¿En qué momento las mujeres empezamos a perder derechos por gente que escucha voces?
El Perú es uno de los pocos países del mundo en el que una mujer tiene menos derechos que una rata. Y no estoy exagerando, porque si una rata, una ardilla o una perra están preñadas y ese embarazo les puede costar la vida, a nadie se le ocurriría obligarlas a continuar con una gestación mortal. Las mujeres peruanas, en cambio, no tenemos esa prerrogativa. La perdimos cuando en noviembre del 2023 el Congreso aprobó por insistencia la ley que reconoce los derechos del concebido, y con ella prácticamente se le cerró la puerta al aborto terapeútico y se dejó desprotegidas a niñas que ahora se verán obligadas a seguir con un embarazo producido por una violación, un hecho abominable que pone en riesgo su salud física y su estabilidad emocional.
El derecho a la vida es esencial porque permite que una persona pueda gozar de los demás derechos humanos. Por eso, tanto el derecho internacional como diversas cortes judiciales de todo el mundo han dejado establecido con absoluta claridad que la protección de la vida prenatal tiene que estar supeditada a la de la madre. Ningún no nacido puede poner en riesgo la salud de una mujer. Ningún embrión, cigoto o feto puede ser más importante que una hermana, una hija, una madre. Pero este concepto tan elemental resulta demasiado difícil de entender para la congresista Milagros Jáuregui de Renovación Popular y para los 76 parlamentarios que ya hace más de un año convirtieron en ley este atentado contra nuestra integridad.
Los militantes provida, difusores de estas propuestas, quieren hacernos creer que sus propuestas tienen base en la ciencia. Se enfrascan en bizantinas discusiones sobre en qué momento empieza la vida, y se escudan tras argumentos dizque biológicos para ganar debates. Su insistencia en usar supuestos argumentos “científicos” y objetivos tiene como meta contrarrestar la ideología de género y el progresismo que, a su criterio, se ha apoderado de nuestras vidas. Pero siempre se les nota el fustán o el crucifijo. Hace unos días, la congresista Milagros Jáuregui no pudo más y sinceró su discurso. Declaró en el video pódcast Un café para el alma que había tenido dudas de presentar el proyecto que le otorga derechos al no nacido porque nadie la quería apoyar, ni siquiera tenía el respaldo de su bancada; sin embargo, cuando estaba pensando qué debía hacer, se le presentó el Espíritu Santo y le dijo “preséntala”, y ella le hizo caso y consiguió el respaldo de sus colegas.
¿Dónde quedó el Estado laico? ¿En qué momento empezamos a ser gobernados por gente que escucha voces? ¿Qué pasó con el esfuerzo de siglos de separar a la religión de los asuntos gubernamentales? Lo declarado por la congresista Jáuregui podrá parecer gracioso, o anecdótico, pero no lo es en absoluto. Es gravísimo que a la ignorancia y sinvergüencería que cunde en el Congreso, ahora se le sume un fanatismo religioso que pretende regir nuestras vidas.
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