Eros y tánatos en las redes sociales


Una psicoanalista que escucha a adolescentes nos da un par de consejos


Olga Montero Rose es psicóloga y magíster en Estudios Teóricos en Psicoanálisis por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es miembro de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y de la Asociación Psicoanalítica Internacional, y autora de diversas publicaciones sobre temas de género, sexualidad y homoparentalidad.

Cortejo (2022) es su primera novela de ficción y se encuentra escribiendo la segunda de una trilogía.

También es autora de La Rebelión del Género: Guía para madres, padres y cuidadores (2022) bajo el sello Paidós, y de ¡Hoy quiero ser…! (2023), un libro para niños publicado bajo el sello Planeta Junior.


Hace pocos meses se realizó el XVIII Congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y su convocatoria nos propuso pensar en las consecuencias emocionales de encontrarnos viviendo en un mundo distópico. Por ello, comparto con ustedes algunas ideas acerca de la influencia en los jóvenes de hoy de las redes sociales. ¿Impera en ellas el eros, es decir, lo creativo y los vínculos sanos? ¿O tal vez lo que viene primando es el tánatos con sus componentes agresivos? 

Es indiscutible que las redes sociales han revolucionado la forma en que nos comunicamos. Cuando converso con gente joven y me cuentan que “hablaron” con alguien, me siento en la necesidad de preguntarles si lo hicieron cara a cara en persona, por videollamada o por mensaje de texto. Generalmente se refieren a este último medio. En la actualidad, parece que más se “habla” escribiendo. También se registra el tiempo en que el interlocutor responde y eso tiene un significado, pues se toma como una agresión que a uno lo “dejen en visto”. Los códigos de comunicación también han variado: la influencia de los “likes” es evidente, y la cantidad de seguidores que se tienen en redes pueden afectar el estado de ánimo, la autoestima y hasta la identidad de las personas. Así, las interacciones que se dan en la virtualidad pueden tender lazos positivos inimaginables o pueden ser una vía de agresión espeluznante.

No podemos afirmar si las redes son buenas o malas en sí mismas. Para clarificarlo, es necesario conocer cómo los jóvenes las están usando. Debemos, asimismo, preguntarnos qué es lo que encuentran en ellas. Estemos atentos, seamos receptivos. Que nuestros hijos encuentren en nosotros interés y no inquisición.

Pensemos en algunas situaciones.

Es muy frecuente que los jóvenes encuentren en las redes el apoyo que no encuentran en sus familias. En muchos de ellos estos grupos en red pueden ser positivos porque les permiten sentirse acompañados. Son espacios donde comparten experiencias con personas afines y que no ejercen juicio, sino apoyo. Muchas veces viven en la virtualidad lo que no pueden preguntar o expresar en sus casas.

Por otro lado, todos somos testigos de la cantidad de insultos que se imparten en las redes sin ningún límite ni control. Un joven me cuenta hasta qué punto los “trolls” son felices tirando odio. Desde el anonimato se burlan, insultan y solo quieren destruir. Cuando no están de acuerdo con alguien o quieren hacerle bulling, usan el emoticón que se ríe para descalificar una opinión, o insultan y ridiculizan a la persona que quieren humillar. La agresión se expresa sin ninguna restricción.

En otras circunstancias, muchos jóvenes solitarios sienten que solo pueden conversar con sus amigos en las redes. Algunos utilizan aplicaciones en las cuales conversan al azar con personas de cualquier edad y de cualquier lugar del mundo. Por ejemplo, un adolescente me contó que suele conversar con su “bot”. Siente que conversar con él se da de forma tan fluida que un día le preguntó si de verdad no existía. El amigo virtual, obviamente, le respondió que había sido construido con inteligencia artificial.

Me pregunto si estas situaciones responden a problemas de la virtualidad o a problemas en la humanidad. Hace ya varios años nuestras preocupaciones se referían al tiempo que pasaban los chicos viendo televisión; luego, a la manera en que su atención era capturada por los videojuegos, y hoy nos ocupamos de la globalización de la información, de su falta de calidad, de la manipulación y de la agresión que ocurren en las plataformas virtuales. 

Pienso que, más allá de las distopías que nos toque compartir, los vínculos sanos, la creación de la confianza y el respeto por el otro seguirán siendo nuestras mejores herramientas para combatirlas.

Nos queda construir y apostar por el eros, de tal manera que devenga en la característica principal de nuestra humanidad: que cuando un niño nos cuente lo que le entusiasma nos encuentre receptivos, con ganas de conocer más y curiosos de seguir sus intereses; que si nuestros hijos se retraen y no quieren conversar, hablemos nosotros; que propongamos actividades teniendo en cuenta aquello que les gusta. Nos sorprenderemos de lo mucho que nuestros hijos nos pueden enseñar. Lo vital es entender que solo podremos cuidarlos si estamos cerca y mantenemos la confianza.

Cuando nos acerquemos a un escenario así, recién podremos volver a imaginar una utopía.


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