Tres grandes señales de alarma entre las primeras acciones de Trump como presidente electo
Bill Gelfeld es doctor en Análisis de Políticas Públicas. Es profesor e investigador en el Tecnológico de Monterrey, donde imparte clases sobre Desafíos Globales, Organizaciones Internacionales y Economía Política Internacional, entre otras. Su tesis doctoral analiza el efecto de las violaciones de los límites de mandato presidencial en democracias de ingresos bajos y medios, y las formas de prevenir estas violaciones en el futuro.
Donald Trump representa un peligro claro y presente para el futuro de la democracia liberal tal como la conocemos en los Estados Unidos. Solo en la última semana, la administración entrante de Trump ha mostrado sus intenciones a través de tres acciones separadas, todas destinadas a desmantelar la democracia estadounidense.
Primero, han exigido lealtad total y absoluta al partido de Trump —los republicanos—, afirmando que sus nombramientos en el gobierno no deberían pasar por el proceso normal de aprobación y revisión para garantizar que se tenga miembros de gabinete y jefes de agencias competentes. En segundo lugar, se ha propuesto la purga del servicio civil, la burocracia de trabajadores gubernamentales conocedores, experimentados y talentosos que representan el conocimiento institucional y el funcionamiento competente del gobierno. Y, tercero, han hecho circular una propuesta de orden ejecutiva —una suerte de decreto supremo— que eliminaría al liderazgo militar que no sea considerado lo suficientemente leal a la administración de Trump.
Si se quiere atropellar una democracia establecida, es así como se hace: 1. Exiges lealtad incuestionable dentro del partido gobernante, 2. Eliminas a cualquier persona en el gobierno con la capacidad o el conocimiento para resistir la implementación total de tu dogma, y 3. Aseguras que quienes pueden hacer cumplir o resistir tu voluntad mediante el uso de la fuerza sean totalmente leales a ti y solo a ti.
Esto es aterrador. Y debería serlo para cualquiera que valore la democracia estadounidense y el continuo estado de derecho.
Cómo mueren las democracias en el siglo XXI
En el siglo XX, la destrucción de la democracia solía ser rápida. Con frecuencia tomaba la forma de golpes militares, particularmente en América Latina en los años 60 y 70, pero también en África y Asia durante la era de la Guerra Fría. Sin embargo, el auge del despotismo ha evolucionado en el siglo XXI para adoptar una forma más lenta y sutil que los politólogos llaman erosión o retroceso democrático. Esto se resume en la muerte de la democracia por mil cortes.
En su libro How Democracies Die, Steven Ziblatt y Daniel Levitsky relatan cómo los demócratas iliberales —piense en Hugo Chávez, Viktor Orbán o Narendra Modi— ganan elecciones legítimas debido a la insatisfacción popular con las administraciones establecidas, pero sin intención alguna de entregar el poder después. Luego proceden a desmantelar las instituciones y los frenos democráticos, y a manipular las reglas a su favor. En esencia, como los autores lo expresan, «los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia mientras destruyen su esencia». A medida que un país se vuelve progresivamente más iliberal, y eventualmente, autoritario, es posible que aún existan elecciones, pero ya no una elección real.
“Pero la Constitución nos salvará”
¿Qué nos protege del retroceso democrático? Inicialmente, nuestras instituciones y normas, pero en última instancia, la Constitución. Sin embargo, si las instituciones son cooptadas y las normas constantemente violadas, ¿dónde nos deja eso? La Constitución, al final, está hecha de papel, y ese papel solo vale tanto como las personas y grupos dispuestos a luchar por defenderla. Si el partido en el poder está subordinado a un demagogo, ¿será el Legislativo un control efectivo sobre un presidente rebelde? ¿Usará la Corte Suprema la Constitución para defender la democracia? ¿O la usará para defender al dictador en potencia que la nombró?
Puede que sea un consuelo pensar que la 22ª Enmienda prohíbe a Trump postularse nuevamente en cuatro años. Así que tiene un límite de mandatos. Problema resuelto. Pero ¿es realmente así? Un colega de Trump aspirante a autócrata, Nayib Bukele en El Salvador, tenía prohibido postularse para un segundo mandato después de sus primeros cuatro años como presidente. Simplemente renunció a la presidencia —solo simbólicamente— dos meses antes de las elecciones, se postuló de nuevo, ganó abrumadoramente, y nadie lo detuvo: tenía el apoyo del pueblo y la lealtad del ejército, y había purgado a cualquiera que pudiera resistirse a él. ¿Le resulta familiar?
“La resistencia republicana nos salvará”
Algunos de ustedes, aquellos que no han estado prestando mucha atención, podrían creer que los republicanos tradicionales darán un paso adelante y nos salvarán. Que la ambición inherente de los políticos por el cargo más alto llevará a algunos en el liderazgo republicano a oponerse a un reinado indefinido. El razonamiento es que seguramente querrán su turno después de esperar a que Trump complete sus términos constitucionalmente designados. Que abogarán por ellos mismos y lo obligarán a salir.
Pero esta falacia contradice todo lo que hemos visto en la relación de Trump con el Partido Republicano. Es su partido, de principio a fin. Ya no es tanto un partido como un culto a la personalidad, con énfasis en el culto.
Lo que podría realmente salvarnos
Entonces, ¿qué esperanza tenemos contra la creciente marea de iliberalismo en el espacio político de EE. UU.? Bueno, podemos mirar a las democracias que han regresado del abismo y cómo lo lograron. En Colombia, una serie de instituciones —pero más notablemente la Corte Constitucional— impidieron que el entonces presidente Álvaro Uribe asegurara un tercer mandato en 2010. En Polonia, el año pasado, vimos la alentadora derrota del partido Ley y Justicia —luego de ocho años de gobierno autoritario— por una coalición de partidos de derecha e izquierda que estaban cansados de su persistente iliberalismo y que dejaron de lado sus diferencias para rescatar su democracia.
No será fácil en los Estados Unidos recuperar nuestra propia democracia, especialmente después de que Trump y sus secuaces la despojen y llenen de trampas explosivas durante los próximos cuatro años.
La lucha proverbial en cada esquina por el alma de nuestra democracia, comienza ahora.
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