Menos bocinas y más trinos


¿Construir más infraestructura de transporte puede ser el motor para tener más árboles en Lima?


Daniel Enrique Lara es un profesional con amplia experiencia en la gestión de proyectos de desarrollo enfocados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Actualmente trabaja en desarrollo territorial, diseñando y monitoreando iniciativas con impacto positivo en comunidades. Ha colaborado con el sector privado, la sociedad civil y ONG, lo que le ha permitido abordar desafíos interrelacionados del desarrollo humano. Su enfoque integra estrategias sostenibles en áreas como educación, economía y salud. Además, es un apasionado de la botánica y gestiona un invernadero personal.


En medio del concreto y del tráfico de Lima metropolitana, las raíces de los árboles resisten como anclas invisibles que nos conectan con la naturaleza en un entorno cada vez más artificial. La presencia de los árboles, sin embargo —y esto cualquier vecino lo sabe—, no está garantizada, más aún en virtud del llamado “progreso” del transporte vial: su tala y reubicación, aunque reguladas por normas municipales, muchas veces son atentados perpetrados por quienes deberían estar comprometidos con su protección.

La mayoría de los distritos carecen de políticas claras sobre qué hacer cuando se tala un árbol. Y aunque hay iniciativas de reforestación, estas no siempre logran compensar la pérdida inmediata de árboles adultos, que son los que realmente aportan los mayores beneficios ambientales.

Conozcamos más de esta supuesta protección que le ofrece Lima metropolitana a nuestros amigos astillosos. La Ordenanza Municipal N° 1852 exige que por cada ejemplar retirado se planten nuevos árboles como compensación. En distritos como Los Olivos, por ejemplo, la compensación requiere plantar el mismo árbol talado y entregar 19 adicionales al vivero municipal. Sin embargo, esta medida, aunque bien intencionada y atractiva, no refleja los años de vida del árbol ni el costo de su mantenimiento. ¿Puede un árbol recién sembrado reemplazar el impacto ambiental y simbólico de uno que ha tardado décadas en crecer?

Tan visible como el problema de nuestra pérdida de oxígeno por la falta de árboles es el de la pérdida de tiempo a causa de nuestro transporte ineficiente; sin embargo, en la práctica pareciera dársele preferencia al segundo problema. Mejorar el transporte y crear nuevas vías no solo significa pavimento, excavadoras y obras interminables: también implica decidir qué haremos con los árboles que terminan siendo «víctimas colaterales” en un contexto donde el desarrollo urbano parece avanzar a expensas de la naturaleza. ¿Nos hemos puesto a pensar qué sucederá con todos los árboles que “obstaculizan” la nueva Vía Expresa Sur?. No existe censo que recoja la cantidad de árboles de Lima; sin embargo, con base en el más reciente informe delManual de silvicultura urbana y periurbana de Lima metropolitana, Lima presentaba al 2022 un déficit de 2.858.325 árboles para los 10 millones de habitantes que la conforman. Es decir, si tomamos el indicador brindado por la Organización Mundial de la Salud, donde por cada 3 habitantes debe haber un árbol, en Lima tenemos uno solo para 20 vecinos.

Los árboles no son simples decoraciones urbanas. Son refugio de biodiversidad y testigos vivos de la historia. Desde el molle que teje sombra en las plazuelas coloniales del centro y los jacarandás escondidos en ciertas calles, hasta los ficus robustos que flanquean nuestras avenidas principales, cada árbol cumple un rol ecosistémico crucial: absorben CO2, liberan oxígeno, reducen el efecto «isla de calor», brindan sombra natural y mejoran nuestra salud mental (porque, seamos honestos, una ciudad gris y sin verde también afecta el ánimo). Los árboles tienen, de hecho, un valor estético, cultural e histórico. Muchos han sido testigos de los cambios de nuestra ciudad; algunos, incluso, han visto más generaciones que nosotros.

Además, la conexión entre árboles no es un mito: muchos comparten sistemas de raíces que, al ser alterados, afectan a otros árboles cercanos. ¿Quién iba a pensar que un ficus de Miraflores podría estar «chismeando» con un jacarandá de Surquillo a través de sus raíces?

Tal vez uno de los mayores desafíos sea cambiar nuestra percepción colectiva. Los árboles no son un estorbo, ni un lujo. Son una necesidad. Un ejemplo entre muchos en Latinoamérica es el de Colombia, con el proyecto “Corredores Verdes de Medellín”, un modelo de planificación urbana sostenible que integra naturaleza y vías vehiculares para mejorar tanto el transporte como la calidad de vida de sus habitantes. En este proyecto, 30 corredores viales fueron transformados con la siembra de más de 8.000 árboles y 350.000 plantas arbustivas. No se trata de inventar la pólvora, pero en nuestra realidad algo tan sensato como eso tiende a ser aún una tarea ardua en manos de nuestros representantes. Un paso mucho más realista es establecer un plan municipal que garantice que cada proyecto de infraestructura incluya un proceso detallado para conservar, reemplazar y plantar árboles. Sin embargo, esto requiere voluntad política, presupuesto y, sobre todo, una ciudadanía que valore y exija estas acciones. Podemos involucrarnos denunciando talas indiscriminadas, apoyando iniciativas de reforestación y, por supuesto, plantando árboles donde podamos.

Al final, hablar de transporte y árboles en Lima no es hablar de dos temas separados: ambos están entrelazados en el porvenir de nuestra ciudad. Y mientras buscamos soluciones para movernos mejor, no olvidemos que también necesitamos respirar y vivir mejor. Porque el verdadero progreso no se mide solo en carriles de autopista, sino en la calidad de vida que logramos preservar y mejorar para todas y todos.

Si queremos una Lima con menos bocinazos y más cantos de aves, con menos calor y más sombra fresca, la respuesta no está solo en llegar más rápido a nuestro destino; está también en los árboles que elegimos proteger y, creo yo, exigir.


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