La democracia en el dial


¿Será que las nuevas formas de consumo alientan nuestra polarización política?


Hace algunas semanas descubrí que mi cuñado escucha música a través de una radio argentina en internet. ¡Una radio! La idea me pareció muy anacrónica en tiempos de Spotify y algoritmos tan afinados. Luego de un rato de chacota, tras pedirle que nos mostrara su beeper y que nos ayudara a enviar un fax, la conversación derivó hacia las emisoras radiales de nuestras vidas y a mí me tocó recordar las extintas Radio América, Stereo 100 y Telestereo 88 FM. También me acordé de “Asia la radio”, la emisora que solía escuchar en los veranos playeros. Para mi sorpresa, una rápida búsqueda en Google me mostró que dicha radio todavía existe y que, además, se puede escuchar por internet.

Fue entonces que, debido a un arranque de nostalgia, dejé de lado a mi fiel Spotify y me puse a escuchar dicha radio. Confieso que la experiencia de escuchar música hoy a través de una radio ha sido muy interesante. Además de liberarme de la decisión de qué escuchar, le he encontrado algo positivo al ejercicio: cuando en Spotify empieza una canción y no me convence, la cambio en cuestión de segundos, pero eso no puede hacerse con la radio, donde toca escuchar toda la canción a la espera de que la siguiente sea mejor. Lo interesante es que me ha hecho descubrir o redescubrir canciones, las cuales he disfrutado mucho luego de superar esos segundos iniciales.

Como suele suceder con este tipo de hallazgos, pronto empecé a pensar en otras experiencias de consumo donde me podría estar pasando lo mismo. A finales de los 90, mi generación solía ver el canal de cable Sony Entertainment Television, especializado en series de televisión. Uno se sentaba en el momento que tenía libre y veía qué estaban transmitiendo. Si no te convencía, podías cambiar de canal o apagar la tele. O también podías quedarte viendo, lo que a veces te llevaba a descubrir algo nuevo.

Con la gran oferta de streaming que existe ahora —Netflix, HBO Max, Paramount +, Amazon Prime, Star+ y sigamos contando— solo veo una serie si es que viene recomendada, y si no me convence rápidamente, paso a otra. Y si no sigo una recomendación humana, también me veo tentado por las recomendaciones tecnológicas: las plataformas van descubriendo mis gustos y, a través de su algoritmo, me sugieren producciones similares a los contenidos que me engancharon previamente.

Estos cambios en los parámetros de consumo no se agotan ahí y podrían estar teniendo consecuencias más importantes. Por ejemplo, pensemos en las noticias y en cómo accedemos a ellas. ¿Cuándo fue la última vez que vimos completa una entrevista a un político con el que estamos profundamente en desacuerdo? Era más probable hacerlo cuando se presentaba en el programa de televisión que veíamos. Ahora, en cambio, solo vemos el clip que alguien cuelga en redes sociales para ver la parte donde dijo una barbaridad, o donde el entrevistador lo puso en aprietos.

La televisión, la radio y los diarios tienen hoy los peores índices de consumo que se haya visto en las últimas décadas. Los contenidos personalizados en diversas plataformas tecnológicas son el presente y serán el futuro.

En el 2010 acudí a una conferencia del expresidente de Chile, Ricardo Lagos, sobre democracia y nuevas tecnologías. Todavía guardo mis apuntes. En esa oportunidad, Lagos recordó que la tecnología siempre ha cambiado la relaciones del poder. La imprenta permitió un experimento inédito de gobierno como la democracia estadounidense. La radio hizo que los analfabetos tuvieran acceso a la información, lo que tuvo como consecuencia que se les otorgara el voto. La televisión cambió radicalmente la forma en que se hacían las campañas electorales. A la hora de llegar a las nuevas tecnologías de información y comunicación, Lagos señaló que estas le estaban dando un profundo poder a los ciudadanos, convirtiéndolos también en emisores de información: “Ahora todos somos emisores, todos somos políticos”, señaló, indicando que la democracia podría ser infinitamente mas democrática.

Sería interesante saber si el expresidente chileno sigue pensando lo mismo sobre lo que viene ocurriendo con internet y sus diversos productos. Imagino que no, o que ahora tiene una opinión mucho más mátizada que entonces. En su defensa, hay que recordar que en el 2010 recién se iniciaban las redes sociales y todo el fenómeno de los algoritmos a la hora de mostrar información.

Mi impresión es que, así como ya casi no escuchamos música distinta a nuestros gustos habituales, o no vemos series de televisión que no vienen previamente recomendadas, cada vez más consumimos solamente opiniones y noticias que coinciden con nuestro punto de vista. Y que cuando consumimos opiniones contrarias, son solo para agitarnos y hacernos reaccionar negativamente, llevándonos a encerrarnos un poco más en nuestras propias ideas.

En el caso de la música, no es tan relevante que hoy martes escuchemos por décima vez nuestros playlists de Taylor Swift o el de Paul McCartney camino al trabajo. Tampoco es problemático que en la noche no veamos una serie distinta a las habituales. Pero a la hora de debatir ideas, de buscar consensos y de elegir opciones políticas —todas ellas actividades fundamentales de la vida democrática—, las consecuencias de este fenómeno pueden estar siendo muchísimo más graves.


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