En una sociedad cada vez más individualista ¿quién cuida a quienes cuidan?
La imagen de un hombre perdido en su cerebro, deambulando por su casa, con su esposa muerta en la habitación de al lado, me persigue desde que me enteré de la muerte del actor Gene Hackman. El dos veces ganador del Óscar, el tipo con un tipo tan común que cautivaba a las audiencias que lo percibían como un amigo cercano, murió en su mansión de Santa Fe, Nuevo México, una semana después de que su esposa falleciera por una enfermedad respiratoria —hantavirus— transmitida por las ratas. A pesar de la fortuna que el actor había amasado a lo largo de su exitosa carrera —su herencia se calcula en 80 millones de dólares—, la pareja Hackman no tenía empleados en casa, valoraba mucho su privacidad y prefería no ser molestada por nadie. Tampoco tenían contacto con sus vecinos, pues en el elegante condominio en el que queda su mansión, todos viven de la puerta para adentro.
Quien encontró la macabra escena y llamó a la policía fue un trabajador que había ido a arreglar el jardín. Al principio se creyó que habían sido víctimas de un asesinato, o de algún tipo de accidente doméstico, pero las investigaciones esclarecieron el horror: Betsy Arakawa, la esposa de 65 años, murió por culpa de un paro respiratorio y Gene Hackman, de 92, quedó totalmente desamparado y perdido en las garras del Alzheimer, que no le permitieron entender la realidad, hasta que falleció por causas naturales siete días después. La autopsia reveló que no había comido en varios días, así que probablemente sobrevivió tomando agua hasta que le sobrevino un infarto. Uno de los perros de la pareja estaba también muerto dentro de un canil. Aparentemente, estaba enfermo: había llegado del veterinario y, una vez que falleció Betsy, no hubo quien lo alimentara. El animal murió de inanición.
Podemos dejar la historia, que es de terror, ahí, y asumir que fue un caso aislado que le ocurrió a una pareja de millonarios, o podemos analizar lo que este deceso representa. Cada vez los seres humanos vivimos más tiempo. La esperanza de vida ha ido aumentando a lo largo de las últimas décadas gracias a los avances en temas de salud y salubridad, a que en muchos países se puede acceder a mejores servicios médicos, a las vacunas, etc. Por poner un ejemplo, la esperanza de vida en el periodo 1965-1970 era de 59 años en Latinoamérica, y del 2000 al 2005 subió a 70. Vivimos más, y eso nos permite disfrutar más tiempo de la vida y de nuestros seres queridos, pero también nos expone a enfermedades degenerativas que aparecen cuando el cuerpo ya está cansado y demasiado trajinado. Uno de los males más tristes, cuyo riesgo de que aparezca está estrictamente ligado a la vejez, es el Alzheimer, la enfermedad que padecía Gene Hackman y que, a decir de los especialistas, le impidió llamar a una ambulancia o pedir ayuda cuando murió su mujer.
Y aquí es cuando el drama de la familia Hackman deja de ser un caso aislado: el cuidado de personas con enfermedades degenerativas y con demencia recae, sobre todo en países como el nuestro, en las mujeres. Son las hijas, las esposas o las hermanas las que dedican horas de sus días a atender a sus familiares que ya no pueden pensar con claridad ni moverse. Se trata de un trabajo silencioso, por el que nadie las felicita, ni las reconoce y que las hace postergar sus propias vidas y expectativas mientras tienen a un enfermo a su cargo. Betsy Arakawa, la esposa de Gene Hackman, era 30 años menor que él y se había dedicado a protegerlo y a cuidarlo durante la última década; pero ¿quién la cuidaba a ella?
En un mundo donde el individualismo parece estar imponiéndose a pasos agigantados, en el que nos quieren hacer creer que la vida en comunidad es un asunto woke, es necesario que nos pongamos a pensar sobre los riesgos de romper el tejido social. No estamos hechos para enfermar solos ni para morir solos, y el peso del cuidado se tiene que repartir de manera más equitativa. De lo contrario, terminaremos todos como el pobre Hackman, paseando solos y desconcertados, sin nadie que nos extienda una mano.
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Qué triste realidad, Patricia. Muy cierto.
La historia de la muerte de los esposos Hackman parece un guión de película. Sobrecoge la orfandad y el abismo de la soledad de este caso. Pero también, además del deseo de anonimato y privacidad de una estrella pública, tiendo también a creer que deben existir explicaciones adicionales, como por ejemplo, el desmembramiento familiar y quizás otros conflictos, sin considerar la muerte de quién menos se esperaba que ocurriera primero, que aislaron a la pareja y determinaron tan triste final.