Un festival de cine es ejemplo de una gestión cultural que consigue real incidencia

Rodrigo Manuel Ahumada Vásquez (Lima, 1990) es periodista cultural y escribe obras, cuentos y poemas. Licenciado en Comunicación por la Universidad de Lima por necesidad; gestor cultural por vocación. Ha escrito en diferentes plataformas culturales y actualmente es director y editor jefe de EnLima Agenda Cultural. Caminante y lector, amante del mar, el jazz, la salsa y los choritos a la chalaca. Ladrón de libros, siempre en la búsqueda de una nueva adquisición y de devorar el mundo en un verso. Por estos días, escribe una obra de teatro testimonial que nació en el taller Hagamos un Drama de Rocío Limo.
Fue gracias a conversar, caminar y ver el cerúleo del amanecer de verano junto a F que pude darme cuenta de que las casi novecientas palabras que había escrito para esta nota habían sido hechas por un onvre. Una cantidad injusta de letras para hablar sobre mi egoísmo y la participación en la promoción cultural de mi ciudad. Parte de nuestra noche giró en torno a entender, sentir y relacionarnos con la gestión cultural desde una posición de vulnerabilidad y salud mental. Luego de esas doce horas junto a elle, no pude dejar de renegar conmigo mismo, borrar todo lo escrito y empezar de nuevo.
Estábamos en el Centro de Lima buscando un lugar dónde charlar y tomar unas Coca-Colas, sintiendo que no encajábamos en las dinámicas nocturnas. Dos personas sobrias en medio de la vorágine y el caos de la plaza San Martín. Habíamos salido de la clausura de la séptima edición del Festival Hecho por Mujeres y Disidencias, realizado en el Galpón Espacio, escenario cultural que ha cumplido dieciocho años de resistencia en Pueblo Libre. En el contexto político y social que atravesamos como país, este festival emerge como un refugio poderoso para el bienestar emocional y social. Allí, el cine se presenta como una herramienta para canalizar el dolor, dar voz a historias silenciadas y fortalecer la identidad colectiva. En este espacio, la cultura no solo entretiene, sino que también sana, teje redes de apoyo y permite a las personas resignificar sus experiencias.
Le contaba a F que por las pastillas que tomo se me hace difícil llorar. Mis lagrimales están bloqueados por antidepresivos que regulan mi sensibilidad: el impacto de las diversas circunstancias, aunque cala profundamente, ya no lo hace hasta enrojecer mis ojos. Pero en esta clausura algo fue diferente para mí: El polvo ya no nubla nuestros ojos, una película en super- 8 que visibiliza el lado más íntimo y desconocido de nuestra historia, me pateó la garganta y mordió mis pupilas. Observar a Diana Ríos Rengifo, ambientalista peruana de Saweto, persistir en su lucha por la justicia, y escuchar las últimas palabras enviadas por Jovi Herrera antes de ser devorado por el infierno del contenedor donde estaba encerrado, fue demoledor. El silencio me abrazó —nos abrazó—, y tuve el privilegio de estar en un lugar donde no fue ajeno llorar y sentir que no lo estaba haciendo solo. No tuve que voltear a ver si el resto estaba igual que yo; sentí una emoción colectiva que me permitió validar lo que me aflige y no negarlo.
Para que proyectos de gestión cultural como este tengan un impacto hondo, es fundamental la vinculación política y social de los participantes: un proyecto que se sustente en una investigación profunda y coherente sobre una problemática social. Sin esto, no tendría el impacto real que se logró esa noche. La creación de estos espacios no debe entenderse como un esfuerzo aislado, sino como parte de un entramado social donde convergen ciudadanos, instituciones y políticas públicas. Gracias a F, directore del festival, sé que los siete años de trabajo constante detrás del Festival Hecho por Mujeres y Disidencias garantizan un análisis de las necesidades específicas de sus participantes y una evaluación de las mejores metodologías para abordarlas. Solo con datos sólidos y un diagnóstico preciso se pueden diseñar intervenciones que realmente transformen la realidad.
Este proyecto —que inició como el primer festival peruano dedicado a visibilizar largometrajes, cortometrajes y otras expresiones audiovisuales realizadas por mujeres y personas LGBTIQ+ del Perú y América Latina— deja enseñanzas claras sobre qué es la gestión cultural y cómo se relaciona directa o indirectamente con la salud mental, en un país donde aún es un tema subestimado y rodeado de estigmas. No considero que el papel de la cultura deba ser el de un medio de escape o una distracción temporal de los problemas cotidianos. No. Quiero creer que la cultura debe ser un espacio de confrontación donde el arte y las expresiones sean una forma de enfrentar traumas, elaborar duelos y denunciar injusticias. Si bien la cultura no es una solución mágica, puede ser un poderoso factor de protección ante el sufrimiento emocional. En sociedades marcadas por la desigualdad y la violencia, la posibilidad de crear, compartir y reconstruirse a través del arte es una forma de resistencia. La cultura también puede ser un espejo que nos enfrente con nuestra propia oscuridad. Y en ese acto de revelación y comprensión se gesta la posibilidad de sanar(se) y amar(se).
No quiero poner en un pedestal a la gestión cultural, no soy quién para hacerlo. Constantemente, me invade un malestar exógeno que se convierte en necesidad de sentirme parte de una trinchera frente a un gobierno autoritario que nos censura y nos obligar a aceptar una verdad histórica de la que no me siento parte. Esto, sumado a mis propios males, no es más que un trago amargo día a día. Pero vincularme con gestiones y proyectos como este festival me da calma al reconocer que existen espacios de resistencia.
Es necesario que las políticas públicas reconozcan la importancia de la gestión cultural y su vínculo con la salud mental, incluyéndola como un eje en programas de bienestar social. Solo así podremos transformar la cultura en una herramienta accesible y eficaz para construir una sociedad más saludable.
La madrugada junto a F nos dejó más preguntas que respuestas, pero, como dijo Antonin Artaud, «vivir no es otra cosa que arder en preguntas». Esa noche, fuimos dos llamas encendidas caminando hacia el azular de un nuevo amanecer.
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Hola Rodrigo, coincido en que la cultura es una oportunidad de confrontar también situaciones y realidades propias como de la misma sociedad, ahora que se ha prestado más atención a la salud mental, creo q cala perfecto en ese camino. Gracias por dibujar en palabras tan bellamente esta realidad