El gran dilema de nuestros impuestos


Una reflexión sobre la equidad y la eficiencia en nuestro actual sistema tributario


En el Perú discutimos poco sobre el sistema impositivo, pero muchísimo acerca de cada tributo por separado, o cuando se desea hacer algún cambio en una tasa específica: el sistema, como un todo, es objeto de poco intercambio de ideas. 

Permítaseme ensayar, entonces, algunas reflexiones sobre nuestro sistema tributario en general.

Comienzo con la siguiente pregunta: ¿sobre qué debemos pagar impuestos? ¿Sobre lo que consumimos, o sobre lo que aportamos a la economía? Este planteamiento se aproxima de otra forma al eterno debate sobre si un estado debe depender más de los impuestos indirectos —el IGV— o de los impuestos directos —a los ingresos—. 

Las preocupaciones por las grandes desigualdades que toleramos ocasionan que muchos defiendan que la fuente principal de ingresos de un estado debe ser el impuesto a los ingresos. Esta propuesta está alineada con el principio de equidad.

Cuando se depende más de los impuestos a los ingresos, lo que se está gravando es lo que los agentes económicos aportan a la economía, ya que los ingresos se derivan de la mano de obra y del capital que contribuimos a la actividad económica. ¿Cuán justo es esto?: sacrifico horas para trabajar y obtener ingresos y, encima, el Estado se queda con una parte. Sea usted el juez de qué tan justo es este camino. 

Es razonable, por lo tanto, preguntarse si no estaría más alineado con el sentido de justicia cobrar impuestos por aquello que le demandamos a la economía: nuestro consumo. Así se postula que lo eficiente es que el Estado obtenga proporcionalmente más ingresos de los impuestos indirectos a las ventas, es decir, al consumo. Y sí, es lo eficiente.

Pero continuemos con la eficiencia, ya que los impuestos son una distorsión en la actividad económica: afectan los precios relativos y, de esta manera, la asignación de recursos para los usos más valiosos. Pero son una distorsión necesaria: de otro modo, no tendríamos recursos para financiar los bienes públicos imprescindibles para la vida en sociedad: carreteras, pistas y veredas, el sistema de justicia, etc.

Si los impuestos son una distorsión, un sistema tributario debería aspirar a que esta distorsión sea lo más leve posible. Esto se logra cuando se colocan tasas mayores de impuestos a los bienes cuya demanda es poco sensible al precio. Lectora, lector: usted ya debe estar sospechando cuáles son esos bienes, y sí, tiene razón: los alimentos, por ejemplo. Llegado el punto, algo de pollo le tendré que poner al caldo y, bueno, no importa si subió mucho de precio, algo seguiré comprando. Si le coloco una tasa alta de impuestos indirectos al pollo, la gente seguirá consumiéndolo. Así se pierden menos transacciones y casi no se afecta la actividad económica. Es eficiente, sí, pero profundamente inequitativo: un sistema tributario que cumple solo con el principio de eficiencia está condenado al fracaso.

Este es, pues, el conocido dilema tributario entre la eficiencia y la equidad: aquello que hace aumentar el tamaño de la torta —eficiencia—, no necesariamente es lo más equitativo; y aquello que puede ser equitativo —tasas mayores de impuestos al ingreso para los más ricos— puede ser muy ineficiente porque desincentiva el esfuerzo y evita que la torta crezca más.

El sistema tributario, por lo tanto, tiene que combinar objetivos de eficiencia con los de equidad. Junto con ello, tiene que ser fácil de administrar —mis amigos abogados tributaristas podrían estar en desacuerdo porque facturarían menos horas—, pero los costos de cumplimiento también tienen que ser bajos. Recuerdo que cuando debía declarar impuestos en los Estados Unidos por mis ingresos como asistente de investigación mientras hacía mi doctorado, el formulario decía en su primera página más o menos cuántas horas iba a tomar llenarlo. ¿Se imaginan eso aquí? Debo decir que, si eres un trabajador formal en un trabajo dependiente en el Perú, llenar la declaración jurada de impuesto a la renta es muy fácil. Pero si por ahí tuviste que emitir un recibo por honorarios, o varios, ahí la vida ya se complica algo.

Venga a cuento esta reflexión en lo que debería ser el mes de impuestos pero que, por motivos que desconozco, se ha postergado al mes de mayo.
Quizá este cambio inesperado sea motivo para continuar una discusión sostenida sobre nuestra forma de tributar. 


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1 comentario

  1. Jorge Caillaux Zazzali

    El tema así planteado sobre el equilibrio entre eficiencia y equidad tributaria nos lleva a incluir en el análisis la conveniencia de volver a promover la reinversión de utilidades. Me explico, hace muchos años la empresa que reinvertía parte de sus utilidades no pagaba impuesto por el monto reinvertido porque la lógica dice que esa reinversión genera más trabajo y por ende mayor impuesto a la renta resultante del crecimiento de la empresa. Ojo que en Perú como en muy pocos países existe la participación de los trabajadores en las utilidades, lo que ya es parte de nuestro ADN empresarial. Que hubo corrupción, exceso, reinversiones truchas, etc.? Si pero en ese tiempo SUNAT no existía y los fiscalizadores tributarios cobraban como el policía de tránsito. Volver a evaluar el potencial de las reinversiones exentas de impuesto es buena idea.

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