Porque no existe revolución científica —ni personal— si no se admite la ignorancia

Priscila Portocarrero es una ingeniera de energía y estudiante de doctorado de Ingeniería Mecánica en la Universidad de Alberta. Además de la investigación, es divulgadora científica. Desde hace 4 años, comparte contenido STEM y de investigación en su cuenta @abcdelaenergia en Instagram y TikTok con una comunidad de más de 20 000 seguidores.
Además de mis estudios de Ingeniería, una de mis pasiones es la divulgación científica y la preparación de contenidos accesibles en internet sobre las disciplinas STEM. Siempre que subo un video a mis redes, me aseguro de expresar lo que quiero decir y de que la información sea correcta. Desafortunadamente, nadie está a salvo de cometer una imprecisión, omitir información, o de comerse una “h” al escribir. En este mundo de las redes sociales, ser “cancelado” por cualquier motivo es pan de cada día. De manera similar, a una escala más cotidiana, esto sucede en espacios de aprendizaje como el colegio. No es raro que muchas personas lleguen a la universidad y sigan con miedo de levantar la mano y de preguntar en público. Y sí, esto incluso puede suceder al estudiar un doctorado, al menos es lo que también me ocurre a mí. Todo esto me trae una reflexión: cuán contradictorio es que, en pleno siglo XXI, vivamos en una sociedad que nos juzga por no saber, cuando ha sido precisamente la ignorancia humana la que impulsó las tecnologías y sus actividades derivadas que hoy conforman nuestro mundo. Pero la ignorancia no fue fácil de admitir. Para entender esto, debemos retroceder en el tiempo.
Hubo una época, 400 años atrás, en que los humanos creíamos que los ratones nacían de un montón de ropa sudada junto al trigo: era solo cuestión de esperar veintiún días para obtener especímenes totalmente adultos. Esta y muchas recetas más pueden ser encontradas en Ortus Medicinae, un libro publicado en 1648 por el entonces “científico” Jean Baptista Van Helmont. Este es uno de los tantos argumentos que intentaron salvar la teoría de la generación espontánea. Regresando al presente,parece tan obvio saber que los ratones no se originan de ropa y fluidos corporales y, sin embargo, no ha sido un camino directo ni evidente llegar a entender que la vida se origina a partir de vida y que las células son fundamentales para su existencia. Durante quince siglos se propusieron ideas y experimentos poco sistemáticos para probar fórmulas mágicas que generaban vida espontáneamente. Finalmente, el experimento de Louis Pasteur fue el que derrotó a esta teoría. Pasteur hirvió caldo en dos matraces, uno de cuello recto y otro de cisne para eliminar microorganismos. En el matraz de cuello recto reaparecieron microorganismos debido al contacto con el aire (lleno de microorganismos). En cambio, el cuello de cisne bloqueó su entrada y mantuvo el caldo estéril. Este experimento fue el primer paso para obtener productos como el queso pasteurizado.
¿Pero quince siglos solo para un queso pasteurizado? Tiene que haber una lección más interesante. Pues, bien: además de este producto, la eliminación térmica de microorganismos trajo los fundamentos para el desarrollo de vacunas y antibióticos. Sin embargo, esta no ha sido la única oportunidad en la que los humanos tuvimos que volver a aprender. También “reaprendimos” sobre la posición de la Tierra y el Sol en el espacio, la radioactividad, la estructura del átomo, la física cuántica y la teoría de larelatividad. Todos estos episodios de cambios y cuestionamientos de hechos preestablecidos tienen en común el reconocimiento de no saberlo todo. Esta serie de cambios han sido agrupados bajo el nombre de “revolución científica”, de acuerdo al historiador Yuval Noah Harari y autor del conocido libro Sapiens: una breve historia de la humanidad (2011).
Entender que los humanos no sabemos el 99.99 % de las cosas cambió nuestra dirección como sociedad. Como Harari dice, la revolución científica no fue una revolución del conocimiento: fue una revolución de la ignorancia la que diferenció a la ciencia moderna. Dos características fundamentales de esta son la disposición a admitir la ignorancia, y la capacidad de adquirir nuevas habilidades y poderes. La primera hizo de la ciencia una disciplina adaptable a nuevas preguntas y cuestionamientos. Es eneste punto de la historia que cualquier hecho o dato puede ser puesto en duda. Nada es sagrado ni incuestionable. La segunda característica, a consecuencia de la primera, nos da la oportunidad de comprender mejor la naturaleza, así como la capacidad de crear nuevas tecnologías. La invención de objetos y sistemas nos confiere poder y nuevas posibilidades para el futuro. En otras palabras, la Modernidad ha sido esa época en la que los humanos, más que nunca, estuvimos más abiertos a aceptar que no lo sabemos todo.
Volviendo al siglo XXI, hoy la ignorancia suele tener una connotación negativa, especialmente cuando surge de opiniones desinformadas, tercas y alejadas de los hechos científicos. Sin embargo, existe otro tipo de ignorancia: la falta de conocimiento que despierta curiosidad y motiva a seguir aprendiendo. Esta ignorancia nos guía hacia mejores preguntas y respuestas, permitiéndonos reconocer los límites de lo que no sabemos y extenderlos.
La divulgación científica juega un papel clave para recuperar este significado positivo de la ignorancia. Como señala el profesor Stuart Firestein, quien imparte el curso de Ignorancia en la Universidad de Columbia: “Estamos fallando al enseñar sobre la ignorancia… la fuerza motriz de la ciencia”. Popularizar la ciencia requiere evitar asumir que todos lo saben todo. Más bien, implica enseñar que reconocer la ignorancia es el primer paso para ampliar nuestros límites y desarrollar nuevas habilidades, tal como lo hizo la ciencia moderna al darnos las tecnologías que hoy disfrutamos.
Admitir lo que no sabes tiene el mismo impacto en tu vida: te ayuda a identificar tus limitaciones y a trazar un camino hacia tus objetivos. Reconocer tu ignorancia puede ser el primer paso para conseguir ese trabajo o beca soñada, aprobar ese examen de inglés, o empezar de nuevo en otro país. Me pasó y me sigue ocurriendo a mí, que soy una peruana cursando un posgrado en Ingeniería en el extranjero, y, por supuesto, a muchas más personas. La próxima vez que alguien te critique por no saber algo, recuerda quién de los dos está realmente tomando el control de su vida y entendiendo ese momento como una oportunidad para abrazar esta llamada “revolución de la ignorancia” y permitirse crecer en el saber.
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Interesante contenido. Les sugiero habilitar enlaces para que desde la aqui se pueda compartir el contenido hacia redes sociales
Gracias por la sugerencia, Jose
Recuerdo que, cuando estudiaba en la universidad, una docente nos decía que no lo sabía todo. Sin embargo, siempre prometía revisarlo y comentarlo en la siguiente clase. Al principio, eso me pareció extraño, pero luego entendí que era cierto. En un mundo tan globalizado, donde todo avanza muy rápido, es imposible saberlo todo, pero eso representa una gran oportunidad para aprender y desarrollar nuevas habilidades.