Trump, el cólera y la cólera


¿Qué está en juego con el retiro de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud?


«No hay camas, no insistir». 

Tal era el desalentador mensaje que se leía en los letreros escritos a mano en papel cuaderno, y pegados con cinta scotch, en la entrada del hospital La Caleta, el principal establecimiento de salud en la ciudad de Chimbote. Era el verano de 1991, bajo cuyo sol deslumbrante fuimos testigos de una crisis sanitaria sin precedentes: pacientes con cuadros agudos de diarrea y vómitos colapsaron los centros de salud de la ciudad-puerto. “Recuerdo ese día como fuera ayer”, relata un testigo 34 años después. “Nunca olvidaré las caras trasnochadas del heroico personal de salud en el hospital La Caleta, con pacientes que se arrimaban como podían en los pasillos”. Los nosocomios del país colapsaron y, ante la emergencia, se habilitaron espacios improvisados en colegios, parroquias e incluso cementerios para atender a los enfermos. El brote, virulento y altamente contagioso, se propagó rápidamente desde Piura hasta Lima, contaminando pescados y mariscos y generando temor en la población. En pocos meses se extendió a otros países latinoamericanos y se convirtió en una crisis de salud pública a nivel continental.

Al principio, se pensó que podía tratarse de una común infección gastrointestinal. Sin embargo, relata el testigo, el lunes 4 de febrero de 1991 se serotipificó en muestras de pacientes el Vibrio cholerae O1, biotipo El Tor, serotipo Inaba. Fue la primera aparición documentada de cólera en América Latina en casi un siglo. Al medio día de ese mismo lunes, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), brazo regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS), no tardó en responder. Con 90 años de trabajo colaborativo en la región en temas de salud —fundada en 1902, es la organización internacional de salud pública más antigua de la historia—, envió una misión científica para descubrir el origen del mal. Mientras tanto, el entonces presidente Alberto Fujimori hacía su papelón comiendo nuestro icónico cebiche ante las cámaras de televisión, asegurando que el pescado crudo estaba impoluto.

Pero la contaminación estaba en el mar. Lo descubrió la misión científica enviada por el Centro Panamericano de Ingeniería Sanitaria (CEPIS) de la OPS-OMS. El testigo es el ingeniero Mauricio Pardón, exdirector de Salud y Ambiente del CEPIS, quien integró la caravana con otros jóvenes ingenieros, microbiólogos y técnicos de laboratorio. «Armados con frascos y cajas refrigerantes, tomamos muestras de las aguas de río y de mar en Chimbote. En esa época, no había laboratorio peruano que pudiera procesar muestras de Vibrio cholerae de manera segura y recurrimos al Naval Medical Research Institute Detachment (NAMRID), un laboratorio de la marina norteamericana establecido en Lima en 1983 para la investigación de enfermedades infecciosas”. Así, se descubrió que el origen del brote eran las aguas de lastre de los barcos provenientes de Asia, donde estaba en curso la séptima pandemia del cólera.

“Recuerdo la más absoluta indiferencia de la gente en la calle, y la abominable condición de la infraestructura de agua, desagüe e higiene”, continúa el ingeniero Pardón. “Al tercer día, sentados en el hospital La Caleta con el viceministro y el personal médico, advertimos que era necesario contener los vómitos y heces de los enfermos y evitar descargarlos al alcantarillado que desembocaba en la adyacente caleta de pescadores”. Mirando fijamente al director del hospital, el viceministro le preguntó: “Lo podemos hacer?”. Agotado tras cuatro días sin descanso, el buen doctor movió resignadamente la cabeza en señal negativa. En esa época, los colegios, los mercados, los propios hospitales y centros de salud, además de las viviendas, no contaban con las más mínimas condiciones de higiene. El propio hospital, que atendía unos 700 pacientes diariamente, solo tenía dos horas de agua al día

Solo en 1991, el cólera mató a 2.909 peruanos, enfermó a más de 322.000 y causó una pérdida de unos 1.000 millones de dólares americanos de entonces para la agricultura, la pesca y el turismo del país.

Como en otras crisis sanitarias mundiales, la OPS y la OMS desempeñaron un papel fundamental en la lucha contra la epidemia, valiéndose de las lecciones en India y Bangladesh, países con brotes endémicos de cólera. Identificaron el origen del patógeno y proporcionaron asistencia técnica y logística al Estado peruano para coordinar la respuesta sanitaria y la vigilancia epidemiológica. «El brote de cólera de 1991 fue una experiencia difícil, pero también nos enseñó la importancia de la prevención y la cooperación internacional», reflexiona Marcos Alegre, otro ingeniero peruano que se movilizó para clorar el agua y realizar campañas de educación sanitaria en las zonas más remotas del país. Hoy, hasta en las más humildes chozas de nuestro inmenso territorio donde aún no existen servicios seguros de agua y saneamiento, hervimos el agua de consumo humano.

La OPS y la OMS jugaron un papel clave en la lucha contra esta epidemia, y su trabajo sigue siendo esencial para la cooperación entre países en la vigilancia epidemiológica, las campañas de inmunización y la gobernanza global de la salud. La erradicación de la viruela, la reducción drástica de la poliomielitis y los avances en el control de la tuberculosis son prueba de ello. 

Por eso, la reciente amenaza de Donald Trump de retirar a EE.UU. de la OMS alegando su mala gestión del Covid-19, es un riesgo para la salud global. No solo afectaría a países en desarrollo que aún dependen de su asistencia técnica y científica, sinotambién al mismo Estados Unidos, que perdería acceso a información clave sobre brotes epidémicos y coordinación en emergencias sanitarias. En un mundo interconectado, debilitar la cooperación internacional podría volverse un bumerán para la salud global.

La OPS y la OMS fueron concebidas como un esfuerzo colectivo y multinacional con la participación activa de países y líderes que entendieron que los problemas sanitarios requieren soluciones compartidas. Tal vez por ello, el sábado Trump afirmó que podría reconsiderar su decisión. ¿Será su amenaza “trumposa” solo una estrategia de negociación?  


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