Un reto de crianza que no existía hace 15 años
Hace pocos años visité a una pareja que tenía un niño pequeñito. El bebé se acercó a una revista sobre la mesa de la sala y trató de deslizar con sus deditos la fotografía impresa en el papel: nuestra carcajada fue instantánea.
Solemos llamar nativos digitales a quienes, como ese bebé, han nacido en este mundo de pantallas. Sin embargo, es posible que tras esa etiqueta se esconda una lavada de manos de quienes nacimos en la era analógica con respecto a la educación que les debemos.
La periodista catalana Susana Lluna lo dice mejor con una analogía, cuando descarta la exactitud de tal término: “¿Acaso por nacer en una familia que hable español dominamos el idioma?”. Es verdad: haber nacido entre redes no implica saber manejarlas.
Los niños y jóvenes de esta época son la primera generación de la historia que debe ser educada en un mundo digital y lo más probable es que quienes estamos en edad de ser padres o abuelos no tengamos tanta conciencia de ello. De que necesitan guía. De que conocer atajos informáticos no es lo mismo que conocer los vericuetos del mundo. Los mayores quizá no sepamos bien cómo hacer una transmisión simultánea en YouTube e Instagram, pero bien podemos enseñar las implicancias reales de realizarla. No saber de tecnología no es una excusa para quitarle cuerpo a la formación, de la misma manera que no saber cómo funciona un reloj no es excusa para ser impuntual.
Mis hijas no tienen hijos y no sé si los tendrán, pero, de darse el caso, sí me gustaría que consideraran ciertos aspectos con los que yo no tuve que lidiar al criarlas, pues ellas nacieron antes que los teléfonos inteligentes, Facebook y lo que sobrevino después.
Hablo, por ejemplo, de la importancia de estar desconectados.
Cuando mis hijas eran pequeñas, sus padres teníamos claro que el aburrimiento puede ser un aliado de la creatividad: dotarles de cartones, bloques geométricos y libros era mucho más estimulante para sus cerebros que la pasividad ante la televisión por cable. La diferencia con estos tiempos es que mientras antes bastaba con desenchufar el televisor, hoy las pantallas suelen estar en todos lados. ¿Cómo inculcarles una rutina de desconexión a los niños de hoy si los adultos nos esclavizamos cada vez más a las aplicaciones?
Otra materia que no importaba tanto aprobar como tutor hace solo quince años era el cuidado de la privacidad en redes. Durante mi niñez se trataba de un asunto de sentido común: entre los primeros mantras que nos repetían estaba el de no darle a desconocidos nuestros nombres, direcciones o teléfonos. ¿Pero reciben los niños de hoy la misma advertencia cuando sus custodios los ven ante una tableta? Un reciente estudio de Unicef ha revelado que cerca del 60% de adolescentes en España ha aceptado a desconocidos en sus redes y que el 10% ha recibido proposiciones sexuales de adultos. ¿Aleccionamos a nuestros niños sobre las distintas maneras que existen hoy de pescar contraseñas, de aceptar merodeadores, de ser estafados?
Trasladémonos a otra materia igual de vital: ¿los aleccionamos sobre la pertinencia? De chicos teníamos la noción de que podíamos ser esclavos de nuestras palabras, pero nunca imaginamos que ellas podrían ser almacenadas para la eternidad como muestra de nuestros exabruptos. De hecho, un solo tuit puede estropear una brillante carrera profesional, como le ocurrió a Sergi Guardiola, un joven futbolista que fue fichado y despedido por el Barcelona en solo ocho horas luego de que le descubrieran comentarios que consideraron ofensivos contra Cataluña.
No menos compleja es la dimensión ciudadana del uso de Internet. ¿Cómo enseñarles a contrastar información, a despistar al algoritmo, a seguir a gente que piensa diferente para no caer en las trampas de la oligofrenia? ¿Cómo lograr que se pregunten cuál es el negocio de cada aplicación para que eviten en lo posible ser manipulados?
Qué trabajoso parece todo esto, pero qué necesario es.
Ahora debemos educar pensando en dos mundos que corren a la vez: el de las calles que pueden traer autos en contra y el de las redes que esconden otros peligros.
Debemos enseñar a cruzarlos ambos.
Siempre he pensado… ,¿Siempre?… Que ingresar a las redes es como salir a las calles… ¿No es lo mismo?… Es lo mismo.
Nadie sabe lo que (nos) puede pasar.
¿Que es lo que (nos) queda?
No podemos ir a cada paso con ellos, los niños en este caso,… Solo conversar, dialogar, comunicarnos… Pero ¿Cómo?… ¿Con ideologías hechas (religiosas, políticas, etc…)?… O sea… ¿Cómo librarnos primero para hacerlos libres a ellos?
Saludos