De porqué la representación es importante para un mejor Estado
Ya que desde hace algunas semanas estamos subidos a la ola del presupuesto público, le propongo seguirla corriendo por un tramo más.
De cuando en cuando escuchamos decir que nuestro gasto en educación es muy bajo y hay quienes piden que represente un determinado porcentaje del PBI, usualmente un 5 % como cifra mágica. Sin embargo, olvidamos que el tamaño total del Estado, medido por su recaudación tributaria, no llega ni al 17 % del PBI. Por ello, cuando comparamos la presión tributaria, algunos miramos con algo de envidia a los estados de bienestar europeos, que representan más del 40 % de su economía.
¿Cómo se explica la alta presión tributaria y el tamaño del Estado en los países desarrollados? En su excelente libro El ascenso del sector público, el historiador económico Peter H. Lindert trata de responder a una pregunta muy vigente sobre el papel que debe cumplir el Estado como redistribuidor de recursos: ¿tiene mérito utilizar el dinero de los impuestos de algunas personas para ayudar a otras personas de la misma sociedad, sea con seguros, o con transferencias o programas específicos para promover el desarrollo humano?
Para responder a esta preocupación, Lindert se remonta al siglo XVIII y construye series de tiempo para cuantificar variables críticas, como el PBI, tributos y gasto público, así como otras variables sociales, como la matrícula escolar o la ayuda a los pobres. Este ejercicio se realiza para un conjunto importante de países hoy desarrollados, miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, conocida por su acrónimo OCDE.
El autor nos hace notar que fue recién en el siglo XVIII cuando los estados comenzaron a cobrar impuestos y a pensar en programas sociales. La manera en que se pasó de esos programas sociales a la construcción de lo que hoy se denomina “estados de bienestar” se presenta y analiza de manera prolija en el libro. Es una historia que transcurre por casi doscientos años, no solo de historia económica sino de historia política y social de los países estudiados. Es esta combinación la que destaca.
La investigación de Lindert es amplia, detallada y permite llegar a tres conclusiones muy importantes alrededor de la creciente importancia del gasto social en una economía. En primer lugar, la dinámica del gasto social ha estado asociada a la transición hacia una democracia representativa. Aquí, lo importante es el carácter representativo de quienes toman las decisiones sobre el destino de los impuestos. En segundo lugar, la transición demográfica reflejada en una menor tasa de natalidad y mayor expectativa de vida colocan nuevos temas en la agenda de una colectividad que tiene que ahorrar para el futuro. Finalmente, está el vínculo al crecimiento económico sostenido, ya que de otro modo no podrían crecer los tributos.
Es como tener tres ruedas de un engranaje, cuyo movimiento circular contribuye a que los estados se comprometan con el gasto público para fines sociales. Esquemáticamente, el mecanismo de transmisión sería así: los votos respaldan la elección de autoridades que no solamente ofrezcan, sino que sean capaces de proveer servicios sociales; el capital humano potenciado por un mejor gasto social contribuye con mejoras de productividad, innovación y crecimiento económico; este último sostiene tasas progresivas de impuestos; la mayor recaudación se destina al gasto social, precisamente aquel que permite entregar servicios sociales a los ciudadanos.
Mejores servicios sociales dependen así de una mejor calidad de la representación y no solo de ir a emitir un voto cada cierto tiempo sin que los elegidos rindan cuentan de qué hicieron con nuestra confianza. Otro camino en el que la política y la economía vuelven a encontrarse.
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La descrpción hecha muestra lo que se debe hacer en un Estado y lo que se debe evitar, para lograr un Welfarestate. Agudo e inspirador. Gracias Roxana , por hacer pedagogía económica.