Con este llamado, nuestro editor pone toda la carne —jugosa— en el asador
Una tarde cuando estudiaba la primaria, no me acuerdo a razón de qué, un profesor nos comentó con orgullo que el himno nacional del Perú había sido considerado el segundo más bonito del mundo después de La Marsellesa. Recuerdo que celebré la noticia íntimamente, con candor, sin hacerme las obvias preguntas que luego la experiencia habría de dictarme: ¿qué concurso había sido ese? ¿Quiénes habían sido los jurados? ¿Se habría transmitido de manera transparente?
Con el tiempo conocí a otros latinoamericanos a quienes también les habían contado el mismo cuento y, tras la risa, se asentó la preocupacion. Que mis compañeritos y yo creyéramos en ese embuste era explicable, ¿pero cómo podía justificarse que un maestro cuarentón transmitiera sin aduanas una mentira tan absurda? Y más grave aún: ¿con qué otros mitos, no tan inocuos, habríamos crecido sin darnos cuenta?
Es momento de confesar, por lo tanto, que quizá la vergüenza residual por aquella estafa haya sido uno de los motivos para la fundación de la plataforma Jugo de Caigua, hoy simplemente Jugo.pe
En contraste con mi época escolar, hoy vivimos hipersaturados de información y desinformación; modelados, además, por algoritmos que alientan nuestros sesgos. Y en comparación con la anécdota de los himnos nacionales, las creencias tergiversadas de hoy sí ponen en peligro nuestra democracia, nuestra salud y el bienestar del planeta.
No es poca cosa, después de todo; y fue por todo ello que hace 3 años y 4 meses siete representantes de distintas disciplinas nos juntamos con un productor todoterreno para ver si prendía este proyecto cooperativo.
Si usted nos sigue usualmente, ya sabe que cada uno de nosotros es el responsable de su día de la semana. Así, por poner dos ejemplos, Anna Zucchetti, nuestra juguera de los lunes, debe trabajar para que su artículo de divulgación científica sea tan entretenido como relevante para reflexionar sobre nuestra subsistencia, y Dante Trujillo, el juguero titular de los viernes, le dedica varias horas a su artículo de artes y cultura para que no solo nos abra a nuevas sensibilidades, sino que nos emocione con su lenguaje. Todos buscamos colocar con claridad las fuentes de nuestras reflexiones y así evitar en lo posible el yo opino porque creo que. Y no solo escribimos: también grabamos con nuestra voz lo escrito para quienes prefieren el formato del pódcast. La edición diaria de los artículos recae en mí; y la diagramación, programación y difusión diaria en las redes depende de Timmy Icochea, nuestro gran productor: él es el prensador de todas esas horas de trabajo, antes de entregarlas para su consumo gratuito. Y aquí cabe una confesión a título personal: cada vez que un artículo de Jugo refuta de manera brillante a algún sentido común basado en una falacia, siento que le estoy sacando la lengua a aquel profesor de la primaria.
Desde un inicio sentimos que la publicidad podía interrumpir el disfrute de nuestros lectores y oyentes, además de provocar posibles conflictos de interés, y por eso cubrir los costos de nuestra plataforma depende solamente de la solidaridad de nuestros suscriptores.
La mala noticia es que, quienes pagan esos 3 dólares, son muy pocos en comparación con quienes nos leen o escuchan.
Las suscripciones actuales alcanzan para pagar los costos operativos, pero ninguno de los jugueros recibe un pago por su trabajo. Esto también impide que podamos ofrecerle honorarios a los colaboradores de prestigio internacional que nos gustaría invitar.
Ya que esta situación hace poco viable nuestro proyecto a largo plazo, los integrantes de Jugo hemos tomado la siguiente decisión: si en 30 días no llegamos a completar 2.200 nuevos suscriptores —es decir, seguidores que nos subsidien con solo 3 dólares—, tendremos que desenchufar nuestra licuadora.
No sería al día siguiente, claro, pero sí en unos meses.
Recordemos que en la época de aquel himno subcampeón del mundo —y hasta hace no mucho, la verdad— nos parecía natural dejar nuestras monedas en los quioscos para pagar por el trabajo de los profesionales en los medios. Y recordemos también que, por más que la virtualidad haya cambiado muchas cosas, hay una que siempre permanecerá inalterable: aspirar a la calidad nunca es gratis.
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La comunidad que se ha formado alrededor de Jugo es maravillosa. Podría apostar que usted, que me lee —o escucha—, tiene las mismas ganas de aprender que nosotros, y que también lucha para no caer en el insulto cuando se trata de defender posturas científicas, democráticas, económicas y artísticas.
Apelo al corazón optimista que siempre late tras una mente curiosa, y me despido con esperanza.
Muchísimas gracias.
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