El fraude del domingo en Venezuela prolonga la mayor crisis de Sudamérica
El domingo en la tarde una imagen se repetía en las principales ciudades del continente: inmigrantes venezolanos de todas las edades —provistos de la camiseta de la Vinotinto, la casaca tricolor, la bandera y otros emblemas nacionales— se movilizaban para reunirse en restaurantes y plazas donde aguardar juntos y con esperanza los resultados electorales. Esperanza ansiosa que, con el pasar de las horas, se convirtió en la indignación amarga que conocen bien desde hace varios años.
El fraude perpetrado el domingo en Venezuela no fue una sorpresa. Desde su inicio, el proceso electoral no contó con las garantías mínimas para poder ser definido como libre y justo: candidaturas de oposición arbitrariamente excluidas, medios oficiales al servicio del candidato/presidente, intimidación a líderes opositores, bloqueo de observadores electorales independientes, hostigamiento a medios de comunicación, organismo electoral tomado por el oficialismo y un grupo importante de electores impedidos de votar (solo el 1% de los venezolanos en el exterior puede votar).
Pese a todo ello, subsistía la esperanza de que la movilización ciudadana y la presión internacional fuesen suficientes para hacer recular a un régimen que lleva veintiséis años en el poder. Algo como lo ocurrido con el plebiscito y el fin de la dictadura de Pinochet en Chile. Lamentablemente no fue así. El régimen chavista, responsable de la mayor crisis migratoria que ha visto Sudamérica —y que ha hecho de la corrupción, la ineficiencia y el abuso de poder sus principales características— planea continuar indefinidamente a cargo del país llanero.
Llama la atención que, frente a ese escenario, continúe habiendo en nuestro país gente de izquierda que todavía apoya al chavismo o que pasa por agua tibia sus fechorías. Los mismos que olvidan a Nicaragua o mantienen un anacrónico romance con la dictadura cubana. Harían bien en aprender de liderazgos maduros y coherentes como el del presidente chileno Gabriel Boric, quien ayer, apenas empezó a hablarse de fraude, publicó en redes sociales este mensaje claro y contundente: “El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer. La comunidad internacional y sobre todo el pueblo venezolano, incluyendo a los millones de venezolanos en el exilio, exigimos total transparencia de las actas y el proceso, y que veedores internacionales no comprometidos con el gobierno den cuenta de la veracidad de los resultados. Desde Chile no reconoceremos ningún resultado que no sea verificable”.
La reacción entre la derecha peruana no parece mejor. Muchas de las voces opositoras al chavismo son las mismas que apoyan o conviven sin despeinarse con el fujimorismo. Olvidan que el chavismo copió la metodología fujimorista para mantener el poder: violación del orden constitucional, toma de instituciones, destrucción del balance de poderes, persecución de opositores y violación de la libertad de prensa. Son las mismas personas que ven con entusiasmo a un megalómano autoritario como Nayib Bukele y sueñan lo mismo para el Perú en las próximas elecciones.
Nadie tiene claro qué sucederá en Venezuela en las próximas semanas. El chavismo se ha encargado de destruir cualquier posible solución institucional a la crisis, abriendo un nuevo y peligroso escenario de incertidumbre. Mientras tanto, millones de familias venezolanas desplazadas por el mundo seguirán sin poder abrazarse o pensar un futuro común en su tierra.
La esperanza se agota y la tragedia no termina.
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