Gauguin no tenía sífilis


Una reciente biografía nos enseña a ser más cuidadosos con nuestras lecturas del pasado


Siempre me ha incomodado la cultura de la cancelación. Sobre todo, cuando el objeto de la censura es un personaje del pasado que ya no está presente para defenderse. Esto no quiere decir que la historia no deba ser revisada, al contrario: me parece sano mirar hacia atrás con nuevas perspectivas, interpretar el pasado con miradas que aporten puntos de vista que no fueron tomados en cuenta. Sin embargo, una cosa es plantear nuevas lecturas de lo ocurrido, y otra intentar borrar a personajes y hechos a los que se les juzga, muchas veces, con categorías que en su momento no existían. 

La reflexión me vino a la mente a raíz de un artículo que leí en The Guardian sobre el pintor Paul Gauguin. Lo escribe Sue Prideaux, una autora que tiene predilección por escarbar en la vida de personajes excéntricos y escribir sus biografías. Lo ha hecho con Nietzsche, con Munch, y en su último libro lo hace con Gauguin. La escritora nos cuenta que cuando en el 2019 la National Gallery de Londres presentó una exposición de retratos de Paul Gauguin, se armó una enorme polémica: en las redes sociales lo acusaban de haber sido un pintor colonialista que le contagió sífilis a niñas menores de edad en las islas polinesias y de haber abusado de las mujeres de las que se rodeó a lo largo de su vida. Las quejas pedían que se levantara la muestra, y que se quemaran y desaparecieran las obras del francés. 

Prideaux, que se declara una admiradora del pintor, decidió comprobar por cuenta propia si las barbaridades de las que se le acusaban eran ciertas, pues, como señala con sabiduría, no estaba dispuesta a vivir hipócritamente odiando al personaje, pero amando su trabajo. Lo que descubrió no solo le hace justicia al pintor impresionista, sino que lo reivindica frente a sus detractores. 

De acuerdo con los estudios de Prideux, para empezar, Paul Gauguin nunca tuvo sífilis. Murió en 1903 a los 54 años, en la  pequeña isla de Hiva Oa, en la Polinesia Francesa. Cuando en el año 2000 se restauró la cabaña en la que había pasado sus últimos días, se encontró un frasco de vidrio con cuatro dientes del pintor y en ellos no había rastro de cadmio, mercurio y arsénico, que eran las sustancias con las que por entonces se trataba esta enfermedad venérea. Además, su médico, un conocedor de este mal, nunca lo diagnosticó con sífilis, sino que determinó que tenía un eczema y una erisipela, los cuales se infectaron por las picaduras de la mosca Simulium buissoni.

Sobre la edad de sus amantes, Prideux hace una aclaración bastante pertinente: en los años en que vivió Gauguin, la edad de consentimiento para estar con una mujer en Francia y sus colonias era de 13 años. Esto nos puede parecer hoy en día un horror o un abuso, pero, en el contexto de la época, las amantes polinesias de Gauguin eran mayores de edad. Estas mujeres, según las costumbres del lugar, podían elegir si permanecían o no al lado de sus maridos. Tehamana, su pareja más conocida, estuvo junto a él por elección propia y no por coerción alguna. Entre los documentos que la escritora ha encontrado del pintor figuran cartas y diarios en los que él se declara un defensor de la igualdad entre el hombre y la mujer, y un admirador del pensamiento de su abuela, Flora Tristán. 

Finalmente, la biógrafa del pintor ha descubierto que Gauguin no solo careció de una mentalidad colonizadora, sino lo contrario: vivía horrorizado por el régimen colonial francés, al que consideraba opresivo y explotador, y se dedicó a denunciarlo desde el periodismo político. Escribió artículos para un periódico local, envió cartas y artículos a París, y hasta fundó su propio medio para hacer oír su voz.  Fue tan intensa su lucha, que el gobernador de Tahití lo demandó por difamación y lo obligó a huir de la justicia. Fue así como terminó sus días en la pequeña isla de Hiva Oa. Al llegar, se sorprendió al ser acosado como si fuera una celebridad; y no, no lo conocían por sus pinturas, sino por su periodismo.

El trabajo que ha hecho Prideaux no solo le devuelve a Gauguin el lugar que le corresponde en la historia, sino que deja en evidencia que para mirar el pasado es necesario despojarse de prejuicios, contextualizar los hechos e investigar lo que realmente ocurrió.
Por cierto, la biografía de Paul Gauguin se llama Wild Thing, que se traduce como “cosa salvaje”. ¿Saben por qué? Pues porque el pintor, que vivió hasta los siete años en Lima, decía que él no era francés, sino una cosa salvaje del Perú. Entrañable. 


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