Recordando a Victoria Amelina, a un año de su asesinato por un misil ruso
Era junio de 2023, dieciséis meses después de iniciada la violenta guerra rusa contra Ucrania. En la ciudad de Sloviansk, una escritora visitaba un colegio lleno de niños silenciosos. Llevaba una camiseta negra donde se leía “El libro es mi superpoder”. Ella le dijo a los niños, señalando la tela: “¿Saben lo que significa? Significa que soy como un superhéroe porque leo libros. ¡Y ustedes también pueden serlo!”. Esta historia es contada por un editor que acompañaba a la escritora: “Ella intentó hacer sonreír a los niños y, al final, lo consiguió. No todos los días viene una princesa, aunque muy cansada, a leer y jugar contigo en Sloviansk, con el ruido de artillería a lo lejos”. El editor también recuerda que ella le dijo: “Los niños no deberían estar aquí, pero aquí están. Eso significa que nosotros debemos estar aquí para ellos”.
La escritora era Victoria Amelina. Si hablo en tiempo pasado es porque, semanas después de ese episodio, un misil ruso la asesinó en la ciudad de Kramatorsk, mientras se encontraba en una cafetería con el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince.
Amelina era una escritora ucraniana de narrativa, principalmente de novela, pero también escribía poesía. Se puede encontrar en español su novela Un hogar para Dom, donde narra la vida de una familia ucraniana desde la perspectiva del perro de la casa. La historia es hermosa, llena de reflexiones sobre los aspectos sensoriales de la memoria. Pero, como bien recuerda Abad, “en el último año, Victoria se había apartado de la ficción y se había dedicado a buscar y a documentar con detalle los crímenes de guerra cometidos por los agresores. Hay un crimen de guerra que ya no va a poder documentar personalmente: el que cometieron con ella”.
Amelina había volcado toda su energía a enfrentar desde su oficio de escritora la invasión rusa. Documentaba los crímenes de guerra, promovía la solidaridad internacional de escritores e intelectuales, apoyaba la organización de la Feria del Libro de Kiev en plena guerra (por eso Héctor Abad se encontraba por allá cuando la asesinaron). También es gracias a Amelina que se pudo salvar y publicar la última obra del escritor ucraniano Volodymyr Vakulenko, escrita durante la ocupación rusa del pueblo donde vivía.
Volodymyr Vakulenko era un escritor reconocido por sus libros infantiles. Cuando el pueblo donde vivía fue ocupado por los rusos, dedicó su tiempo a escribir un diario donde daba testimonio de lo que ocurría en la vida cotidiana. Vakulenko intuyó que pronto podía ser detenido, así que enterró su manuscrito bajo un cerezo en el jardín de su casa. Poco tiempo después, el ejército ruso fue por él. Lo detuvieron, lo torturaron y terminó muerto en una fosa común en el bosque.
El padre de Vakulenko sabía que el deseo de su hijo era que se publicara ese manuscrito, pero no sabía dónde se encontraba. Seis meses después, Victoria Amelina lo ayudó a encontrarlo, enterrado bajo el cerezo. Luego ayudó en su publicación y escribió el prólogo. En él compara la persecución que los rusos realizan actualmente contra los escritores ucranianos con aquella ocurrida durante el estalinismo y que se conoce como el “Renacimiento fusilado”.
En palabras de Amelina: “Mi peor temor se estaba haciendo realidad: me encontraba en medio de un nuevo Renacimiento fusilado, como en los años treinta, cuando los artistas ucranianos eran asesinados, sus manuscritos desaparecían y su memoria era borrada. Sentía como si los tiempos se mezclaran y coagularan a la espera de una solución que los separara de nuevo. Así fue como me puse a buscar en la fértil tierra negra de Ucrania, no solo las notas escritas por uno de nuestros contemporáneos, sino todos los textos ucranianos perdidos: la segunda mitad de Los leñadores, de Mykola Khvylovy, otras obras de teatro de Mykola Kulish, los últimos poemas de Vasyl Stus, diarios escritos durante el Holodomor y los viejos libros ucranianos impresos destruidos por un incendio provocado en la Biblioteca de Kiev en 1964. Todas nuestras pérdidas, desde esos viejos libros hasta el diario de Volodymyr Vakulenko, parecían un gran texto, que nunca volvería a leerse”.
El libro casi no ve la luz. Luego de los asesinatos de Vakulenko y Amelina, hace dos meses los misiles rusos volaron la imprenta que estaba publicando la obra. El ataque mató a siete empleados, hirió a otros 22 y destruyó cerca de un tercio de la capacidad total de impresión de libros de Ucrania. Pese a todo, el libro de Vakulenko, con el prólogo de Amelina, ya se encuentra a la venta en las librerías ucranianas, y esperemos que muy pronto sea traducido y difundido en otras partes del mundo.
También se anuncia para febrero la publicación en inglés de la obra que estaba trabajando Amelina al momento de su asesinato. El libro ya se encuentra en preventa en Amazon, y se puede leer como reseña lo siguiente: “Cuando Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero de 2022, Victoria Amelina estaba ocupada escribiendo una novela, participando en la escena literaria del país y criando a su hijo. Ahora se ha convertido en alguien nuevo: investigadora de crímenes de guerra y cronista de mujeres extraordinarias que, como ella, se unieron a la resistencia. Entre estas heroínas están Evgenia, una destacada abogada convertida en soldado, Oleksandra, que documentó decenas de miles de crímenes de guerra y ganó un Premio Nobel de la Paz en 2022, y Yulia, una bibliotecaria que ayudó a descubrir el secuestro y asesinato de un autor de libros infantiles. Todo el mundo en Ucrania sabía que Amelina documentaba la guerra. Fotografió las ruinas de escuelas y centros culturales; grabó los testimonios de supervivientes y testigos de atrocidades. Y poco a poco volvió a convertirse en narradora, escribiendo lo que se convertiría en este libro”.
El misil ruso de corto alcance que mató a Victoria Amelina fue un Iskander. Meses antes de su muerte, ella había hablado de esos misiles en un poema sin título que escribió en medio de la guerra:
Al mismo tiempo, —añado, para
no parecerle loca o mentirosa,— no estoy segura de si los rusos
no nos cubrirán con Iskanders
justo ahora.
Bueno, sí, — ella asiente
y mira a su perro.
(¿Qué hará ella con el perro
bajo los Iskanders rusos?)
Y luego exclama con entusiasmo: ¡pero mira tú!
Caminamos por el Kiev primaveral: dos mujeres y un perro.
Es como si nadáramos en el mar después de un naufragio.
Veo tierra: «¡Tierra!»
Ninguna de nosotras sabe si llegará.
Pero seguimos repitiendo la una a la otra
la buena noticia en el agua fría: tierra.
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