Apuntes sobre un carnaval que le faltaba a los gringos
Dudo si fue a través de la película Hocus Pocus (1993) o de la serie de televisión Sabrina la bruja adolescente (1996-2003) cuando supe por primera vez de la existencia de la histórica ciudad de Salem, Massachusetts, ubicada a las afueras de Boston. Este lugar era retratado en la pantalla como un epicentro legendario de brujas y, por tanto, con una energía mística especial. Esta caracterización se ha dado por una serie de infames juicios entre 1692 y 1693, en donde literalmente acusaron a más de cien personas por ejercer la brujería. Hasta donde sabemos, aquellas personas no tenían nada de brujas, sino que fueron víctimas del extremismo religioso, la histeria colectiva y la ausencia de un proceso legal justo. Pero para la literatura y la cultura popular, el mencionado evento fue el nacimiento de un imaginario que ahora es un punto clave de la identidad de este lugar, al punto de que, como ya adelanté, son varias las series y películas que asocian a Salem con una ciudad embrujada.
Hocus Pocus nos narra que en una casa abandonada de Salem se escabullen un grupo de adolescentes curiosos, quienes, sin querer, terminan activando un conjuro que revive de la muerte a tres brujas de la época de los infames juicios —siendo una de ellas la mismísima actriz Sarah Jessica Parker—. Estas brujas, al revivir en el siglo XX, se dan con la sorpresa de la existencia de Halloween y de que todo el mundo parece ser una bruja o un monstruo, con la salvedad de que están disfrazados. En la vida real, la ciudad también abrazó al Día de Brujas como su propio carnaval de pueblo: gente por todas partes, fiestas, ferias, mercadillos, mucho turismo y, claro, las calabazas naranjas de la estación.
Desde que me mudé a Boston hace unos años he tenido la oportunidad de visitar Salem en varias ocasiones, pero octubre es ciertamente su mes jubilar. Guardando las distancias y contextos, el ambiente festivo me hace recordar un poco a junio en Cusco con el Inti Raymi, y a febrero en Ayacucho y Cajamarca, en el sentido de que las calles andas decoradas y llenas de gente, y el lugar en sí mismo se convierte en una excusa para pasarla bien, ya sea en familia, con amistades o en solitario. En Salem la temática principal es Halloween, sí, pero al mismo tiempo existe el puro gusto de deambular y de pasarla bien. Si alguna vez fue un evento solemne, ahora opera como un pequeño carnaval regional como los que se encuentran en varias partes del mundo: juegos mecánicos, joyería, comida, ropa, música en vivo, e incluso un puesto de mochilas andinas y artesanía, y otro puesto que vende retablos ayacuchanos y llamitas de peluche. El primero es administrado por ecuatorianos otavaleños, y el segundo por peruanas de Ayacucho. En estos tiempos, una feria en Cracovia o Milán —y ahora Salem— sin artesanías andinas ya se siente incompleta. Hasta las ferias de pueblo manifiestan los efectos de la globalización.
A diferencia de Italia (Venecia), Bolivia (Oruro) o Colombia (Barranquilla), el país norteamericano no es identificado por sus espacios carnavalescos. Cuando era estudiante, un profesor nos decía en clase que, para él, la “única ciudad civilizada” de Estados Unidos era Nueva Orleans, porque esta sí permitía darse unos días de caos mediante el Mardi Gras, para luego poder seguir con la vida. Es algo sobre lo que ya el pensador ruso Mikhail Bakhtin había reflexionado acerca del período de las monarquías medievales y absolutas: que durante unos pocos días al año era posible burlarse del rey sin terminar decapitado, siempre y cuando uno estuviera disfrazado o enmascarado. El disfraz nos permite actuar más allá de nuestra predictiva personalidad.
De pronto Salem, más allá de su histórico horror, también ahora ha entendido su rol festivo de manera más allá de las brujas, sustos y conjuros. La sociedad estadounidense, la cual generalmente gira alrededor del trabajo y la productividad, con esto se permite espacios de socialización para relajarse y pasarla bien. Desde entonces, octubre es también para mí un período festivo que he aprendido a abrazar como nuestra festividad local cuyo fin principal, más allá de Halloween, es celebrar la llegada del otoño en el hemisferio norte.
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