¿Qué podemos aprender de la disolución de esta organización religiosa y de sus abusos largamente ignorados?
Hace unos meses, el analista político Gonzalo Banda escribió en el diario El País de España un honesto y generoso texto sobre su tiempo vinculado al Sodalicio, una organización católica fundada en 1971 en Perú, con presencia en una decena de países, y recientemente disuelta por el papa Francisco. En su artículo, Banda narra cómo, al igual que muchos jóvenes universitarios, fue invitado a unirse en su natal Arequipa a esta organización, que se presentaba como una comunidad de personas amables e interesantes. La fe, la curiosidad intelectual y el ánimo de ser parte de algo trascendental atrajeron a cientos de personas a sus filas. Sin embargo, también tenía fama de ser rígida, cerrada a la crítica, obsesionada con el poder, elitista e incluso racista al momento de reclutar a sus miembros.
Lo que se fue descubriendo a través de los años fue mucho peor: era, además, una institución que encubría abusos sexuales y físicos de manera transversal, desde su fundador, Luis Fernando Figari, hasta otras autoridades de la organización. Y que, en lugar de intentar aprender de esas faltas y delitos, buscaba ocultarlas aún más de diferentes maneras, coludiéndose incluso con el poder político. Eso fue precisamente lo que percibió Banda al cuestionar a los miembros de la organización sobre las primeras acusaciones públicas de esta índole, luego de leer Mitad monjes, mitad soldados (2015), valiente libro del periodista Pedro Salinas en colaboración con su colega Paola Ugaz. Aquella publicación compilaba testimonios de exmiembros del Sodalicio que padecieron estos abusos.
Además de Salinas y Ugaz, la labor de varios exmiembros, como José Enrique Escardó, Gonzalo Cano y la Red de Sobrevivientes, fue fundamental para seguir exponiendo que esta organización de fe también contaba con acusaciones de tráfico de influencias políticas e incluso denuncias de negocios poco santos relacionados con tráficos de terrenos, pues ya es conocido que esta organización administra colegios, universidades y tiene vínculos con inmobiliarias. Durante los últimos años los denunciantes tuvieron que sufrir difamación, insultos e incluso un vendaval de denuncias, como las querellas que interpuso el entonces obispo de Piura y miembro del Sodalicio, José Antonio Eguren, para silenciar estas acusaciones. Sin embargo, la constancia contra viento y marea de los periodistas mencionados y otras víctimas llevó al Vaticano a iniciar averiguaciones en elaño 2016, y en el 2023 el papa Francisco envió al Perú una misión especial para investigar los abusos. Es de destacar que también el Comité de los Derechos del Niño de la ONU ha recibido a representantes de las víctimas.
Ahora que el Sodalicio acaba de ser notificado sobre su disolución desde El Vaticano se iniciará un largo y complejo proceso del cual nos iremos enterando. Hoy, más que nunca, debemos asegurar que las voces de las víctimas se escuchen; este será un paso importante para un intento de sanación y la búsqueda de justicia. Precisamente, durante nuestro Martes de Jugo el pasado noviembre, se abordó este tema con dos de las víctimas mencionadas y nos quedó claro que son vidas marcadas para siempre.Para quienes somos creyentes, este debe ser también un momento de reflexión sobre la imperfección humana y sobre cómo la falta de autocrítica institucional llevó al Sodalicio a este momento que se inserta en una larga serie de denuncias por abuso sexual en diferentes partes del mundo por parte de miembros de la Iglesia Católica. La Iglesia, al igual que el resto de la sociedad de hoy, anda bastante polarizada, y algunas voces ultraconservadoras han leído esta disolución únicamente como una jugada política del papa Francisco contra sus “enemigos”, en lugar de como una necesaria corrección y una decisión para evitar extender el daño. Para el resto de la sociedad, es una oportunidad para hacer más énfasis en la necesidad de legislación y apoyo institucional hacia este tipo de víctimas. También pienso en las personas honestas que seguramente hay dentro del Sodalicio y que ahora pueden sentirse sin norte: a ellas les digo, no tengan miedo de hablar.
“Domine, ut videam” (Señor, que vea), fue lo que le dijo un desesperado ciego a Jesús en el evangelio bíblico de Marcos. En momentos en que se develan incómodas verdades que nos afectan como sociedad es probable que nos sintamos paralizados. Que en este difícil pero necesario momento, tengamos la capacidad de ver las cosas con claridad, empatía y justicia, en especial para la sanación de las víctimas de todo este proceso, y aprender lecciones para el futuro.
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