Un docente rural, que luego de estudiar en el extranjero, nos comparte una gran lección de su madre.
William Andahua Arellán (Ancash, Perú) se desempeña como docente en una institución educativa rural en la provincia de Carhuaz, Ancash. Estudió Educación en la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, hizo una maestría en Lengua, Literatura y Cultura Hispánica en la Universidad de Syracuse. También ha sido ganador de la beca Fulbright FLTA para enseñar quechua en la Universidad de Pensilvania.
Allillaku yanasakuna!
Esta historia empieza en Cunya, una comunidad rural andina, rodeada de gran belleza natural, aunque al mismo tiempo desprovista de electricidad, agua potable, un centro de salud, una escuela. Allá transcurrió mi infancia, la cual, a pesar de su dureza, fue una sinfonía de alegría y experiencias inolvidables que han perdurado en mi memoria. En aquellos tiempos, con mi familia solíamos ascender a la puna para practicar el sachiy, un antiguo método de pastoreo rotacional que permite a las ovejas nutrirse y fertilizar el suelo de forma natural. Cuando cuidaba las ovejas de mi madre, a veces me cruzaba con los qarakukuna (gente blanca o foránea) o incluso con algunas autoridades hispanohablantes de la región, quienes estaban en alguna diligencia laboral o, simplemente, deseaban entablar una conversación. Sin embargo, mi lengua materna, el quechua, me impedía comunicarme con ellos. Entonces, mi madre, sabia como la montaña, me instó a asistir a la escuela para aprender español, algo que ella misma no había tenido la oportunidad de hacer.
Mi madre una vez me propuso una analogía: que tener una discapacidad como la ceguera no solo consiste en algo únicamente físico que nos impide ver y desenvolvernos adecuadamente, sino también en las condiciones sociales convertidas en limitaciones. Reflexionando sobre sus palabras, entendí que una mujer campesina y quechuahablante, como mi madre, se encontraba limitada para acceder a la educación en su lengua nativa indígena y, por lo tanto, impedida para autoeducarse a través de la lectura y para comunicarse con cualquier persona fuera de nuestra aldea.
La ubicación remota de mi comunidad, Yanama, en la región peruana de Ancash, obligaba a muchos de nosotros a caminar largas horas para llegar a nuestras instituciones educativas y completar los estudios escolares. Esta realidad no ha cambiado mucho hasta el día de hoy, y muchos niños aún recorren largas distancias a pie para llegar a sus escuelas, a veces sin la oportunidad de continuar con la educación secundaria debido al tiempo, valor y dinero que se requiere para alejarse de casa en busca de un futuro mejor. En mi comunidad, desde temprana edad, sabemos que existen dos alternativas de vida: quedarnos en nuestras comunidades criando animales y cultivando papas, maíz y trigo para apenas sobrevivir, o salir del pueblo y luchar por una oportunidad de estudiar y educarnos. Yo opté por lo segundo y partí.
Decidí convertirme en docente escolar y pronto descubrí que mi interés por la educación de los niños podía complementarse con mis intereses de investigación de las culturas indígenas, a los cuales al inicio entendía más desde la práctica cotidiana que desde la teoría. Al mudarme a los 16 años a la capital de Ancash —la ciudad de Huaraz— para trabajar y estudiar, me enfrenté a los dos primeros grandes desafíos de mi vida: la separación de mi familia y las barreras lingüísticas debido a mi lengua materna, el quechua.
Una vez que logré obtener un lugar en la universidad, me di cuenta de que era el momento de desafiarme aún más y aprender dos nuevos idiomas: el español y el inglés. Durante mis estudios en la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, recibí una educación integral de mis profesores, y también mediante una gratificante experiencia: ser voluntario de una ONG que enseñaba inglés a niños indígenas cerca de la ciudad de Huaraz.
Mi primer contacto académico con el extranjero fue en 2016, cuando realicé un curso de Enseñanza del Inglés como Lengua Extranjera en la Universidad Estatal de Arizona mediante una beca facilitada por el programa estatal PRONABEC para docentes de escuelas públicas peruanas. Esta experiencia de recibir capacitaciones por un mes en los Estados Unidos me hizo comprender las oportunidades y recursos que son posibles de obtener mediante intercambios académicos. Años después, solicité una beca Fulbright para enseñar quechua en la Universidad de Pensilvania —Penn— en Filadelfia, durante un año académico entre 2021 y 2022. Mediante este prestigioso programa del departamento de Estado estadounidense, pude promover el intercambio intelectual y cultural para el reconocimiento de la lengua quechua y de los pueblos indígenas de las regiones andinas de América Latina. Asimismo, fui portavoz de la cultura andina en otras universidades norteamericanas, como Harvard, Colgate, Hobart & William Smith, Guildford College y Villanova, instituciones a las que tuve el honor de ser invitado para ofrecer charlas y talleres. Durante mi estancia en Penn, fui a la vez asistente de enseñanza y estudiante, lo que me permitió tomar cursos sobre educación y literatura. Las actividades académicas en las que participé en las diferentes universidades del norte global me brindaron herramientas para empoderarme y reafirmar algo que ya iba creciendo con los años: mi orgullo por mi cultura y el quechua. Estas experiencias eran muy valiosas y especiales, y me preguntaba: ¿sería posible aspirar estudiar tal vez una maestría?
Aquella pregunta tuvo una respuesta afirmativa: este año me gradué de la maestría en Lengua, Literatura y Cultura de la Universidad de Syracuse, con beca completa, donde he podido adquirir valiosos conocimientos de la mano de reconocidos y dedicados profesores. Sin temor a equivocarme, puedo decir que tengo el orgullo de ser el primer hijo de mi comunidad en graduarse de una universidad estadounidense, así como el primero en mi familia en recibir un diploma de posgrado, una certificación en Estudios Latinoamericanos y también en Docencia Universitaria. Ha sido un gran honor para mí haber concluido el primer paso de este viaje educativo de la mano de profesores y compañeros que han expandido mis horizontes académicos y profesionales con sus aportes. Para mi ceremonia de graduación llevé con orgullo mi tsuku (sombrero) conchucano, como un emblema de mis raíces y de mi comunidad, que representa la fuerza y la resiliencia de mi gente. Mi marka/llaqta (pueblo), mi familia y mis ancestros han sido siempre mi inspiración por su historia de resistencia y lucha por mantener viva nuestra lengua, pilares de mi dedicación y esfuerzo para seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles.
Durante mis estudios de maestría se consolidó el deseo de continuar con un doctorado, a pesar de mis iniciales dudas interiores. Con esa aspiración postulé a varios programas de doctorado en los Estados Unidos y recientemente me confirmaron que fui admitido a la Universidad de Nueva York (NYU), con beca integral. Empezaré este agosto de 2024.
Soy consciente de que mi historia es poco convencional para alguien que aspira a convertirse en un académico, pero con los años he ido reconociendo el valor de mis experiencias de vida rural en mis reflexiones intelectuales y siento más la intención de conectar ambos espacios. Mi trabajo y la dedicación empeñada han sido complementados con valiosas oportunidades para avanzar y crecer en el mundo académico, y de ahí nace mi deseo de compartir este camino para que no sea una excepción. Es así que pienso nuevamente en lo que mi madre me expresaba al describir su condición como quechuahablante monolingüe: trabajar para que aquella discapacidad —o “ceguera”— que la sociedad le impuso solo por hablar quechua, cambie y que construyamos una sociedad más inclusiva.
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