Un lector español repasa la reciente literatura peruana con eje en la migración
El pasado 20 de diciembre, el diario español El País publicó que “Madrid supera el millón de latinoamericanos, uno de cada siete habitantes”. Dos días antes, el Día Internacional del Migrante, el Gobierno del Perú informó en una nota de prensa que “más de tres millones 500 mil peruanos viven en el extranjero”, principalmente en Estados Unidos (30.4 %), España (16.1 %), Argentina (12.9 %), Chile (11.6 %) e Italia (10.3 %). La primera idea que surge desde un punto de vista literario es la de plantear la emigración peruana a España y Estados Unidos como una oportunidad para el mundo editorial, pero brota con fuerza otra inquietud: quién está contando estas experiencias, a quién le importan estas vidas migradas.
Las estadísticas oficiales españolas acercan a 400.000 el número de peruanos residentes en España, que podrían ser más (560.000) según las cifras que maneja el propio Gobierno del Perú. ¿Quién va a contar sus historias? ¿Quiénes van a escribir para que esas personas y sus descendientes puedan alguna vez leer un libro que se aproxime a su experiencia vivida?
La crítica académica habla de una “literatura de la migración” (Amy Burge: What can Literature tell us about migration), y defiende que la narrativa, la poesía, el teatro y la crónica periodística completan la visión de la migración que alcanza la investigación sociológica. En el caso de los Estados Unidos ya existe una pujante producción literaria escrita en castellano e inglés por inmigrantes de primera y segunda generación. Es de interés la lectura del artículo Estados Unidos y la cuestión de la literatura (latinoamericana) de Pablo Brescia (University of South Florida), para conocer las distintas corrientes, la pujanza chicana y caribeña, o la “efervescencia sobre la literatura que se escribe y se publica en español en los Estados Unidos”, con focos en Miami, Nueva York, Chicago o Houston, y la extraña ausencia de Los Ángeles y San Francisco. Hay muchas más referencias, pero estas dos son fáciles de encontrar y leer.
Volviendo al caso peruano y a su narrativa migrante, en el caso de España destacan dos libros: Llamada perdida, de Gabriela Wiener (Malpaso, 2015), y Marrón, de Rocío Quillahuaman (Blackie Books, 2022), mientras que en los Estados Unidos se publicó La vida papaya en Nueva York, de Ulises Gonzales (Suburbano ediciones, 2024). Los tres están escritos en primera persona, y su lectura conforma un mundo circular de pensamientos comunes y episodios cruzados. En la primera página, Ulises Gonzales le dice a una chica “borracha pero lúcida” que se va seis meses a Nueva York, y ella le contesta que ya no va a volver. Es ella la que acierta. Al mismo tiempo que leo esa página, Diego Trelles Paz, residente en París, publica en Facebook que en octubre de 2025 se cumplirán 12 años desde que llegó a Francia y 24 desde que se fue del Perú, y que siempre supo que no volvería. “Mi patria son dos”, afirma.
Ulises Gonzales llegó a Nueva York el año 2000, con 28 años, los mismos que tenía Gabriela Wiener cuando, en 2003, hizo su Gran Viaje, ella a Barcelona. El libro de Wiener es el primero de los tres, y aunque su caso no sea el habitual —su padre fue Raúl Wiener, prestigioso periodista peruano de origen austriaco—, y no se trate de un libro de memorias ni nostálgico, algunas frases son certeras y afines: “habíamos perdido un país, pero teníamos un sueño”.
A Gabriela Wiener la lee Rocío Quillahuaman, y eso le cambia en parte la vida. Obsesionada con el color de su piel en la Barcelona ya incipientemente mestiza de la primera década del siglo XXI, una columna publicada en el New York Times titulada Orgullo marrón abre los ojos de la joven emigrante limeña, nacida en 1994, casi 20 años más tarde que Wiener. Hasta ese momento, su estándar de belleza era “ser una chica blanca, delgada y alta”.
Ulises Gonzales vive su propio episodio proustiano comiendo sopa de pollo de unas señoras colombianas en las afueras de Nueva York. Esa sopa le recuerda a su abuelo, que hablaba quechua, una lengua que no aprendieron sus hijos porque su abuela sostenía que era “una lengua de indígenas”. Tampoco la madre de Rocío Quillahuaman quiso que sus tres hijas hablaran quechua, porque no quería que tuviesen la vida que ella tuvo. Ulises Gonzales también habla de sus conquistas neoyorquinas, de la mezcla de españoles, latinoamericanos o asiáticos. De su proceso de crecimiento, de las oportunidades, de la mudanza a los barrios más conocidos de la Gran Manzana para no seguir siendo un impostor, de su trayectoria ascendente a base de horas de estudio, clases intensivas de inglés y una cierta red familiar. A lo largo de los años se ha convertido en un gran promotor de la cultura en español, impulsor de proyectos editoriales y profesor en el Lehman College (The City University of New York). “Nueva York es para gente con ganas de no morirse nunca”, concluye.
Gabriela Wiener vive ahora en Madrid —creo—, acaba de publicar nueva novela (Atusparia, en Random House) y es una apreciada y demandada periodista y columnista. En las páginas de Llamada perdida, escritas en los años de la crisis inmobiliaria, se pregunta “cuándo se jodió España”, cita a César Vallejo (“Cuídate España de tu propia España”) y recuerda que “miles de kilómetros me separan de mi infancia”. Rocío Quillahuaman escribió un libro político, para que lo encuentren otras niñas latinoamericanas en las bibliotecas públicas, a las que defiende a sangre y fuego. Frente a las innumerables experiencias racistas, la educación fue siempre su única medida de seguridad. “Al final, más allá de los sitios geográficos, sólo pertenecemos a todo lo que hemos vivido”, comparte. Millones de peruanos migrantes tienen detrás historias de miedo, angustia, éxito, superación, hambre, llanto, prosperidad, nostalgia, rencor, injusticia o violencia, que merecen ser contadas. Para que sean conocidas, para que otras personas se sientan aliviadas y reconocidas en ellas. No hay vidas superfluas si la literatura se lo propone. El silencio es una condena al olvido.
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