Discurso aburrido, atractiva novela 


Aproximación en Fiestas Patrias a dos ficciones nacionales


Este 28 de Julio me tocó estar en Lima, en gran medida para participar en algunos eventos de su Feria Internacional del Libro. Las Fiestas Patrias son un evento central de la peruanidad y son una efemérides obligada para la reflexión para quienes pasamos el tiempo estudiando el camino que seguimos para convertirnos en una nación 

Como muchos compatriotas, empecé el día preparándome mentalmente para el primer discurso que la presidenta peruana daría en funciones. Algunas amigas, a quienes aprecio mucho y que llevan años trabajando infatigablemente por la justicia en este país, me pidieron acompañarlas en su marcha de protesta con los retablos de la memoria, pero tras sopesarlo, opté por quedarme a escuchar el discurso. Nos queda mucho por salir a marchar y exigir justicia y democracia plena en el país, pero ese día guardé un poco de suela en la zapatilla para darle a la señora Boluarte una oportunidad, aunque después de todas las muertes por las que nadie ha tomado responsabilidad política, pareciera no merecerla.

Su discurso comenzó con lugares comunes patrioteros, apelando una vez más a nuestro Bicentenario como la panacea para solucionar los problemas de legitimidad. Me parece difícil pensar que un gran evento para conmemorar las batallas de Junín y de Ayacucho pueda servir realmente de base para un gobierno con muertos y heridos precisamente en esas regiones. Si bien ya se ha dicho muchas veces, parece necesario repetir una vez más que en el Perú no existe la pena de muerte y que no se puede aceptar que un oficial armado mate a quemarropa a alguien. Más allá de la responsabilidad legal —que debe ser investigada por la fiscalía—, existe una responsabilidad política: alguien ha enviado a los representantes del Estado a enfrentar a la población de esa manera. Unas disculpas ligeras, casi al paso en medio del discurso, no son suficientes. El anuncio de reactivar el Acuerdo Nacional es impostergable, pero difícilmente va a solucionar la tremenda crisis de legitimidad que enfrentamos.

Después de un par de saludos a la bandera en un discurso previsible, que a ratos parecía difícil de leer, la señora presidenta pasó a difundir lo que solo se puede describir como una lista de lavandería con las cosas que pensaba/prometía hacer. Cuántos tractores, cuántos miles de millones de soles para esto y para lo otro. Aún así, esperamos que no sean castillos en el aire, porque a nadie le queda ya duda de que este julio atípicamente cálido anticipa un mega Niño que será aún más furioso que los que vivimos en 1983 y 1997. Lo sucedido el año pasado —e incluso el 2017— quedará corto, así que más vale que los preparativos para enfrentar el embate de los elementos que vienen hiperpotenciados debido al calentamiento global sean los mejores.

Un discurso que no tiene alma y que se extiende enumerando elementos y deseos, sin tomar en cuenta a quienes están sentados escuchándolo, se hace muy difícil de soportar. No es sorpresa que las cámaras de televisión hayan captado a un congresista que decidió ponerse a jugar con su teléfono para sobrevivir el aburrimiento. Tras la primera hora llegué al punto del hartazgo y me dirigí al mar. La temperatura del agua está en unos cuatro grados centígrados por encima de lo que debería estar en esta temporada, mal augurio para el planeta, pero un lugar de encuentro con la naturaleza en esta ciudad cada vez más desnaturalizada.

Por fortuna, como describí al inicio, en la tarde me dirigí a la Feria del Libro, un remanso de cultura donde varios amigos y colegas se congregan para hablar de lo que vienen produciendo. Con un costo de solo 7 soles, es uno de esos momentos del año que nos alegra porque constatamos que, a pesar de todo, se lee y mucho. La feria estaba llena, los auditorios estaban a tope, y los libros de fiesta. Asistí a la presentación del último libro de Rafael Dumett, El camarada Jorge y el Dragón, y fue una delicia escuchar a los presentadores adelantarnos las maravillas que podemos esperar del primer tomo de la trilogía sobre Eudocio Ravines. El autor del Espia del Inca es, sin duda, el mejor novelista de su generación, y su primera novela ha dejado en claro que en el Perú hay lectores que no buscan necesariamente lo fácil y son capaces de embarcarse con todo gusto en un tomo de 900 páginas.

En su presentación, Dumett confesó que su motivación para escribir el libro y dedicarle tanto tiempo a la niñez y juventud de “Shito”, fue leer sus memorias de una Cajamarca bucólica y apacible de inicios del siglo XX y contrastar esa visión edulcorada del pasado con lo que se escribe de la inestabilidad y violencia de ese tiempo. Dumett no quería que las palabras de Ravines quedaran como la única verdad. Un poco más tarde, como historiadora le corroboré su desconfianza, porque, obviamente, el autor de unas memorias no cuenta ‘la verdad’, sino ‘su’ verdad: construye una ficción sobre sí mismo. Los historiadores somos por formación desconfiados y sabemos que los textos que leemos siempre tienen una intencionalidad.

De ahí, nuestra charla se movió al tema de la señora Boluarte. Dumett me describió su discurso como una pantomima, un esfuerzo por crear su propia realidad a través de la narrativa y, en efecto, algo había de eso. Algo semejante a lo de Ravines, cuando creó su propio mito de iniciación. Este 28 de Julio, pues, ha venido con disonancia cognitiva: por un lado, en el televisor ella leía el discurso-lista, y por el otro se mostraba la represión de los manifestantes. Dos realidades diametralmente opuestas sucediendo frente a nuestros ojos. Un fenómeno que, lamentablemente, en algún momento del futuro, será motivo para que un buen novelista narre las salvajes contradicciones de estos tiempos. 


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