El poder del capibara


Una palabra basta para revelar nuestra forma de vincularnos con el Perú y sus lenguas


Luis Miguel Rojas-Berscia (Lima, 1991) es lingüista e hiperpolíglota. Se doctoró en Lingüística en el Instituto Max Planck para la Psicolingüística y la Universidad Radboud en los Países Bajos, país donde ganó en 2020 el premio a la mejor tesis doctoral en lingüística a nivel nacional. Desde 2023, es profesor de Lingüística en el Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Radboud de Nimega y, desde 2024, ostenta el título de Lingüista de la Ciudad. Asimismo, es profesor de chino mandarín en el Instituto Confucio de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Trabaja en la actualidad con lenguas indígenas amazónicas peruanas, lenguas del Gran Desierto Arenoso australiano y lenguas cleverlándicas de la frontera entre los Países Bajos y Alemania. Sus libros más recientes son Yankuwala!: A Kukataja Learner’s Guide (Torre de Papel Ediciones y Luurnpa Catholic School), Glosario Cultural Jaqaru (APL)y Prehistorical Language Contact in Peruvian Amazonia (John Benjamins PubCo). 


Eran las once de la mañana en una conocida librería sanisidrina, pocos días antes de las fiestas de fin de año, momento poco esperado en el que los cohetones asustarían a mis perritas y yo intentaría seguir pasándola bien. Estaba sentado en una cómoda poltrona acolchonada. El mozo del café librero me acababa de traer un capuchino con leche de almendras y yo, mientras tanto, me disponía a empezar mis lecturas matutinas: Michel Foucault y Akira Toriyama. En eso, una niñita de unos cuatro o cinco años se me acercó. Su vestimenta, colorida y abrigada, anunciaba un posible origen andino. Su mami la esperaba a lo lejos con su hermanita, vendiendo regalitos navideños. La niñita me miró un momento, bajó la mirada y me dijo: «capibara». Ella traía una canastita con muchos muñequitos del hoy aclamado roedor. Le pregunté cuánto costaba. Me mostró tres deditos y pronunció la palabra tawa (quechua para cuatro). En ese momento, muchas ideas me recorrían la mente. En treinta y tres años de vida, la escena seguía siendo la misma. Nuestros compatriotas de los Andes seguían llegando a la desigual y contaminada Lima, quizás buscando un futuro diferente y, más que seguramente, topándose con la cruel constante de la gris Lima: la discriminación absoluta. Me abrumaba la desesperación. El privilegio me bañaba, la frescura social me asqueaba y la situación me conmovía. ¿Nada, efectivamente nada, había cambiado? Dejé un poco de lado esta reflexión frustrante y me detuve en la primera palabra: ca-pi-ba-ra. Claro, le compré un lindo capibara. La pregunta es: ¿por qué no dijo ronsoco? ¿Qué pasó con esa palabra?

Mi amiguita de la mañana seguramente solo haya escuchado ya la palabra capibara. En el Perú, solemos (¿o solíamos?) decirle ronsoco; sin embargo, últimamente, estas tres sílabas han empezado a ser rotundamente reemplazadas por las otras cuatro. En las redes sociales, dígase TikTok, Instagram e incluso Facebook, es la palabra que todos usan en referencia al roedor, científicamente nombrado Hydrochoerus hydrochaeris. Las lenguas están en constante cambio y, en tanto lingüista, no voy a abogar por la propiedad o malsonancia de la una o la otra. Por el contrario, me interesa, sobre todo, saber qué esconde este cambio. 

El fenómeno no es nuevo. Un ejemplo interesante es el de la palabra tiza, que utilizamos para referirnos a ese colorido palito de yeso que empleamos al escribir en las pizarras o hacer dibujos en las veredas. Pero ¿acaso ustedes sabían que la palabra tizaproviene de la lengua náhuatl, aún hablada en México y antaño lengua de los mexicas? Pues sí: tiza proviene de tizatl, palabra náhuatl. Es interesante, sino alucinante, que esta palabrita se use en casi todo el mundo hispano, incluida la península ibérica, para referirse al palito de yeso, mientras que en México, sin embargo, se usa gis, del latín gypsum y del griego gypsos. Interesante que en su lugar de origen la palabra no haya calado… ¿o me equivoco?

En nuestro lado del continente, lo mismo sucede con dos palabras que seguro algunos de ustedes conocen, wawa poroto, ambas de origen quechua. No es extraño escuchar wawa en Chile, país en donde el quechua no es lengua mayor. En nuestro vecino del sur, se le utiliza día a día para llamar a las niñas y a los niños. En Bolivia esto también es común. ¿Y en el Perú, en especial en Lima? Wawa es una palabra marcada; es decir, que podría levantar las miradas. ¿Será que ustedes la han escuchado en Miraflores o San Isidro, en Surco o en San Borja? Algo parecido se puede decir de poroto, quechua para frijol o, como decimos en el Perú, frejol. Poroto no es una palabra marcada en Lima, pero no se usa. Sin embargo, en países en donde no hay ni hubo quechua, como en Uruguay, es la palabra del día a día. 

¿Por qué los hablantes de sitios donde se originan las lenguas indígenas antes mencionadas rechazan o simplemente abandonan los indigenismos o localismos?

Así regresamos a nuestro amigo el roedor. Ronsoco es un peruanismo. Se encuentra en uso en los castellanos de todo el territorio amazónico peruano. No es exclusivo de ninguna lengua indígena que yo conozca, aunque parecería un quechuismo. De cualquier manera, es un peruanismo. Capibara, en cambio, es un invitado reciente en el castellano del Perú. Según la profesora Ana Cabral, esta es una voz de origen tupi-guaraní, compuesta de kapi (hierba) y wara (el que come/el comedor). En el Perú, la voz capibara se puede encontrar en la lengua kukama-kukamiria, hablada en Loreto. Pero ¿es que acaso usamos capibara por el kukama-kukamiria? La respuesta fácil y directa es que no. La palabra capibara ha entrado en el castellano peruano por las redes sociales. Tiendas por todo el Perú, de origen chino en particular, venden chucherías, útiles escolares, juguetes y parafernalia del capibara. Esto, seguramente, debido a la popularidad de la canción dedicada al simpático animalito, y a todos los memes y vídeos que día a día se comparten en redes sociales. Es increíble que capibara llegue a nosotros a través del inglés, otra variedad de español (que lo dudo) o, quizás, el chino (aunque vale la pena mencionar que en chino la palabra para capibara es 水豚 shui3tun2)

Nuevamente, repito: no vengo para convencerlos de usar capibara o ronsoco. Tampoco caeré en juicios sin sentido, como el de asumir que capibara es una linda palabra y ronsoco suena mal, como algunos manifiestan en redes sociales o ante mi pregunta al rojo vivo entre conversaciones amicales. Al contrario, deberíamos preguntarnos por qué algunos piensan así. ¿Por qué nuestro peruanismo ronsoco suena mal para algunos? La verdad es que no hay nada que haga a una palabra sonar mejor peor que otra. ¿No será que les molesta sonar/hablar como personas del interior? ¿No será que algunos prefieren sonar como gente de fuera, como si esto brindara estatus? 

La verdad es que espero equivocarme. Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, mi amiguita, ahora casera, vino con su hermanita a pedirme un poco de azúcar de la mesa del café. Atiné a darle dos sobrecitos, pero, sinceramente, esta situación me sobrepasó. Ahí iba mi caserita con su hermanita, de vuelta a seguir vendiendo capibaras. ¡Cuánto nos dice solo una palabrita de este Perú que tanto duele!


¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!

Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.


1 comentario

  1. Patricia

    Muy interesante reflexión, recientemente escuché wawa escrito como guagua en las Islas Canarias, se usa para referirse a los autobuses, esto por influencia del Caribe en las islas. Esta influencia es tal que su español suena como español del Caribe, parecido al acento venezolano. Allá también han pegado los modismos «externos» en vez de los peninsulares, por ejemplo dicen papa en vez de patata.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

tres × tres =

Volver arriba