Nuestro nuevo juguero de los viernes acciona la licuadora con una confesión
Llevo buena cantidad de años preguntándome cómo hacen las personas que escriben columnas de opinión para tener siempre una opinión. Qué estrategia siguen para mantenerse al día y soltar con recurrencia un comentario sobre la coyuntura. Un comentario que además aspira a ser nuevo, a ser facto, como llamamos hoy a la sentencia disruptiva que se enfrenta al lugar común y redirige la conversación hacia la esquina mal iluminada y en consecuencia fundamental.
A partir de cierto punto, acabé concluyendo que los columnistas debían encajar con uno de tres perfiles: aquellos que de verdad son dueños de un pensamiento nuevo y lo sueltan; aquellos que creen tener algo por decir y al final dicen muy poco; y aquellos que saben que no hay tanto en sus cabezas y, sin embargo, empujados por causas externas —oportunidad, prestigio, dinero—, se inventan cualquier cosa y cruzan los dedos para que nadie descubra el vacío que atraviesa sus textos.
Si alguna vez me imaginé ocupando la silla de columnista, en definitiva supe que lo haría desde el equipo de estos últimos.
Quizás parezca raro pensarse a uno mismo desde esa resignación ahora que las redes sociales andan repletas de usuarios que suben posts y videos en los que la meta siempre parece ser desahuevar a quien está del otro lado de la pantalla. Y no una vez al mes, ni semanalmente, sino todos los días. Incluso una niña de diez años como Antonia Robolini, en las cuentas manejadas por su padre, aparece cada tanto frente a la cámara para desafiar el statu quo de los adultos y volverse viral justamente por la seguridad con la que tira factos como si se le aparecieran cada mañana debajo de la almohada.
A mí se me hace raro.
Es más: improbable.
Esquivo esa consigna cada vez que puedo.
Dicho esto, vale recordarme que no es poco el tiempo que llevo escribiendo para pagar las cuentas, y a la misma vez reparar en que casi siempre lo he hecho desde un lugar prácticamente anónimo, o sobre temas en los que trato de no incorporar nada que sea mío. Trabajos diversos y constantes que me permiten vivir de escribir sin preocuparme demasiado por lo que digo. Por temporadas incluso me ha tocado pensarles las opiniones a otros, ver sus caras impresas encima de mis palabras y sentir la tranquilidad de quien sabe que no puso nada en juego.
Mi trabajo como redactor ha sido un sitio seguro, sin riesgos.
Es cierto que también me ha tocado apostar un poco más. Desde hace mucho vengo escribiendo canciones y grabándolas y publicándolas y tocándolas en vivo. Pero a mí siempre me pareció que en la música existía cierto pacto que dice que nada de lo dicho tiene por qué ser tomado tan en serio. Y además tengo los platillos y la distorsión y la bulla y la mala ecualización para borrar un poco las palabras, muchas veces secundarias o subordinadas a lo que de verdad conecta con la gente: el ritmo, la melodía y eso que uno imagina que el otro está diciendo, las palabras que nos inventamos para completar las letras que no entendemos.
Después llegaron las novelas, en las que entonces sí que importó lo que estaba escrito. Pero, otra vez, los escudos. La ficción, para empezar. Y más importante aun: procesos larguísimos de escritura, reescritura, corrección y edición, siempre acompañado por terceros que supieron decirme dónde y cómo estaba patinando.
Ahora me toca la pesadilla: escribir lo que de verdad pienso, inventarme algo nuevo, configurar el texto en el estrechísimo lapso de siete días y lanzarlo por internet sin interferencias.
Por supuesto, no podía firmar esa promesa sin antes caer en la cobardía de poner el parche: gastar mi primera semana en Jugo para pedir perdón a quienes me lean en esta versión desprotegida de mí mismo y, sobre todo, a quienes han cometido la insensatez —que mi terapeuta y yo agradecemos profundamente— de obligarme a tomar responsabilidad, a decidir qué opino yo sobre este mundo ancho y raro, que al final también es mío.
Sin música, sin ficción, directo desde mi refugio.
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Bienvenido Giacomo. Un gran comienzo…
¡Gracias, José!
Te deseo exitos Giacomo.