Mi gato sí, Ana Estrada no


¿Por qué tratamos a las mascotas que agonizan mejor que a los humanos en ese trance?


No conocí personalmente a Ana Estrada, la ciudadana peruana que, luego de una larga lucha contra su enfermedad y nuestro sistema legal, ha sembrado un hito en nuestra historia reciente al despedirse de la vida con una eutanasia refrendada por el Poder Judicial. Alguna vez intercambiamos comentarios en las redes y solo la contemplé una vez en persona, cuando en su silla de ruedas acudió sonriente a la presentación del libro de una querida amiga en común: observarla era entender cabalmente la ironía de que alguien que amaba profundamente la vida quisiera tener la contraseña para terminar con ella.

Quizá porque sus palabras y gestos estaban marcados por una extraña combinación de entereza y bondad es que, por oposición, me chocaron tanto las infelices declaraciones sobre su lucha que alguna vez expresara el actual alcalde de Lima: “Si te quieres matar, te subes a un edificio y te tiras”. Una expresión brutal, secundada por muchos, que no solamente señala una incapacidad para sentir compasión por un prójimo que sufre, sino también una renuencia a que el Estado brinde facilidades mínimas para que muchos ciudadanos le hagan frente a penurias que son reales. Algo así como “mátate con tu dinero, y no con mis impuestos”.

Confieso, sin embargo, que más que esas declaraciones, lo que me impacta es que varios de quienes opinan igual no dudan cuando se trata de aplicarle la eutanasia a sus mascotas. 

¿Se trata solo de la obviedad de que somos más empáticos con los seres que tenemos cerca? ¿Será que en otros humanos proyectamos lo más horrendo de nosotros y les deseamos lo peor? ¿Será que la eutanasia, como tantas otras costumbres sociales, es una ceremonia que debe ser culturalmente aprendida y recién estamos en el proceso de discutirla?

De ser cierto esto último, no me cuesta imaginar que así como ahora a muchos chiquillos les parece pavoroso que en tiempos de sus abuelos los violadores podían salvarse de la cárcel si se casaban con la mujer que habían ultrajado, en el futuro gran parte de la humanidad se pregunte cómo fue posible que en esta época mostráramos más misericordia por nuestras mascotas agónicas que por otro ser humano en el mismo trance.

Tal vez creernos dioses domésticos lo explique en parte.

Tras las críticas de muchos a la decisión de Ana Estrada se intuye una narrativa simplona que, por ser de fácil transmisión, ha sobrevivido a través de los siglos: que Dios da la vida y que solo Dios puede quitarla. Creer que es posible la existencia de una sola deidad, capaz de castigar con el sadismo de una dolorosa agonía a quien supuestamente creó con amor, es de una infantilidad que insulta a la humanidad en su conjunto. No obstante, cuando es un perrito o un caballo quien sufre en agonía, los seguidores de tal narrativa no esperan a que ese dios que nos creó a todos sea quien le quite la vida: son ellos los que toman la prerrogativa de ser dioses.

¿Por qué sí en un caso, y no en otro?

¿Es que Ana Estrada merecía sufrir más que las mascotas de quienes la critican?

¿Se puede ser un instrumento de Dios para cortar ciertas agonías, y silbar mirando a otro lado cuando se trata de otras? 

Es de esperar que el vínculo entre seres humanos sea más complejo que el desarrollado con otras especies. Después de todo, el lenguaje y su multitud de significados conectados a nuestras emociones crean entre amantes y familiares vínculos a los que un gato no puede acceder con sus mimos y maullidos.

Hablando de ello hace poco en un encuentro con lectores —a propósito de una novela que escribí en la que está presente la eutanasia—, vimos que ante la agonía de un ser que queremos es posible una de estas dos reacciones:

“Te amo, no me dejes”.

“Te amo, vete en paz”.

Como es obvio, elegir la segunda opción es haber optado por el amor que ha dejado de lado el egoísmo. Se trata de un amor que antepone el dolor del que sufre frente al dolor de quien se queda.

Quizá, luego de mucha literatura, cinematografía, jurisprudencia y noticias que nos acerquen a la importancia de la muerte digna en humanos, no esté lejano el día en que las opiniones detestables del alcalde de Lima nos parezcan aberrantes a todos.

Hasta que eso ocurra, quienes creemos en que la libertad y la dignidad son los pilares de una buena vida seguiremos aplaudiendo la gesta de seres luminosos como Ana Estrada.


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3 comentarios

  1. Lourdes Paredes

    Quienes disponen de la vida de sus mascotas en agonía y juzgan la eutanasia en seres humanos sufrientes; será que tienen aires de dioses con doble rasero? Aceptar el rechazo, desprecio u odio hacia su especie les es inconcebible, ante ello sublimizan el «amor» a sus mascotas sin embargo aquellas son objetos que les pertenecen y usan para satisfacer sus carencias, aunque esto tampoco lo conciban porque para ellos es «amor por los animalitos» y a «quien amas no puedes hacer sufrir» y a quien odias, sí?
    Gustavo, tu pluma tan certera, reflexiva ojalá calara el corazón de aquellos.

  2. Gustavo Rodríguez

    Gracias por tu lectura y el comentario, Lourdes. Un abrazo.

  3. Juan Garcia

    Certero comentario. Las apreciaciones de lo positivo y negativo, socialmente, cambian con las generaciones. Hace mil años nuestros ancestros juzgaban positivo matar niños y enterrarlos con el ganado para propiciar una cosecha. Quiza un tatarabuelo compro un esclavo para la chacra, sin escandalizarse. Y en 100 años nos tomaran por barbaros al estar condenando a la señora Estrada mientras matamos sin reparo a la mascota incurable «para que no sufra».
    Quizá no sea «empatía» con nuestros semejantes lo que motiva censurar la eutanasia, sino apenas el fanatismo ciego: sin un señor «progresista» defiende el derecho de un humano a disponer de su vida para evitar un sufrimiento físico horrendo, pues los enemigos del «progresista» buscarán excusas para negar ese derecho, y si la excusa toma forma de dogma religioso mejor… no sorprenderá que esos fanáticos del dogma más tarde, discretamente, decidan «evitar mayores males» pidiendo a hijos y nietos «concluir el tratamiento médico», aplicando a sí mismos la conducta que censuraban antaño.
    Y creo que tal es el temor de los detractores de la sra. Estrada: no les molesta que ella sufra, no les molesta que ella muera. Les molesta, y mucho, ver gente tomando decisiones individuales sobre la propia vida sin pedirles permiso.

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