tempestálidas, de Georgi Gospodinov (me quedo con el título en inglés, Time Shelter, algo así como “Refugio del tiempo”). Esta novela, ganadora del International Booker Prize, es una maravillosa forma de intentar comprender y adentrarse en la mente humana, en particular la de aquellas personas que sufren Alzheimer y pérdida de la memoria. Un extraño psiquiatra idea en Zúrich —en un homenaje a Thomas Mann y su Montaña mágica— una clínica en que se recrea el momento en que las personas anclan su memoria en el tiempo (casi siempre la niñez o la adolescencia, como suele ocurrir y sabemos quienes hemos tenido personas cercanas en esa condición). Ese “refugio del tiempo” es donde pasarán lo que les quede en la Tierra quienes puedan pagar lo que cuesta la clínica, habitando así algún momento —feliz, aunque con matices, como la vida misma— del pasado. ¿Es que en el futuro podremos vivir en un tiempo idílico y repetirlo día tras día, haciendo así que nos acerquemos a la muerte de manera placentera o, cuando menos, no tan traumática? ¿Pagaría usted por pasar sus últimos años de esa forma, haciendo apacible el inevitable camino hacia la muerte (y lo que venga con ella)? La respuesta de Gospodinov es una buena e inteligente forma de literatura.

A raíz de esto he recordado una novela y una película en las que, desde los años veinte del siglo pasado —una especie de refugio para quien esto escribe— se advierten algunas amenazas que vivimos hoy, cien años después. Lamentablemente no parecen tener un mejor final que el que tuvieron en el mundo entonces, que parecía de esperanza por el fin de la Gran Guerra y el avance tecnológico, pero que terminaron en extremismos delirantes que llevaron a la Segunda Guerra y al comunismo más allá de la cortina de hierro en la Guerra Fría. 

La novela es Nosotros, de Yevgeny Zamyatin: escrita en 1920, bien puede ser la primera gran distopía moderna (de hecho, guarda muchas similitudes con 1984, de George Orwell, publicada muchos años después, con clara influencia de Zamyatin). En ella, los hombres tienen una vida completamente controlada, desde la profesión hasta la aptitud y el desempeño sexual —las relaciones se tienen de manera mecánica, solo para eliminar las pulsiones que pueden hacer que las personas gocen de libertad, el mayor enemigo de la humanidad—. En el mundo todo está organizado matemáticamente, y no hay lugar para que alguien pueda pensar más allá de lo que determina el Bienhechor, una especie de Gran Hermano que controla todo en el planeta, castigando cualquier individualidad extraña o rebelde, pues el “yo” siempre tiene que dejar paso al bien común, al “nosotros”, mientras todo lo demás —incluyendo enamorarse, por ejemplo, o gozar— es peligroso. Nosotros es una gran crítica al comunismo que se iba imponiendo en Rusia y que daría paso a regímenes totalitarios, en los que la libertad, como en la novela, es percibida como peligrosa. De hecho, no pudo ser publicada en ruso hasta muchas décadas después de su versión original, en otras lenguas y países europeos, desde donde se leyó e inspiró a muchos otros escritores de distopías, entre ellos Orwell y Aldous Huxley.

La película Algol: la tragedia del poder, una cinta de ciencia ficción alemana llena de elementos expresionistas al servicio de una historia en la que una especie de mago-demonio extraterrestre llega a nuestro planeta, más precisamente a una mina de carbón alemana, para entregar a un hombre el secreto para inventar una fuente de energía más poderosa que todas las conocidas. Este film, curiosamente también de 1920, muestra el anhelo de aquel hombre común de aprovechar esa energía en beneficio de un mejor lugar de trabajo para sus compañeros, pero poco a poco las cosas se tuercen y comienza a tomar decisiones movido por el deseo de acumular riquezas y poder hasta convertirse virtualmente en el dueño del mundo. En una Alemania en escombros, la crítica aquí va al capitalismo y el interés en acumular para nada más que demostrar el poder, beneficiando a unos pocos, destruyendo todo a su paso. El germen del nacionalsocialismo se atisba apenas en una película que a su vez inspira otras similares como la brillante Metrópolis de Fritz Lang.

Revisando estas obras el mundo parece estar, cien años después, replicando algunos escenarios distópicos y acercándose a nuevas formas de extremismos, no menos peligrosos y trágicos. Quizá sea el momento de encontrar, con o sin memoria —o mejor dicho, para no perderla— un buen “refugio del tiempo”, aunque siempre quedará la duda de si, como dice el refrán, todo tiempo pasado fue mejor. 


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