Había una vez, antes de Hamas


Los antecedentes y la gran interrogante frente al reciente estallido en Oriente Próximo


La masacre perpetrada por Hamas hace una semana en Israel ha desencadenado una onda expansiva de violencia tan poderosa que es difícil imaginar hasta donde llegará. La virulencia con la que la mentada organización atacó a una población civil indefensa —jóvenes que bailaban en una fiesta al amanecer, familias enteras en los kibutz del sur de Israel con niños y ancianos incluidos, así como a todos los que se cruzaron en el camino de los atacantes que burlaron el cerco alrededor de la franja de Gaza—, es casi imposible de comprender para propios y extraños.

Por mi lado, he leído todo lo que he podido sobre lo sucedido, y me he solidarizado con mis amigos en Israel, de quienes he leído consternada todo lo que han escrito sobre el ataque, y lo mismo he hecho con mis amigos judíos repartidos en todo el mundo, que sienten, con toda razón, que su comunidad se encuentra en una posición de gran vulnerabilidad. En Londres, que es donde vivo, las dos escuelas judías han estado cerradas por miedo a las represalias, y la de mi hijo, que está muy cerca de la embajada de Israel, también cerró debido al temor a que las manifestaciones se salieran de las manos.

Al mismo tiempo he visto que mis amigos descendientes de palestinos han sentido las repercusiones del ataque de Hamas también de manera directa, y varios de ellos han recordado el origen del actual conflicto, cuando se creó el estado de Israel en 1948 y que hoy, 75 años después, tiene como una de sus consecuencias la situación cada vez más desesperada de los palestinos en la franja de Gaza, un lugar que muchos definen como la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.  Allí, más de dos millones y medio de personas viven en absoluta precariedad y, por si esa vulnerabilidad no fuera suficiente, son esas mismas poblaciones las que en estos momentos están sintiendo toda la fuerza de la reacción de Israel, que viene bombardeando la zona sin piedad, que ha cortado además el suministro de agua y electricidad. En ese momento la situación humanitaria en la franja de Gaza es, pues, insostenible.

Los motivos estructurales que han llevado a la situación actual son muy complejos y preceden por mucho a Israel. La idea de crear un estado que albergara a los judíos, el sionismo, fue desarrollada por Theodor Herzl, un austrohúngaro que vivió a fines del siglo XIX. La suya era una respuesta al antisemitismo que se vivía en toda Europa y a los pogromos, que es como se conocía a los ataques de exterminio de comunidades judías en Rusia. Por entonces comenzaron las primeras oleadas de migraciones judías a lo que todavía era parte de Imperio Otomano, que luego de la Primera Guerra Mundial pasó a ser el Mandato británico de Palestina. La labor que por entonces la Liga de las Naciones le encomendó al Reino Unido fue crear un “hogar nacional judío”, al mismo tiempo que “salvaguardar los derechos civiles y religiosos de los habitantes de Palestina”, que en ese momento incluían una gran mayoría musulmana y una muy pequeña minoría católica.

La situación en los años 30 y 40 se hizo compleja con la llegada de cada vez más judíos que huían de la persecución en Europa y ya por entonces llegó a desatarse la violencia entre las comunidades. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y se conocieron las atrocidades cometidas contra los judíos durante el holocausto, el consenso entre las potencias sobre la creación de un estado judío fue completo y entre las opciones propuestas por las Naciones Unidas obtuvo más votos la que proponía que se establecieran dos estados en el territorio —uno árabe y el otro judío. Los británicos se retiraron el 15 de mayo de 1948, al día siguiente de la creación del estado de Israel. Ese mismo día, los ejércitos de cinco países vecinos que no reconocían al nuevo estado lo invadieron, pero cuando Israel emergió victorioso y se consolidó el nuevo estado se dio inicio a lo que los palestinos denominan Nakba, que significa catástrofe o desgracia.

Israel pasó a ocupar un 77 % del territorio, Jordania se encargó de administrar la región conocida como Cisjordania, Egipto hizo lo mismo con la franja de Gaza y se establecieron también campos de refugiados con unos 5 millones de personas. En 1967 el conflicto que acompañó esta frágil convivencia tuvo su pico en la Guerra de los Seis Días, que tuvo como consecuencia la ocupación israelí de Cisjordania y de la franja de Gaza, con medio millón más de palestinos que terminaron refugiados. Seis años después, en octubre de 1973, una coalición encabezada por Egipto y Siria atacó a Israel en la denominada Guerra del Yom Kippur, durante la festividad religiosa judía más importante del año. Si bien este conflicto terminó por medio de la negociación y finalmente Egipto aceptó la existencia de Israel y se acercó a la esfera de influencia norteamericana, uno de los resultados fue la escalada de la violencia terrorista por parte de la Organización para la Liberación de Palestina.

Los Acuerdos de Camp David de 1978 cimentaron la paz entre Egipto e Israel con el compromiso de establecer gobiernos autónomos en Cisjordania y la franja de Gaza, pero, al mismo tiempo, llevaron a una profunda fractura en el mundo árabe. En este contexto nació Hamas, una organización palestina que busca la absoluta liberación de su gente y la destrucción de Israel. A pesar de ello, los intentos por conseguir la paz continuaron con los Acuerdos de Oslo de 1993, pero encallaron tras la violencia desatada después del asesinato de Isaac Rabin en 1995 por un nacionalista israelí que no estaba de acuerdo con la llamada “solución de los dos estados” acordada en Oslo.

Los últimos veinte años han sido de entrampamiento, como describe muy claramente el historiador israelí Yuval Noah Harari en este artículo para The GuardianEn todo este tiempo la búsqueda de una solución al problema de fondo se ha dado mediante el ensayo y el error. Sin embargo, a pesar de ello y de todo el horror de esta última semana, Harari considera que la paz todavía tiene una oportunidad si prevalece la cordura y trabajan juntos todos los que puedan en lo que él llama “una coalición de los dispuestos”. 

Cuesta pensar que esto se haga realidad si se consideran todas estas décadas de una violencia que ha generado violencia, pero quizá las imágenes y testimonios que hoy consternan al mundo en tiempo real ayuden a que, esta vez, encontremos un consenso rumbo a la paz definitiva.


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