La reciente polémica entre dos escritores pone al centro del debate las jerarquías que definen nuestro circuito cultural
Una denuncia del poeta ecuatoriano Agustín Guambo remeció por algunas horas el ecosistema literario latinoamericano la semana pasada. En una extensa nota publicada el miércoles 18 de diciembre por la mañana, Guambo acusó a su compatriota Mónica Ojeda de haberse apropiado de algunos textos e ideas de su poemario Primavera nuclear andina(2017) para la construcción de su última novela Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (2024). Subrayo que el remezón duró tan solo unas horas, pues al día siguiente a mediodía, tras el descargo de Ojeda, la controversia pareció zanjarse.
En corto, la denuncia de Guambo relata cómo Ojeda lo contactó en 2021 para contarle que en un capítulo de su nueva novela pensaba incluir algunos versos de su poemario –que reconocía como fuente de inspiración–, además de un personaje ficticio basado en él –que llevaría su nombre–, y que por tanto le gustaría que Guambo leyera el borrador de ese capítulo –titulado como su poemario– para ver si aprobaba aquellas inclusiones. Aunque Ojeda señalaba que no se trataba de una versión definitiva del texto, sí creía definitiva la presencia de todo lo que tenía que ver con el poeta y con Primavera nuclear andina, que le proponía mencionar en los créditos de la novela. Después de aquel intercambio, en el que el poeta dio su permiso y la narradora prometió avisarle cuando tuviese el libro terminado, la comunicación se detuvo. Tres años después, Guambo encontró la novela de Ojeda en una librería y descubrió, con gran malestar, que aquellos créditos prometidos no aparecían. El capítulo que Ojeda le había compartido en 2021 había cambiado sustancialmente, pero el rastro de sus versos aún podía encontrarse.
En su descargo, Ojeda aclara que, durante el proceso creativo de la novela, decidió no utilizar los fragmentos del poemario de Guambo. En sus palabras: «Quité sus versos de mi libro. No los parafraseé, ni reformulé, ni intenté hacerlos pasar por míos: los retiré». Asimismo, señala que ninguna de las coincidencias que Guambo acusa son privativas de la escritura del poeta, sino «elementos y conceptos presentes en la poesía y en el pensamiento de las comunidades andinas». Y, también, que: «las influencias que están detrás de los libros existen como una amalgama de lecturas, desviaciones, saltos, continuaciones imaginadas (…) Las lecturas de quienes escriben funcionan como un tejido vivo, múltiple, y escribir es siempre crear con esos textos formando parte de la propia escritura, pero siempre reconociendo de qué lecturas venimos». A propósito del último punto, añade que, en la próxima edición de su novela, incluirá una lista con los libros que la acompañaron; una forma de reafirmar en papel –pues ya varias veces lo ha hecho en presentaciones y actos públicos– su entusiasmo por aquellos que orientaron su proceso.
Vuelvo a repetir que, tras este comunicado, se detuvieron casi por completo las críticas contra Ojeda que la denuncia de Guambo había disparado. A cambio, surgieron toda clase de comentarios y rumores –en redes sociales y chats privados– que echaban sobre el poeta distintas acusaciones: (1) envidia hacia una escritora más exitosa; (2) exageración de su identidad andina/indígena; (3) victimización; (4) falta de ejemplaridad como actor del circuito cultural ecuatoriano; (5) intento machista de desprestigiar a una escritora mujer. Con ello, las voces que aún lo defendían quedaron opacadas. Curioso que, después de que Guambo, en una entrevista para Radio Pichincha, afirmara que su denuncia era parte de un proceso de «decir que existo», el descargo de Ojeda acabara avivando las aguas en contra suya, muchas de las cuales aplicaban un desalmado ninguneo. Todo haría pensar que, más allá de la sorpresa inicial por la presunta negligencia de la narradora, el grueso de lectores y colegas escritores solo hubiesen estado esperando su aclaración para después salir a tumbarse al poeta, castigándolo por su insolencia.
Admiro el trabajo de Ojeda. Como narrador, he leído con atención algunas de sus novelas, que además han influido profundamente en mi escritura. La obra de Guambo recién la descubro a partir de la polémica. Sospecho que nos pasó lo mismo a muchos. Me parece notable y poderosa, merecedora de tantos aplausos como los que ha cosechado la narradora. Los libros de una y de otro pueden pararse frente a frente. En calidad, dialogar como iguales, influenciarse, prestarse, sí.
Dicho esto, si bien comprendo que la literatura suele pensarse como un campo de influencias y préstamos libres, considero bastante necio no cuestionar o matizar esa lógica, que pierde piso desde el momento en que admitimos la existencia de un sistema jerárquico alrededor del cual se tejen ciertas relaciones entre escritores. El reconocimiento que gozan algunos y la invisibilización que sufren otros, aquella inequidad, hace tiempo que ha vuelto urgente reconfigurar ese mapa presuntamente horizontal. Sobre todo, si nos ponemos de acuerdo en que su estructura vertical no responde únicamente al talento y esfuerzo de quienes alcanzan la cima, ni tampoco a la calidad de sus obras, sino también a cuestiones de clase, raza, cultura, género y demás variables que posicionan, de saque, a unos escritores por encima de otros. Variables que, además, no deben ni pueden reducirse a una sola, como a veces parecieran querer argumentar, con alarmante daltonismo, ciertos activismos y corrientes de pensamiento crítico.
Resulta sintomático, por ejemplo, que Ojeda mencione que, en la próxima edición de su novela, añadirá una lista de lecturas e influencias. A pesar del gesto bienintencionado, su promesa revela, también, el desbalance. ¿Cuántos escritores latinoamericanos pueden estar tan seguros de que un libro suyo verá ediciones más allá de la primera?
Al mencionar algunas de sus inspiraciones para Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, Ojeda enlista a figuras occidentalizadas, como Thomas Merton, Raúl Zurita y Marosa di Giorgio, y también a autores racializados o de identidad indígena, como Samay Cañamar, Yana Lucila Lema, Fredy Chikangana, Ailton Krenak y el propio Guambo. Con bastante transparencia, parece decir: «por aquí pasé; de aquí vengo». Sin embargo, cabe la pregunta: ¿la ruta de nuestras lecturas e influencias no está acaso precedida por una jerarquía que articula, por fuera de la literatura, esas tradiciones, orígenes y coordenadas? ¿Es lo mismo prestarse de Zurita que prestarse de Guambo? ¿Qué complejidades están en juego al vincularse con uno o con otro?
Con distancias y matices, el caso de Guambo y Ojeda tiene más de un punto en común con el escándalo sucedido en Perú después de que se hicieran públicas ciertas declaraciones de la diseñadora de moda Anís Samanez, hace unas semanas. Pero también, si hablamos de literatura, me recuerda mucho a lo que pasó en 2021, cuando la delegación peruana elegida para la FIL Guadalajara fue bajada del carro a fin de incluir en ella a autores menos reconocidos,varios provenientes de regiones que no eran Lima. Fue sorprendente –y decepcionante– leer a tantos escritores y escritoras del establishment literario peruano cuestionar los méritos de aquellos incluidos en la nueva delegación. Sus publicaciones en redes sociales daban por sentado que las posiciones que cada uno ocupaba en la pirámide cultural se condecían, irrefutablemente, con la calidad de las obras que cada escritor ostentaba. Aunque lucían discursos progresistas en otros asuntos del acontecer nacional e internacional, apenas se metieron con ellos –o con sus amigos–, cayeron en la falacia meritocrática. Otra vez, el ambiente literario fue retratado como un terreno horizontal donde no importaban las identidades de los autores. Aquel reciente caso hizo que algunos retrocediéramos aun más, a la pelea entre escritores criollos y andinos, surgida en 2005, en la que los primeros rechazaban tajantemente la alusión de que existiera alguna argolla literaria en el Perú. Bastará revisar el archivo de esas discusiones para notar lo mal que envejecieron sus declaraciones, columnas y entrevistas.
El descargo de Ojeda argumenta que ella no parafraseó a Guambo, sino que escribió cada palabra ella misma. Es decir, se concentra en probar que no existió plagio, que el texto de Guambo ya no se encuentra presente en su novela. Pero mi impresión es que allí no reside el centro de lo que reclama el poeta. Copio a continuación algunos extractos de su comunicado:
«Versos que habían nacido en el contexto de mi cosmovivencia, mi voz, mi identidad cultural andina, ahora aparecían sin nombre, sin contexto y sin crédito (…) Primavera nuclear andina no es un conjunto de palabras elegidas al azar; es un cuerpo vivo de experiencias, de símbolos, de lenguajes que pertenecen a una tradición cultural específica. En mi poesía habita lo andino, la voz de mis ancestros y mi propia identidad. No son versos desechables, ni materiales de inspiración libre, como si existieran para que otros —con más poder, más nombre, más acceso— los tomaran, los deformaran y los llevaran a mercados donde la voz original queda invisibilizada (…) Históricamente, las culturas andinas (y tantas otras voces periféricas) han sido reducidas a recursos literarios, a fragmentos exóticos con los que otros pueden construir discursos. Como si nuestra voz necesitara ser legitimada por alguien más. Como si solo tuviera valor cuando aparece blanqueada, neutralizada, dentro de un libro aprobado por los grandes circuitos editoriales (…) No se trata solo de mis derechos como autor (…) Se trata de que, al borrar mi nombre y mi contexto, también borró la memoria cultural que habita en mi obra (…) Porque en cada verso no solo de Primavera nuclear andina, sino en toda mi carrera literaria hay algo más que palabras».
No intentaré parafrasear o ampliar la argumentación de Guambo. La encuentro perfectamente clara en sus propios términos.
¿De qué manera habría tenido que articularse el descargo de Ojeda para no provocar un cargamontón en contra de Guambo? Ello, en mi opinión, encarna la duda más importante. En las palabras de la narradora, percibo puntos ciegos bastante atendibles. Leo en ellas la urgencia de afirmar la ética de sus procesos, pero al mismo tiempo falta de empatía con el malestar del escritor andino que protagoniza la polémica. Más allá de lamentar no haberle comunicado que cambiaría el capítulo que Guambo revisó en 2021, no hay en su descargo una disculpa. Habla de «cuidado» y «respeto» hacia las lecturas que tomó como influencia, pero continúa su actividad en internet compartiendo publicaciones de personas que la apoyan, una de las cuales señala que la denuncia de Guambo fue una «falsa acusación», y otra, que esta se enmarca dentro de una sistemática falta de validación masculina a ciertas escritoras ecuatorianas. A ello se suma que, apenas quince minutos después de su comunicado, Ojeda hiciera pública su nominación a los Premios Finestres de Narrativa con un texto que comienza de la siguiente manera: «Y una vez aclarado todo, vengo a celebrar que…».
Pasa la página. Clausura el debate. Aquí no pasó nada.
Yo me pregunto: ¿es su argumentación la que triunfa? ¿O es su voz y testimonio los que se imponen sobre los de Guambo?
Para muchos, pareciera que, si no podemos probar un plagio textual, cualquier tipo de denuncia sobre apropiaciones no viene al caso cuando hablamos de libros. Insisten en la horizontalidad del campo literario y prefieren evitar cualquier discusión que vaya más allá de las palabras que están o no en el papel.
Prefiero las dudas que han aparecido en otros colegas. Preguntas de fondo que suscribo y que tienen que ver con qué lugar ocupamos en una jerarquía, a quién se lee y a quién no, quién carga con el prestigio, qué clase de relaciones construimos entre nosotros.
En otras palabras: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a admitir que los aplausos que recibimos no dependen, exclusivamente, de nuestro talento?
La polémica de Ojeda y Guambo puede que hoy sea un asunto puntual e individual entre dos escritores que, además, seguro, arrastra una relación personal –o incluso, quizás, desencuentros que tiñen y distorsionan este caso específico–, pero sus implicancias en la escena literaria latinoamericana los exceden. Habría que ser terco para negar cuánto se vincula con las dinámicas que hoy definen las distancias entre aquellos que son masivamente leídos y aquellos que esperan aún el reconocimiento merecido.
No se trata, tampoco, de pegarle a quien sea que esté en la cresta de la ola. En el desarrollo de esta controversia –y en las reacciones que ha provocado– lo que me extraña es la ausencia de una mirada autocrítica en aquellos que poseen una voz con alcance. Pareciera, casi, como si prefirieran hacerse los locos antes que sentirse obligados a pagar alguna deuda pendiente.
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¡Pobre Guambo! ¡Mucha viveza de la triunfadora! Rápida, disimuladamente furiosa, así es el campo minado, nuclearizado, chamanes eléctricos en corto circuito, incendio, pocas tomas de agua, éxito, ja, ja, ja… Do Androids dream of electric sheep? Iba a usar tus versitos… pero te descarto y me olvidé decirte, ji, ji, ji. De criollos vamos y a criollas encontramos…
La fantasía criolla va con los días contados.