Cuando uno señala a Guatemala, el resto de América levanta la mano
Como cada semana, debo escoger el tema para mi columna de Jugo. En la reunión editorial del último sábado dije que podía escribir sobre el sorprendente hecho político que viene sucediendo en Guatemala: la equivalente a la fiscal de la Nación allá está buscando anular las elecciones presidenciales. Vaya tiempo para las fiscales en la región, ¿no? Parece que no somos los únicos con problemas.
¿Se habría atrevido la fiscal peruana Patricia Benavides a anular las elecciones presidenciales de 2021 si hubiera estado en el poder? Difícil saberlo, pero recordemos que sus aliados son los mismos que por entonces gritaban fraude sin tener una sola prueba. Creo que los “fraudistas” hubieran estado felices con el intento, ya que hicieron de todo para frenar el resultado: impugnación masiva de actas en el Jurado Nacional de Elecciones, marchas, e incluso recursos judiciales. Y hasta ahora, ni una sola prueba del supuesto fraude. De haber intervenido la Fiscalía pidiendo anular los resultados hubiera llevado la crisis a otro nivel, como está pasando hoy en Guatemala.
Ha hecho bien el secretario general de la OEA en salir a llamar golpe de Estado a esta maniobra. No hay tanques, ni todo lo que suele acompañar a la larga tradición latinoamericana de patear el tablero, pero se está abusando de las competencias para intentar revertir el mandato popular y destruir el balance de poderes, tal como lo que intentó el expresidente Castillo en Perú en diciembre de 2022. Él no tenía ni tanques ni fiscalía, pero igual quiso acabar con la Constitución y la voluntad ciudadana al expresar su voluntad de cerrar el Congreso y de intervenir el sistema de justicia. Todo para buscar impunidad, como están haciendo los poderosos en Guatemala, así los fanáticos castillistas no quieran aceptarlo.
Para cualquier testigo desapasionado, resulta increíble que todavía existan castillistas, y que además sostengan que lo ocurrido en diciembre del año pasado no fue una intentona golpista. Tal como los trumpistas, que en Estados Unidos siguen sin condenar los intentos de Trump de revertir las elecciones. Igualito. Que el intento de golpe de Castillo haya sido mediocre en su planificación, improvisado en su ejecución y con un resultado patético, no quiere decir que no se haya intentado acabar con la democracia en el país. Pero a los castillistas nada los convence, siguen sosteniendo que Castillo es inocente e incluso que debería ser liberado y volver a Palacio de Gobierno. La locura.
Así de irracionales son los fanatismos, sino veamos a los seguidores de Milei, aquí y allá. El domingo asumió finalmente la presidencia de Argentina y varios congresistas peruanos estuvieron presentes, algunos de los cuales gritaban “viva la libertad, carajo”, pese a que acá se oponen a toda iniciativa legislativa que busque mayor libertad individual para las personas. ¿Una de las primeras acciones de gobierno de Milei? Modificar la normativa contra el nepotismo para nombrar a su hermana —¡a su hermana!— en la Secretaría General de la Presidencia. Evidentemente, ninguno de sus fanáticos ha salido a criticar la medida: siguen celebrando el triunfo de la extrema derecha allá y soñando con un “Milei peruano” o un “Bolsonaro peruano”.
Por cierto, ¿qué hacía Bolsonaro en la asunción de Milei? Siendo Brasil uno de los principales socios comerciales de Argentina, es increíble cómo el fanatismo ideológico puede más y que se haya invitado al principal enemigo del actual presidente brasileño. Juntarse con alguien que siguió el camino de Donald Trump y de Keiko Fujimori de poner en duda las elecciones en su país porque el resultado no lo favoreció le hace poco favor a un presidente que debe demostrar que tendrá un gobierno democrático. Recordemos, incluso, que los seguidores de Bolsonaro intentaron tomar el Congreso para revertir el resultado, como hicieron los seguidores de Trump en enero del 2021, hace ya casi dos años. Y, ya que lo he recordado, es increíble cómo pasa el tiempo y que ahora Trump sea el favorito para ser el candidato republicano y que tenga serias posibilidades de volver a la Casa Blanca. Es que a sus seguidores no les importa nada: lo siguen ciegamente y él cada vez está más radicalizado.
Es increíble cómo los sectores más radicales terminan imponiéndose a los sectores moderados que, supuestamente, todavía siguen siendo mayoría en nuestros países. Lo mismo sucede en Chile, donde la próxima semana volverán a rechazar un nuevo proyecto de Constitución. La primera vez fue porque el proyecto estaba muy a la izquierda, y ahora será porque el proyecto está muy a la derecha. El descontento con el gobierno progresista de Boric ha envalentonado a Kast y a la extrema derecha, debilitando mucho a los sectores centristas. ¿Qué significará un nuevo rechazo? ¿Volverá a haber un estallido social como el del 2019?
Sin duda, son tiempos difíciles para la democracia en la región, pero el caso más dramático y urgente en este momento es el de Guatemala. Sí, sin dudarlo, a ese hay que prestarle más atención. Bueno, ya está: ya escogí el tema. Escribiré sobre el golpe de Estado en marcha en Guatemala. Aunque para entenderlo mejor creo que tendré que hablar también de Perú. Y relacionarlo con Argentina. Y un poco con lo que viene sucediendo en Estados Unidos. Y en esta coyuntura no puedo dejar de mencionar a Chile. Y si me alcanza el tiempo puedo mencionar también a… ¡caray! Mensaje de Gustavo Rodríguez: “Alberto, estamos tardísimo, necesito que me mandes ya tu artículo para mañana”.
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