A propósito del golpe a nuestras escuelas de arte, ¿cómo se establece el valor de algo intangible?
Esta semana las Escuelas Nacionales Superiores de Arte —que incluyen a la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, la Escuela Nacional Superior de Folklore “José María Arguedas”, la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático “Guillermo Ugarte Chamorro” y la Escuela Nacional Superior de Ballet— emitieron un pronunciamiento protestando contra la norma recientemente emitida por el Ministerio de Economía y Finanzas y el Ministerio de Educación que recorta sus presupuestos en más de 60 % y contra el dictamen favorable de un proyecto de ley que busca restarles el rango universitario, limitando su autonomía académica, administrativa y de gobierno. Aducen que de darse el recorte no podrían operar y la enseñanza de las artes se vería directamente afectada en caso de no mantener su autonomía.
La antigua Escuela Nacional de Música, convertida ahora en universidad, no se encuentra en esta situación por haber ya obtenido el rango universitario, lo cual ejemplifica la importancia de contar con esta categoría para protegerse tanto del recorte presupuestal, como de la posible injerencia de las autoridades sobre lo que enseñan. Pero más allá del presupuesto y de la autonomía, ¿qué distingue a las universidades de las escuelas Superiores? Históricamente, las universidades en la Edad Media fueron entidades donde se impartía el conocimiento filosófico, escolástico y religioso. Los colegios superiores eran donde vivían en comunidad los estudiantes y sus maestros, y las universidades donde se examinaba y se otorgaban los grados académicos. Las escuelas, pues, eran más bien lugares prácticos donde se aprendía haciendo.
En el siglo XIX las universidades fueron cambiando, inicialmente en Alemania, donde la noción humboldtiana de la educación superior buscaba combinar de manera integrada la educación y la investigación. Esta corriente lleva el nombre de Wilhelm von Humboldt, hermano del más conocido en estas latitudes por otra corriente: Alexander. En sus cartas al rey de Prusia, el reformador decía que lo que buscaba era una educación integral que cubriera no solo las materias de especialización de los estudiantes, sino que los formara como personas completas, tomando las ideas principales de la ilustración y llevándolas hasta la enseñanza superior.
Durante gran parte del siglo XIX y el XX este fue el modelo que inspiró el desarrollo de las universidades que fueron proliferando en esos doscientos años. A inicios del siglo XX se dieron nuevas reformas, sobre todo en América Latina, como fue el caso en 1918 del movimiento de Córdoba en Argentina, que buscaba afianzar el modelo de educación científica, junto a la idea de la autonomía universitaria. La reforma llegó al Perú y fue muy importante para la renovación de San Marcos. Fue también en ese contexto que se creó en 1918 la Escuela Nacional de Bellas Artes, basándose en la Academia de Dibujo y Pintura creada por el virrey Abascal y la Escuela Municipal organizada en 1860.
Si bien el dibujo y la pintura fueron los orígenes de esta escuela que comenzó a formar profesionales en el estilo academicista, Bellas Artes ha sido muy importante en el devenir del arte peruano y muchos de los artistas más importantes del país se formaron allí, o fueron quienes formaron a las nuevas generaciones. Hablamos de artistas de la talla de José Sabogal, que, como director, orientó la corriente hacia el indigenismo, así como luego Ricardo Grau lo hizo con el arte abstracto. Es sintomático que el único otro momento en que Bellas Artes perdió su autonomía haya sido durante la dictadura de Juan Velasco Alvarado, en que pasó a depender del Instituto Nacional de Cultura, pues regresó a ser autónoma en 1980.
Los espacios donde se forman los artistas —al igual que las universidades— suelen ser lugares donde se congregan las personas que hacen preguntas, las que se cuestionan cuál es el valor de lo que aprenden y de lo que puede significar en la sociedad. En estos tiempos de neoliberalismo desatado, donde todo el valor se conecta a lo monetario, las artes y las humanidades tienen también que presentar su “caso comercial” y argumentar por qué deben seguir existiendo en un mundo donde todo se compra y se vende.
Pero ¿cómo se calcula el valor de las artes y, sobre todo, cómo se puede poner valor sobre la educación en el arte? ¿Se puede realmente sacar un promedio y decir que las cosas valen por la posibilidad que tienen de comprarse y venderse? ¿Qué papel tiene la idea humboldtiana de la formación integral de las personas? ¿Existe realmente diferencia entre lo que se imparte en una de estas escuelas y una universidad?
Esta semana, mientras pensaba en todo ello, estuvieron por casa los amigos de mi hijo mayor, que estudian diseño textil en una universidad para las artes en el Reino Unido. Lo hacen en la ciudad de Leeds, una localidad que comenzó a ser importante en el siglo XIX por el desarrollo de las fábricas textiles. Fue allí donde se procesaba casi toda la lana de alpaca peruana, motivo que llevó hasta allá a mi abuelo arequipeño para formarse como ingeniero textil en los años 1930.
Una de las chicas que estuvo en mi casa y que se acaba de graduar me comentó lo importante que le había resultado el paso por la universidad, no solo por lo que allí había aprendido sobre el arte y por la formación que había tenido para convertirse en una profesional, sino, más bien, por lo que había aprendido de la vida, de la diversidad de personas que habitan el mundo y de las posibilidades que esto le abría para encarar la vida.
¿No es para eso que sirven las universidades y las escuelas de artes? ¿Para formar a las personas que, en estos tiempos de la automatización, aún pueden apreciar lo que nos hace humanos?
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En si esas escuelas siguen llenos de burocratas y tesfarreros necesitan mas recortes presupuestales y limpieza institucional.
En si esas escuelas siguen llenos de burocratas y tesfarreros necesitan mas recortes presupuestales y limpieza institucional.