Fronteras


Un recorrido que va de la orilla del mar al sellado de nuestros pasaportes


Ramon Folch i Guillèn es doctor en biología y fundador de ERF, es un referente en sostenibilidad, gestión territorial y comunicación socioambiental. Ha sido vicepresidente del Consejo Consultivo del Hábitat Urbano de Barcelona, presidente del Consejo Social de la UPC y profesor en la Cátedra UNESCO/FLACAM. Consultor para UNESCO y PNUD, dirigió la serie Mediterrània y exposiciones como Habitar el mundo. Autor y coordinador de grandes proyectos editoriales, ha recibido premios como la Medalla Narcís Monturiol, el Premio Ciudad de Barcelona y el Premio Alzina, consolidándose como figura clave en la defensa del patrimonio natural y la sostenibilidad.


Parece ser que fue el naturalista y explorador galés Alfred R. Wallace quien, a mediados del siglo XIX, puso en circulación el concepto de ecotono para referirse al frente de contacto entre dos ecosistemas diferentes. Los cambios en la matriz de las condiciones ambientales determinan el ecotono. La línea de costa debe ser el ecotono por antonomasia: todo el mundo entiende que vida marina y vida terrestre son cosas bien distintas.

Esto, visto de lejos y a gran escala. Pero vista de cerca, la pretendida línea de costa suele ser más bien una banda suficientemente ancha, en cuyo seno hay cosas bien distintas (roquedas, dunas, marjales…), separadas entre sí por ecotonos igualmente distintos. Como siempre, los cambios escalares dan como resultado cambios conceptuales. En cualquier caso, estas soluciones de continuidad ecológica que llamamos ecotonos realmente existen y tienen una considerable relevancia, porque comportan tensión entre sistemas (en griego, oikos y tonos significan “lugar” y “tensión”, justamente). En ellos se producen interacciones e intercambios energéticos, la biodiversidad es alta… son lugares estimulantes.

Investigaciones recientes sugieren que los humanos aparecimos hace unos tres millones de años en una zona de cruce de ecotonos llena de oportunidades entre lagos, sabanas y bosques en la actual confluencia de las fronteras entre Botsuana, Namibia, Zambia y Zimbabue. Esas fronteras no existían entonces, por supuesto. Ni estas ni ninguna otra. Las fronteras son de invención reciente y nada tienen que ver con los ecotonos, pero suelen presentar algunas similitudes curiosas en cuanto a las matrices socioambientales operativas a ambos lados. No es como pasar del mar a la tierra, obviamente, pero a menudo conllevan cambios vistosos. La cuestión es: ¿las fronteras fueron establecidas debido a las diferencias, o las diferencias son el resultado de las fronteras? Es decir, ¿las fronteras son ecotonos sociológicos o los artefactos que los propician?

En 2002, el historiador neerlandés Willem van Schendel acuñó el término Zomia para referirse a la dilatada zona montañosa que comparten Birmania, Tailandia, China, Laos y Vietnam. Ignorando las fronteras poscoloniales —y algunas más antiguas—, setenta millones de personas comparten diferentes culturas y formas de vida rural, al margen de la reglamentación de los estados modernos. Su ecotono es hipsométrico, porque su sistema es la montaña. Pero ningún mapa refleja esta realidad, puesto que la cartografía suele representar solo a las figuras del poder político. En efecto, fronteras y ecotonos sociológicos colisionan sin avenencia en este caso. En este y en tantos otros.

Vicent Partal ha publicado un libro interesante al respecto (Fronteres, 2022). En él pone de manifiesto que las fronteras con hitos, barreras viarias y control de pasaportes son un invento reciente, nacido con el estado nación surgido en la paz de Westfalia y consagrado por la Francia revolucionaria de finales del XVIII. Un invento reciente y europeo, exportado por todo el mundo con desastroso entusiasmo por el imperialismo de los siglos XIX y XX, y que no habría sido viable sin el desarrollo de la cartografía científica, que hizo posibles representaciones geográficas precisas en un pedazo de papel. Quizás el primer caso claro fue el del grandioso y memorable mapa de Francia, a escala 1:86.400, formado a lo largo del siglo XVIII mediante triangulación geodésica por los cartógrafos de la familia Cassini, que permitió ejecutar con exactitud las decisiones de la Asamblea Nacional y las napoleónicas posteriores. De todo ello, hace solo dos o tres siglos.

Esto ha sido suficiente para que las fronteras nos parezcan hoy ecotonos sociales claros y casi inmutables. No lo son. A lo largo del siglo XX, los judíos caraítas de Trakai —Lituania—, sin moverse de casa, han sido alemanes, polacos, soviéticos, bielorrusos o lituanos a causa de volátiles líneas fronterizas. Solo se han sentido una cosa: judíos de Crimea emigrados. Cierto: las fronteras no son ecotonos. Pero acaban ejerciendo como tal. 


Este artículo fue publicado en setiembre de 2023 en la revista Métode de la Universidad de Valencia. Agradecemos el permiso de la Universidad y de su autor para su reproducción. 


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