Nuestra poca educación para el debate y el mito de que toda opinión importa
En internet se han popularizado los programas de conversación y el Perú no ha sido la excepción. Estos suelen transcurrir en una mesa con dos o tres conductores —usualmente vinculados al mundo del espectáculo—, delante de micrófonos de radio, y en un formato relajado que les da la libertad para hablar de cualquier tema que les salga del forro. Estos programas suelen colgarse en YouTube y luego los fragmentos más entretenidos se editan y cuelgan a modo de promoción en TikTok e Instagram.
Usualmente, los programas giran en torno a anécdotas divertidas e infidencias, aunque también a veces deciden tocar temas más serios. Cuando esto último sucede, detecto que algunos de los conductores son más enfáticos en sus apreciaciones para promover la controversia y así generarle más atención al programa. Paradójicamente, quienes buscan ser controversiales suelen, luego, refugiarse en un lugar común, repitiendo aquella idea de que toda opinión es respetable.
Y digo que esto es paradójico, porque el objetivo detrás de su postura controversial parecía ser el de generar un debate o conversación al respecto. Sin embargo, quienes se escudan en esa frase, quieren poner fin a cualquier posibilidad de ser confrontados: “Esta es mi opinión, respétala y listo”. Cualquier cuestionamiento o contraargumento es tomado como una muestra de intolerancia a su libertad de expresión.
Pero, ¿no es acaso intolerante querer que nuestras opiniones sean simplemente escuchadas sin permitir reacciones en contrario?
Y vayamos más allá: ¿es verdad que toda opinión es respetable?
Si una persona viene y opina que la tierra es plana, ¿debemos respetar esa opinión? ¿No es válido que le respondamos con la abundante evidencia científica que muestra que lo que está diciendo es una tontería?
Si alguien dice que está en contra de las últimas medidas económicas tomadas en Estados Unidos por el presidente Barack Obama, ¿debemos guardar silencio? ¿No deberíamos aclararle que Obama dejó de ser presidente en enero de 2017 y que ha habido dos presidentes desde entonces?
Si vemos que una persona aboga en un debate por reimplantar la esclavitud, ¿nos quedamos callados? ¿No estamos moralmente obligados a salirle al frente para señalar que está diciendo una salvajada inmoral y repudiable?
Se confunde respetar la opinión con respetar el derecho a opinar. Debe respetarse la libertad de expresión de las personas, claro. Es decir, la posibilidad de comunicar sus ideas o sentimientos al resto. Pero la libertad de expresión no blinda a las personas de recibir una respuesta frente a aquello que expresan. En particular, creo que es perfectamente válido desacreditar una opinión que se basa en evidencia incompleta, en noticias falsas, en prejuicios, o en una valoración equivocada de los hechos. Esto no tiene que ver con posturas ideológicas o preferencias políticas, tiene que ver con la información que se está expresando a la hora de opinar.
Esta búsqueda por decir algo, pero de no aceptar reacciones contrarias, nos muestra lo poco acostumbrados que estamos, al menos en el Perú, a conversar y debatir. No es patrimonio exclusivo de programas de conversación en internet, recordemos también todas las veces en las que en una sobremesa el animado debate sobre algún asunto controversial fue tomado por algunos de los presentes como una disputa intolerable (“ya, no se peleen, cambiemos de tema”).
Esto, posiblemente, se deba a la falta de desarrollo de competencias en la escuela, donde la información suele ser otorgada de forma unilateral, sin promover la discusión, el juicio crítico o la persuasión. Las redes sociales poco han hecho para ayudar en ese aspecto y, por el contrario, han favorecido la radicalización de posturas, donde cualquier discrepancia es tomada como un ataque personal.
Una sociedad que no sabe cómo discutir difícilmente será democrática y civilizada. Respetemos a las personas, pero seamos concientes de que, para ello, en más de una ocasión, será necesario no respetar sus opiniones.
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Totalmente de acuerdo; sin embargo, sucede también en las entrevistas periodísticas y algunos debates de temas serios que la defensa de una opinión termina convirtiéndose en un ataque personal al opositor.
En un país como el Perú, en el que los «prejuicios» ocupan un lugar predominante en las personas, resulta muy fácil y más aún en un contexto de oposición, dejar aflorar adjetivos o situaciones que no tienen ninguna relación con la materia en debate, y si a ello le sumamos la deficitaria calidad de los argumentos o el «olvido» del respeto y compostura en un contexto de debate: tono alturado, toma de notas, dejar al expositor completar sus ideas, etc., éste resulta ser todo un fiasco.
Es importante señalar que las ideas se validan por lo que estas expresan en sí mismas, claro está, dentro de un contexto determinado y no por lo que «prejuzgamos» de quienes las expresan. Si bien estas ideas provienen de una experiencia de vida y por ende de una interpretación personal, me parece necesario intentar explorar, comprender y argumentar ideas, mas no ir contra las personas.