Jugando a ser dioses del clima


¿Podrá la geoingeniería salvar nuestra civilización? 


En agosto de 2008, en vísperas del cierre de los Juegos Olímpicos de Beijing, los meteorólogos chinos anunciaron, preocupados, unas tormentas que amenazaban con arruinar la espectacular ceremonia de clausura. A las pocas horas, la agencia oficial de noticias de China, Xinhua, anunció que el país tomaría medidas rápidas: modificaría el clima para evitar la lluvia y no estropear las celebraciones. Así fue: 249 cohetes cargados de productos químicos, probablemente yoduro de plata o sales de potasio, salieron disparados desde diferentes localidades de la provincia de Hebei, que rodea Beijing. El cielo de la ciudad, en los días siguientes, lució azul y despejado. La fiesta se salvó. 

La tecnología china, conocida como siembra de nubes, consiste en inyectar productos químicos en los nubarrones para alterar sus procesos a nivel de microfísica y así evitar o inducir las lluvias. En muchos países esta técnica ya se utiliza para aumentar las precipitaciones en zonas de sequía, reducir el tamaño del granizo que se forma en las tormentas, producir nieve en las pistas de esquí o disminuir la cantidad de niebla alrededor de los aeropuertos.

Es una de las técnicas de la geoingeniería, una disciplina que está movilizando cada vez más científicos, más empresas y más recursos con el propósito de manipular deliberadamente el clima. La intervención china previa a la clausura de los Juegos Olímpicos es un ejemplo de geoingeniería meteorológica, o sea de manipulación del tiempo a nivel local. En contraste, las soluciones que buscan controlar el clima a escala global pertenecen a la rama de la geoingeniería climática. Esta disciplina está cobrando un fuerte protagonismo en el debate científico y político de los últimos años por obvias razones: a pesar de lo que sostienen los negacionistas climáticos, estamos enfrentando una crisis climática que puede borrarnos como especie y como civilización, y necesitamos soluciones ambiciosas para enfrentarla.

Los proyectos de investigación en marcha son realmente audaces. Manipulan el océano, las nubes, la luz solar e incluso los desiertos, en un intento de jugar a ser Dios. Aquí una reseña de algunos.

El más urgente: salvar el glaciar Thwaites en la Antártida. Frecuentemente apodado el «glaciar del Juicio Final”, ha perdido más de un billón de toneladas de hielo desde el año 2000. Su majestuosa masa de hielo está colapsando rápidamente y, dado que sostiene gran parte de la capa de hielo que cubre la Antártida Occidental, si el plan falla se proyecta un derretimiento generalizado del hielo que producirá suficiente agua para elevar los niveles del mar —a nivel global— hasta 5 metros. New York, Shanghái, Calcuta y Hamburgo son algunas de las ciudades que se inundarían extensamente. Seguramente El Callao, también. John Moore, científico de la Universidad de Laponia, en Finlandia, ha estado explorando formas para evitar esta catástrofe. Su idea, publicada en la revista Nature, involucra desplegar una enorme cortina submarina flotante —de unos 80 kilómetros de longitud— anclada al lecho marino cerca del glaciar y así evitar la intrusión de agua más cálida que está acelerando su derretimiento. Es solo un paliativo ante el desastre climático, pero nos permitiría ganar tiempo manteniendo el glaciar como está, mientras reducimos nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Se estima que la cortina marina podría costar entre 50.000 millones y 100.000 millones de dólares, y las primeras pruebas de un pequeño prototipo acaban de comenzar. 

El más costoso: reciclar CO2. Esta solución implica capturar CO2 directamente del aire (Direct Air Capture, DAC) y luego liberar un flujo del gas concentrado que puede ser enterrado en el suelo —donde se mineraliza y transforma en roca— o venderlo como un producto útil, por ejemplo, como combustible sintético para aviones. Es, en cierto sentido, un reciclaje del carbono. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), necesitaríamos capturar unos 80 millones de toneladas de CO2 (80 megatoneladas) de la atmosfera cada año para 2030 para estabilizar el clima y alcanzar emisiones netas cero al año 2050. El proceso requiere mucha energía y la primera planta de captura de carbono —Orca, de la empresa suiza Climewires— ya ha sido construida en Islandia, aprovechando la gran oferta geotérmica del país. Pero Orca solo extrae 4.000 toneladas de CO2 al año: se necesitaría 20.000 Orcas o un puñado de plantas gigantescas para remover todo el carbono que sobra en la atmósfera. Hay al menos 130 proyectos actualmente en desarrollo y para 2050, con un impulso de inversión, podríamos tener docenas de plantas de escala de 1 Mt en todo el mundo: una misión épica, pero no imposible. 

El más secreto: blanquear las nubes marinas. Es parte de un conjunto de tecnologías altamente controversiales de manejo de la radiación solar (Solar Radiation Management o SRM).  Liderado por la Universidad de Washington y SilverLining, el proyecto de Investigación y Participación Atmosférica Costera (CAARE) ya empezó en Alameda, California, y usa rociadores que disparan billones de partículas de sal marina al cielo para aumentar la densidad y capacidad reflectante —el albedo— de las nubes marinas. Dado que no se conocen sus impactos sobre los patrones climáticos y, potencialmente, sobre los ecosistemas y la productividad de la pesca y la agricultura, se realiza bajo un manto de secretismo. Jugar con la naturaleza no siempre da buenos resultados.

El más inspirador: reverdecer el desierto egipcio. Científicos holandeses de la empresa The Weather Makers, en colaboración con el gobierno de Egipto, están desarrollando la idea de revedercer la península del Sinaí sobre unos 60.000 kilómetros cuadrados de desierto, equivalentes a la superficie de toda la región Puno. Otrora un vergel subtropical, dicha región se secó por el cambio en la órbita terrestre y por la sobreexplotación humana. El proyecto holandés quiere hacer retornar el Edén perdido, reintroduciendo vegetación que absorbería una gran cantidad de carbono de la atmósfera y revitalizaría los ciclos locales del agua, provocando lluvias y permitiendo que la flora y fauna regresen. Ello implica, entre otras medidas, capturar agua con recolectores de niebla, restaurar una antigua laguna ahora seca —el lago Bardawil— y utilizar sus sedimentos ricos en materia orgánica para fertilizar la tierra cercana. Al crear una masa crítica de tierra reverdecida, la biosfera original volvería de forma natural y se produciría un ciclo de agua autosostenible. 

Estos son solo algunos de los proyectos extravagantes, ambiciosos y controvertidos en el ámbito de la geoingeniería alrededor del mundo. Los elevados costos y los impactos impredecibles de estas iniciativas están en el centro del debate. Sus defensores argumentan que cualquier esfuerzo es válido si se compara con las devastadoras consecuencias del cambio climático: inundaciones masivas, migraciones forzadas, la extinción de innumerables especies e incluso de la especie humana, tal como lo predicen los modelos climáticos. Sus críticos sostienen que estas propuestas simplemente desvían la atención de la solución más efectiva: reducir nuestras emisiones de carbono. Y usted, ¿qué opina?


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2 comentarios

  1. Rafael Garcia Melgar

    Muy ilustrativo tu artículo apreciada Anna.
    Fuerte abrazo!

  2. Jeremy Robert

    Gracias Anna por este articulo !! Te aconsejo este libro que tiene unos ejemplos fantasticos tambien !! L’ Homme face au climat: L’Imaginaire de la pluie et du beau temps. de Lucian Boia (2004).

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