Bájame la luz, por favor


Nuevos hallazgos sobre la contaminación lumínica en nuestras ciudades 


Mi caminata vespertina del miércoles se vio interrumpida por una luz cegadora: yo, que buscaba descansar la vista de las pantallas de mis dispositivos, me encontré en la intersección de la avenida Salaverry con la calle Cádiz frente a una pared de luz parpadeante que me invitaba a encontrar el regalo perfecto para papá. La luminosidad era tal que lograba minimizar todas las luces de los carros que se encontraban atrapados en el tráfico y también distraer a quien pasara por ahí. 

Es imposible que por la intensidad del anuncio recuerde lo que ahí se promocionaba. Sin embargo, sí dio lugar a otra conversación: cómo nuestros espacios se están contaminando con luz excesiva.

Como si se hubiera anticipado a mis pensamientos, dos días después de mi encuentro cercano con esa luz del centro comercial Real Plaza, la revista Science publicó una edición íntegramente dedicada a la contaminación lumínica. En la portada se ve a un pingüino frente a la ciudad de Melbourne, que tranquilamente podría ser un pingüino de Humboldt de las reducidas poblaciones de la Isla San Lorenzo mirando el Callao. En esta edición, Science nos resume los debates sobre el excesivo uso de luz desde diferentes puntos de vista, que incluyen el de la regulación, los efectos en la salud, la alteración de la flora y fauna, y la observación astronómica. 

En el artículo Regulating light pollution: More than just the night sky, Martin Morgan Taylor argumenta que la regulación de la luz artificial de noche—ALAN por sus siglas en inglés— es un área de regulación ambiental que va creciendo en diferentes países. El investigador indica que otras áreas de conservación, por ejemplo, el recojo de la basura o el derrame de petróleo, pueden ser interpretadas por la sociedad como más urgentes. Esto se traduce en un bajo interés de las autoridades por regular la luz artificial.  El investigador menciona entre los países más avanzados en esta regulación a Francia y Corea del Sur, donde se han establecido diferentes modelos para solucionar el uso excesivo de luz. 

Aunque el artículo no lo menciona, en nuestro país sí contamos con una Ley de Prevención y Control de la Contaminación Lumínica. Fue aprobada en 2021 y promovida por nuestro juguero de los martes, Alberto de Belaunde, entre otras personas e instituciones. En esta ley se regula la iluminación de actividades deportivas, industriales, productivas y de servicios, la publicidad exterior y el alumbrado público. Según la ley, es el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) el encargado de verificar que los elementos de publicidad no excedan los niveles permitidos de luminancia. 

En el Perú, como en otros países, la ley para controlar la contaminación lumínica no es la solución inmediata. Morgan Taylor especifica que responder al problema con “apagar la luz” es incompleto. Junto con los demás autores de esta edición de Science, el investigador reconoce que la luz tiene un componente social. Solemos asociar a la luz con seguridad, oportunidades de movilidad, de trabajo, etc. Muchos espacios ahora iluminados son también la respuesta a nuestras necesidades. Por ejemplo, recuerdo que cuando era chica el parque Castilla de Lince quedaba a oscuras después de las seis de la tarde y que muy pocos lo frecuentaban. Ahora, sin embargo, es un ambiente más iluminado —aunque no al punto de hacerlo diurno de forma artificial—, y las seis de la tarde se han convertido en el inicio del horario de todos los que usan el parque después del horario laboral. Para Morgan Taylor, la tecnología y el diseño nos ofrecen nuevas herramientas para diseñar ciudades iluminadas para nuestras necesidades, pero tampoco nos deben llevar a extender el día de forma innecesaria y hasta dañina. 

Respecto a este punto, otro artículo incluido por Science resume la última evidencia sobre la exposición lumínica en los ambientes urbanos. En Reducing nighttime light exposure in the urban environment to benefit human health and society, un grupo de investigadores europeos y estadounidenses especifican los efectos de la luz artificial nocturna. Los investigadores señalan que esta exposición afecta a la vista, el ritmo circadiano, suprime la secreción de melatonina y afecta el sueño. Según ellos, el reto de los estudios sobre la contaminación lumínica radica en su variabilidad. No solo depende del día en que se hacen las mediciones, también del momento y el lugar. Sin embargo, gran parte de estos estudios se han realizado con personas que trabajan en turnos de noche, ya que estos están expuestos a luz durante esas horas. Según el artículo, en esta población se ha visto un incremento del riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión, obesidad, depresión. 

Aunque toda esta luz artificial sea diseñada principalmente para el ser humano, es evidente que no somos los únicos afectados. En el artículo Effects of anthropogenic light on species and ecosystems se especifica cómo nuestra atracción por la luz afecta de forma distinta a las especies con las que compartimos el planeta. Los investigadores listan decenas de artículos científicos sobre cómo murciélagos, insectos, aves marinas, peces, vertebrados, entre otras especies, se ven afectadas por el constante aumento del brillo de nuestros cielos. Por ejemplo, muchos pájaros migran de noche. A estos los atrae la luz, especialmente una luz potente en la oscuridad, y esta hace que se desorienten y se alejen de los lugares en los que pueden reposar, o que choquen con edificios, faros, barcos, etc. 

Finalmente, en el artículo Measuring and monitoring light pollution: Current approaches and challengesScience nos presenta algunas soluciones a este tipo de contaminación. Los investigadores reconocen que iluminamos muchas zonas que no requieren iluminación, como áreas libres o luces colocadas al azar. Además, indican el error de mantener pantallas con mayor brillo del necesario, como suele ocurrir con las pantallas de publicidad. Además, indican que uno de los principales problemas es la falta de mediciones estandarizadas. Como dije anteriormente, hay factores muy variables —como el tiempo y el lugar— que influyen en el monitoreo de la contaminación lumínica. 

En conjunto, esta última edición de Science refleja mis propias experiencias con la contaminación lumínica. Es fácil identificar fuentes de luz tan disruptivas como la de la pantalla de la avenida Salaverry o la luz del vecino que se cuela por las cortinas y no me deja dormir. Pero me lleva a pensar en los momentos en los que yo misma he sido foco de distracción para otros —que me perdonen las libélulas de mi casa—  o cuando he encendido un foco que no alumbra algo de manera necesaria. 

A partir de ahora, entonces, a apagar más la luz. 


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1 comentario

  1. Juan Carlos Tarazona Catacora

    Sí, y lo último y peor son los avisos publicitarios iluminados montados en camiones que recorren las calles. Tendrán algún permiso o licencia otorgada por la municipalidad o entidad competente? Mientras las calles tienen baja iluminación pública que es necesaria para dar más seguridad contra asaltos y accidentes vehiculares.

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