Los neandertales y el alcalde 


Un reciente hallazgo científico sirve de pretexto para hablar sobre esos políticos conflictivos 


Durante buena parte de mi vida, y hasta hace unos días, crecí con la idea de que los neandertales y los Homo sapiens habían librado terribles batallas por sus territorios hasta que, finalmente, los últimos resultamos herederos de la cúspide antropomorfa en la Tierra. 

Así, la imaginación me puso ante gráciles Homo sapiens que migraron desde lo que hoy llamamos Africa a la conquista de lo que hoy llamamos Europa, enfrentados ante neandertales más robustos y mejor adaptados al frío de la glaciación, y en mis fantasías los primeros diezmaron a los segundos debido a su mejores armas, a una mayor domesticación del fuego y, sobre todo, a una mejor organización para batallar en grupo. Sin embargo, estas capacidades de adaptación bajo una óptica bélica se me acaban de diluir ante recientes hallazgos de la genética que confirman que, más que haber eliminado a los neandertanles, estos fueron asimilados por los Homo sapiens luego de miles de años de procreación entre las dos especies.

Al parecer, los clanes de neardentales eran más reducidos de lo que se pensaba y la mayor población migrante de sapiens terminó por absorberla. Doscientos mil años después de nuestro primer encuentro, lo que queda de los neandertales recorre nuestra sangre —un 2 % de su ADN nos constituye— y a causa de ello heredamos rasgos positivos, como la coagulación rápida de la sangre, y algunos que no lo son en lo absoluto, como una tendencia a sufrir algunas enfermedades mentales.

De que hubo batallas, las hubo, estoy seguro de ello. Pero también existió convivencia pacífica, una condición que, como lo he testimoniado con mi caso, no es tan interesante para excitar a la imaginación. 

Nos gustan más los relatos de conflictos que los de avenencia. Nos interesan más los chismes en los que fulano se peleó con mengano, que los de una reconciliación, y esto es tan verdad como que sin conflicto no existiría la literatura: ¿qué poemas homéricos recordaríamos de no haber sido raptada Helena?

Y esta condición, si bien es útil para la transmisión de historias, es nefasta cuando es acaparada por personalidades que prefieren brillar o lucrar en vez de conseguir conciliaciones.

El interés por la violencia en desmedro del diálogo es patente en nuestro día a día. Hablamos de la muerte como espectáculo mucho más que como un fenómeno instalado silenciosamente en nuestras celulas: mientras que el sicariato se estampa en las noticias, los atentados y la guerra se enseñorean en las redes y las series sobre asesinatos se consumen maratónicamente en las plataformas, en familia somos incapaces de conversar sobre la muerte digna y dulce que merecemos en nuestras camas.

Y, aterrizando en noticias más recientes a nivel mundial y doméstico, parecemos habernos acostumbrado a que nuestras autoridades y representantes descarten de plano el espíritu de diálogo para cimentar un tipo violento de liderazgo que deja dudosas secuelas. La matonesca grandilocuencia de Homo sapiens como Trump, Bolsonaro y Milei nos deja como herencia la noción de que para progresar es necesario aniquilar al adversario, sin calcular que en esos afanes tendremos una sociedad más fracturada y propensa a la violencia. En un plano más práctico, sin ir muy lejos, un alcalde como el de Lima no solo le ha puesto trabas en la calle a un proyecto urgente como el del metro de la capital para erigirse como abanderado de los afectados por la construcción, sino que ha declarado que endeudará más a nuestra ciudad para contratar a una consultora internacional con el fin de demandar a la concesionaria. ¿Se puede desconocer un plan de desvío aprobado por tu propia municipalidad y luego armar un berrinche así? Desde luego. Así como los periodistas de farándula se enriquecen azuzando peleas ajenas, demasiados políticos han entendido que pelearse puede ser garantía de reflectores. Una estrategia que, usada con astucia, puede enceguecer de furor a las masas, pero que solo le otorga réditos a los políticos y empresarios que se benefician de ella.

Una cosa es segura: si los neardentales se extinguieron debido a las fisuras en su adaptación evolutiva, los sapiens corremos el riesgo de hacerlo debido a nuestros políticos violentos y narcisistas.


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1 comentario

  1. Juan García

    No es novedad. Los politicos saben que las masas aplauden cuando consiguen «vencer al rival» imaginario o auténtico. Sin enemigo a combatir (un partido, una idea, una persona), es harto difícil que un líder político mantenga una base fiel de seguidores, y si no hay rival temible a la vista se le inventa. Ya en Latinoamérica hemos visto a Fujimori y Chavez siguiendo reglas parecidas: ninguna «revolución» se sostiene en el tiempo sin «enemigo a batir».
    Y lo mismo pasa con el político el general. Inclusive sin usar ruidosos discursos, en todo país las masas disfrutan viendo como su líder preferido logra sus metas «superando» a sus rivales, no dialogando con ellos. Y hasta la negociación debe incluir un elemento de «ganador/perdedor» donde el líder muestre que se salió con su gusto en algún aspecto al menos, para presentar un «triunfo» ante sus bases.
    En resumen: nuestros políticos aplican la vieja base de «pelear en público y negociar en privado» pero ahora el show del pleito acapara la atención y los políticos saben que es mejor buscarlo antes que eludirlo.

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