¿Por qué hablamos tan poco de que cerca de la mitad de nuestros niños tiene anemia?
Imagina una competencia de atletismo donde algunos corredores están obligados a llevar pesas adicionales en sus tobillos. A pesar de sus habilidades y esfuerzos —o de los vítores que reciban desde las tribunas— estos atletas enfrentan una desventaja considerable desde el comienzo debido a una condición impuesta que escapa a su control. Esta situación, claramente injusta, sirve como una poderosa analogía para entender la gravedad del problema de la anemia infantil, e ilustra cómo afecta desproporcionadamente las oportunidades de vida de quienes la padecen desde sus primeros años.
Traigo este tema a colación porque la anemia infantil se ha incrementado en el Perú. Esta noticia no ha recibido la suficiente atención en nuestro país debido a mochasueldos, Rolex y demás inmoralidades que consumen nuestro tiempo y energía, pero los números son muy preocupantes. Según cifras oficiales, en el 2023, un 43.1 % de niños entre 6 y 35 meses de edad tenía anemia. Las 5 regiones con mayor nivel de anemia infantil son: Puno, Ucayali, Madre de Dios, Loreto y Huancavelica. En Puno, 7 de cada 10 niños tienen anemia.
Ahora, una breve explicación científica para entender la gravedad del problema. La anemia infantil es una condición médica que se presenta cuando los niños tienen una cantidad insuficiente de glóbulos rojos sanos para transportar adecuadamente el oxígeno a sus tejidos. Esta situación suele ser el resultado de una deficiencia de hierro, nutriente esencial para la producción de hemoglobina, componente clave de los glóbulos rojos.
El impacto de la anemia en la infancia va mucho más allá del cansancio que podamos percibir en ellos. Los niños anémicos suelen experimentar retrasos en su desarrollo físico e intelectual, lo que afecta su rendimiento escolar y su interacción social. Además, la falta de oxígeno adecuado en el cerebro, debido a la baja hemoglobina, puede retardar habilidades importantes como el lenguaje y la motricidad fina. Estos efectos en conjunto no solo limitan la capacidad del niño para aprender en el corto plazo, sino que pueden tener consecuencias permanentes en su desarrollo.
Conversando con especialistas, una de las ideas claves es que la lucha contra la anemia infantil no debe limitarse al trabajo que realiza el sector Salud o los programas sociales del Ministerio de Inclusión Social. Por ejemplo, el diseño de políticas públicas que mejoren el acceso al agua potable y a instalaciones sanitarias adecuadas contribuyen a la prevención de la anemia, pues reducen la incidencia de parásitos y enfermedades. Otro ejemplo es el manejo responsable de la economía, ya que está plenamente documentado el impacto que tiene la falta de empleo digno o el aumento de los precios de los alimentos en el incremento de la anemia infantil.
Una persona que padece anemia durante la infancia corre el riesgo de enfrentar restricciones prolongadas en su libertad a lo largo de su vida. Las deficiencias que acarrea esta condición pueden limitar seriamente el desarrollo de sus capacidades, lo que limitará a su vez las oportunidades educativas y profesionales a las que pueda acceder, afectando negativamente su capacidad para progresar en base a su esfuerzo.
No podemos hablar de una carrera justa —o de igualdad de oportunidades— cuando, de saque, un sector de nuestra población ve reducida su posibilidad de ejercicio pleno de la libertad. Quienes creemos en la libertad de las personas como elemento clave para el desarrollo de las sociedades —llamémonos liberales, progresistas o algún término similar— deberíamos tener a la lucha contra la anemia como una de nuestras principales banderas.
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