El arqueólogo de Harvard y su casa en Lima


Una gran figura histórica nos interpela sobre qué tan agradecidos somos


En el quinto piso del edificio donde se encuentra el departamento de Antropología y Arqueología de la Universidad de Harvard es posible apreciar un vitral dedicado a un peruano, considerado el padre de la arqueología en nuestro país: Julio C. Tello. Hace más de cien años, a inicios del siglo XX, aquel peruano recorrió este mismo campus para obtener una maestría, establecer alianzas académicas y poner en agenda de estudio diferentes culturas precolombinas de la región andina.

Tello nació a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, en la provincia de Huarochirí, y creció hablando quechua. Luego migró a la capital peruana, donde estudió en la Universidad de San Marcos, para luego llegar a Harvard y también llevar estudios en universidades europeas. Quienes cursamos la escuela primaria y secundaria en Perú, seguramente recordamos su nombre en relación con las culturas Chavín e Inca, ya que él dedicó mucho tiempo a su investigación y reconocimiento. Asimismo, a la exploración inicial de las mundialmente conocidas líneas de Nazca, geoglifos gigantes que se extienden por el desierto costeño de la región Ica. Incluso, el descubrimiento del tumi, el tan conocido cuchillo ceremonial y ornamento, se dio mediante la labor de Tello y su equipo.

Pero tal vez lo que no se ha discutido lo suficiente ha sido el gran esfuerzo de Tello por abogar por el reconocimiento mundial de las culturas andinas, sobre todo por afirmar la genialidad de los antiguos habitantes del Perú. Hoy en día tal vez eso no resulte tan complicado de aceptar dado el importante turismo cultural que existe hacia Machu Picchu, la literatura académica publicada sobre el Perú, y las exhibiciones de artefactos andinos en museos del norte global. Tello fue un gran defensor de clasificar a las culturas andinas antiguas como civilizaciones en un momento en el que ese era el término endilgado únicamente a Roma, Grecia o Mesopotamia. 

Tello no sólo fue un arqueólogo, y eso ya es bastante: fue un activista que propuso a la región andina como un espacio fundamental para el avance de la humanidad. Importantes académicos, como John V. Murra de la Universidad de Cornell, han celebrado su fundamental legado tanto en las exploraciones arqueológicas como en la conversación pública sobre la historia de las civilizaciones desde una perspectiva indígena. Y para poder ser escuchado, Tello tuvo que trabajar arduamente en su reputación profesional. Varios de los puntos de nuestra narrativa como país están inspirados en sus ideas y descubrimiento.

La doctora Solsiré Cusicanqui, docente peruana en Harvard, junto a sus estudiantes, planea actualizar y expandir el vitral que homenajea a Tello. Mientras tanto en Perú, hace apenas dos años se tomó la inexplicable decisión de derrumbar su histórica casa en Lima, sobre los acantilados de Miraflores, para construir un edificio. Luego de la demolición de la vivienda, el terreno aún se mantiene vacío. Más allá de lo físico, esto me llevó a pensar sobre cómo todas las sociedades necesitan figuras para inspirarse, especialmente en momentos de crisis como en los que nos encontramos. En Perú, las ideas de Tello pueden seguir interpelándonos a insistir por una sociedad mejor. Asegurémonos de que su memoria tampoco sea derrumbada.


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1 comentario

  1. norah espejo

    conocer nustra historia nos hace mejores ciudadanos….y nos abre espacios. Que absurdo buscar nuestras referencias solamente en otros paises o continentes.

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